TExtes M2R

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TExtes M2R
Master 2 Recherche Langues — Master 2 recherche Psychologie
clinique
Récit, objets et méthodes
Pour une approche interdisciplinaire du récit
Contact
Marc Marti, bureau 416 ou laboratoire LIRCES, Ext. 017
Tél : 04 93 37 54 23
Courriel : [email protected]
Les pages qui suivent sont proposées en annexe du cours. Il s’agit principalement
de textes qui seront proposés à l’analyse.
2
LA STRUCTURE GENERALE DE LA FABLE
LE GENRE (THEORIE DES GENRES, P. 26)
«[...] on obtient le type d'un genre littéraire donné grâce à l'examen
d'ensemble de toutes les oeuvres individuelles qui appartiennent à ce
genre; le type est une abstraction, autrement dit c'est la définition, le
schème conceptuel de ce qui pour ainsi dire, fait la structure
fondamentale (qui n'existe que sous la forme de particularités pures), la
"généricité" du genre».
L’HORIZON D’ATTENTE (THEORIE DES GENRES, P. 42)
«L'oeuvre d'art même en temps que pure expression de l'individuel,
[...] est cependant conditionnée par "l'altérité", c'est à dire par sa relation
avec l'autre comme conscience compréhensive. [...] elle suppose des
informations préalables ou une orientation de l'attente à laquelle se
mesure l'originalité ou la nouveauté- cet horizon de l'attente qui pour le
lecteur, se constitue par une tradition ou une série d'oeuvres déjà
connues et par l'état d'esprit spécifique suscité, avec l'apparition de
l'oeuvre nouvelle, par son genre et ses règles de jeu.[...] Dans cette
mesure, toute oeuvre littéraire appartient à un genre, ce qui revient à
affirmer purement et simplement que tout oeuvre suppose l'horizon
d'une attente, c'est à dire d'un ensemble de règles préexistant pour
orienter la compréhension du lecteur (du public) et lui permettre une
perception appréciative».
LA STRUCTURE TEXTUELLE (J.M. ADAM, PP. 28-29)
«L’unité textuelle que je désigne par la notion de séquence peut être
définie comme structure, c’est-à-dire comme:
—un réseau relationnel hiérarchique: grandeur décomposable en
parties reliées entre elles et reliées au tout qu’elles constituent;
—une entité relativemnet autonome, dotée d’une organisation
interne
qui
lui
est
propre
et
donc
en
relation
de
dépendance/indépendance avec l’ensemble plus vaste dont elle fait partie.
En tant que structure séquentielle, un texte (T) comporte un
nombre n de séquences complètes ou elliptique(s).
La séquence, unité constituante du texte est constitué de paquets de
propositions (les macro-propositions) [dont le nombre sera défini
ultérieurement], elles-mêmes constituées de n propositions».
EXEMPLE DE SCHEMA DE STRUCTURATION: LE TEXTE NARRATIF:
Niveau 1
Niveau 2
Niveau 3
Niveau 4
Texte [narratif est composé de]
n Séquence(s) [qui est/sont composée(s) de]
7 Macro-proposition(s) [qui sont composées de]
n Proposition(s)
LE TEXTE (J.M. ADAM, P. 34)
M. Marti,
U. de Nice
3
«Un texte, une structure hiérarchique complexe comprenant n
séquences —elliptiques ou complètes— de même type ou de type
différents»
CONDITIONS DE CARACTERISATION DES PROPOSITIONS (J.M. ADAM,
P. 39)
«Une proposition donnée n’est définissable comme narrative ou
descriptive que ou autre qu’à la double lumière de ses caractéristiques
grammaticales et de son insertion dans un cotexte, dans une suite de
propositions que l’interprétant relie entre elles».
LA DEFINITION MINIMALE DU RECIT
a. succession d'événements
b. unité thématique
c. prédicats transformés
d. un procès
e. la causalité narrative d'une mise en intrigue
f. une évaluation finale (explicite ou implicite).
LE
SCHEMA DE LA
PROPOSITIONS
SEQUENCE
NARRATIVE:
LES
SEPT
MACRO-
T
récit
Résumé Orientation
et/ou
(Pn1)
EntréePréface
(Pn0)
M. Marti,
Complication
(Pn2)
Action
ou
Évaluation
(Pn3)
Résolution
(Pn4)
Situation
finale
(Pn5)
U. de Nice
Chute
ou
Morale
(PnΩ)
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TEXTES D’APPLICATION EN ESPAGNOL
El león y la rana.
Una lóbrega noche silenciosa
iba un león horroroso
con mesurado paso majestuoso
por una selva: oyó una voz ruidosa,
que con tono molesto y continuado
llamaba la atención y aun el cuidado
del reinante animal, que no sabía
de qué bestia feroz quizá saldría
aquella voz, que tanto más sonaba,
cuanto más en silencio todo estaba.
Su Majestad Leonesa
la selva toda registrar procura;
mas nada encuentra con la noche oscura,
hasta que pudo ver, ¡oh, qué sorpresa!,
que sale de un estanque a la mañana
la tal bestia feroz, y era una rana.
Llamará la atención de mucha gente
el charlatán con su manía loca;
Mas, ¿qué logra, si al fin verá el prudente
que no es sino una rana, todo boca?
La pava y la hormiga.
Al salir con las yuntas
los criados de Pedro,
el corral se dejaron
de par en par abierto.
Todos los pavipollos
con su madre se fueron,
aquí y allí picando,
hasta el cercano otero.
Muy contenta la pava
decía a sus polluelos:
«Mirad, hijos, el rastro
de un copioso hormiguero.
Ea, comed hormigas,
y no tengáis recelo,
que yo también las como:
Es un sabroso cebo.
Picad, queridos míos:
¡Oh, qué días los nuestros,
si no hubiese en el mundo
malditos cocineros!
Los hombres nos devoran,
y todos nuestros cuerpos
M. Marti,
U. de Nice
5
humean en las mesas
de nobles y plebeyos.
A cualquier fiestecilla
ha de haber pavos muertos.
¡Qué pocas navidades
contaron mis abuelos!
¡Oh, glotones humanos,
crueles carniceros!»
Mientras tanto una hormiga
se puso en salvamento
sobre un árbol vecino
y gritó con denuedo:
«¡Hola!, con que los hombres
son crueles, perversos:
¿Y qué seréis los pavos?
¡Ay de mí!, ya lo veo:
a mis tristes parientes,
¡qué digo!, a todo el pueblo
sólo por desayuno
os le vais engullendo.
No respondió la pava
por no saber un cuento,
que era entonces del caso,
y ahora viene a pelo.
Un gusano roía
un grano de centeno:
viéronlo las hormigas:
¡Qué gritos!, ¡qué aspavientos!
«Aquí fue Troya, dicen:
Muere, pícaro perro»;
y ellas ¿qué hacían? Nada:
Robar todo el granero.
Hombres, pavos, hormigas,
según estos ejemplos,
cada cual en su libro
esta moral tenemos.
La falta leve en otro
es un pecado horrendo;
pero el delito propio
no más que pasatiempo.
Los dos machos.
Dos machos caminaban: el primero,
cargado de dinero,
mostrando su penacho envanecido,
iba marchando erguido
al son de los redondos cascabeles.
El segundo, desnudo de oropeles,
M. Marti,
U. de Nice
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con un pobre aparejo solamente,
alargando el pescuezo eternamente,
seguía de reata su jornada,
cargado de costales de cebada.
Salen unos ladrones, y al instante
asieron de la rienda al arrogante;
él se defiende, ellos le maltratan,
y después que el dinero le arrebatan,
huyen, y dice entonces el segundo:
Si a estos riesgos exponen en el mundo
las riquezas, no quiero, a fe de macho,
dinero, cascabeles ni penacho.
La mariposa y el caracol.
Aunque te haya elevado la fortuna
desde el polvo a los cuernos de la luna,
si hablas, Fabio, al humilde con desprecio
tanto como eres grande serás necio.
¡Qué!, ¿te irritas?, ¿te ofende mi lenguaje?
«No se habla de ese modo a un personaje.»
Pues haz cuenta, señor, que no me oíste,
y escucha a un caracol. Vaya de chiste.
En un bello jardín, cierta mañana,
se puso muy ufana
sobre la blanca rosa
una recién nacida mariposa.
El sol resplandeciente
desde su claro oriente
los rayos esparcía;
Ella, a su luz, las alas extendía,
sólo porque envidiasen sus colores
manchadas aves y pintadas flores.
Esta vana, preciada de belleza,
al volver la cabeza,
vio muy cerca de sí, sobre una rama,
a un pardo caracol. La bella dama,
irritada, exclamó: «¿Cómo, grosero,
a mi lado te acercas? Jardinero,
¿de qué sirve que tengas con cuidado
el jardín cultivado,
y guarde tu desvelo
la rica fruta del rigor del hielo,
y los tiernos botones de las plantas,
si ensucia y come todo cuanto plantas
este vil caracol de baja esfera?
O mátale al instante, o vaya fuera.
-Quien ahora te oyese,
M. Marti,
U. de Nice
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si no te conociese,
respondió el caracol, en mi conciencia,
que pudiera temblar en tu presencia.
Mas dime, miserable criatura,
que acabas de salir de la basura,
¿puedes negar que aún no hace cuatro días,
que gustosa solías
como humilde reptil andar conmigo,
y yo te hacía honor en ser tu amigo?
¿No es también evidente
que eres por línea recta descendiente
de los Orugas, pobres hilanderos,
que mirándose en cueros,
de sus tripas hilaban y tejían
un fardo, en que el invierno se metían,
como tú te has metido,
y aún no hace cuatro días que has salido?
Pues si éste fue tu origen y tu casa,
¿por qué tu ventolera se propasa
a despreciar a un caracol honrado?»
El que tiene de vidrio su tejado,
esto logra de bueno
con tirar las pedradas al ajeno.
El asno y el cochino.
A los caballeros alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado
Oh jóvenes amables,
que en vuestros tiernos años
al Templo de Minerva
dirigís vuestros pasos,
seguid, seguid la senda,
en que marcháis, guiados
a la luz de las Ciencias
por profesores sabios.
Aunque el camino sea,
ya difícil, ya largo,
lo allana y facilita
el tiempo y el trabajo.
Rompiendo el duro suelo,
con la esteva agobiado,
el labrador sus bueyes
guía con paso tardo;
mas al fin llega a verse
en medio del verano,
de doradas espigas,
como Céres, rodeado.
A mayores tareas,
a más graves cuidados
M. Marti,
U. de Nice
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es mayor, y más dulce
el premio y el descanso.
Tras penosas fatigas,
la labradora mano
¡Con qué gusto recoge
los racimos de Baco!
Ea, jóvenes, ea,
seguid, seguid marchando
al Templo de Minerva
a recibir el lauro.
Mas yo sé, caballeros,
que un joven entre tantos
responderá a mis voces:
No puedo, que me canso.
Descansa enhorabuena:
¿Digo yo lo contrario?
Tan lejos estoy de eso,
que en estos versos trato
de daros un asunto
que instruya deleitando.
Los perros y los lobos,
los ratones y gatos,
las zorras y las monas,
los ciervos y caballos
os han de hablar en verso;
pero con juicio tanto,
que sus máximas sean
los consejos más sanos.
Deleitados en ello,
y con este descanso,
a las serias tareas
volved más alentados.
Ea, jóvenes, ea,
seguid, seguid marchando
al Templo de Minerva
a recibir el lauro.
¡Pero qué! ¿os detiene
el ocio y el regalo?
Pues escuchad a Esopo,
mis jóvenes amados:
Envidiando la suerte del cochino,
un asno maldecía su destino.
«Yo, decía, trabajo y como paja;
él come harina, y berza, y no trabaja:
A mí me dan de palos cada día;
a él le rascan y halagan a porfía.»
Así se lamentaba de su suerte;
pero luego que advierte
M. Marti,
U. de Nice
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que a la pocilga alguna gente avanza
en guisa de matanza,
armada de cuchillo y de caldera,
y que con maña fiera
dan al gordo cochino fin sangriento,
dijo entre sí el jumento:
Si en esto para el ocio y los regalos,
al trabajo me atengo y a los palos.
El gallo y el zorro.
Un gallo muy maduro,
de edad provecta, duros espolones,
pacífico y seguro,
sobre un árbol oía las razones
de un zorro muy cortés y muy atento,
más elocuente cuanto más hambriento.
«Hermano, le decía,
ya cesó entre nosotros una guerra,
que cruel repartía
sangre y plumas al viento y a la tierra:
baja; daré, para perpetuo sello,
mis amorosos brazos a tu cuello.
«Amigo de mi alma,
responde el gallo, ¡qué placer inmenso,
en deliciosa calma,
deja esta vez mi espíritu suspenso!
Allá bajo, allá voy tierno y ansioso
a gozar en tu seno mi reposo.
Pero aguarda un instante,
porque vienen, ligeros como el viento,
y ya están adelante,
dos correos que llegan al momento,
de esta noticia portadores fieles,
y son, según la traza, dos lebreles.
Adiós, adiós, amigo,
dijo el zorro, que estoy muy ocupado;
luego hablaré contigo,
para finalizar este tratado.»
El gallo se quedó lleno de gloria,
cantando en esta letra su victoria:
Siempre trabaja en su daño
el astuto engañador;
a un engaño hay otro engaño,
a un pícaro otro mayor.
La paloma.
M. Marti,
U. de Nice
Un pozo pintado vio
una paloma sedienta:
Tirose a él tan violenta,
que contra la tabla dio.
Del golpe, al suelo cayó,
y allí muere de contado.
De su apetito guiado,
por no consultar al juicio,
así vuela al precipicio
el hombre desenfrenado.
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El escarabajo
Lo delicado y ameno de las buenas letras no agrada a los que se entregan al
estudio de una erudición pesada y de mal gusto
Tengo para una fábula un asunto
que pudiera muy bien...., pero algún día
suele no estar la musa muy en punto.
Esto es lo que hoy me pasa con la mía;
y regalo el asunto a quien tuviere
más despierta que yo la fantasía,
porque esto de hacer fábulas requiere
que se oculte en los versos el trabajo,
lo cual no sale siempre que uno quiere.
Será, pues, un pequeño escarabajo
el héroe de la fábula dichosa,
porque conviene un héroe vil y bajo.
De este insecto refieren una cosa:
que, comiendo cualquiera porquería,
nunca pica las hojas de la rosa.
Aquí el autor, con toda su energía,
irá explicando como Dios le ayude
aquella extraordinaria antipatía.
La mollera es preciso que le sude
para insertar después una advertencia
con que entendamos a lo que esto alude;
y, según le dictare su prudencia,
echará circunloquios y primores,
con tal que diga en la final sentencia
que, así como la reina de las flores
al sucio escarabajo desagrada,
así también a góticos doctores
toda invención amena y delicada.
La lechuza
Atreverse a los autores muertos, y no a los vivos, no sólo es cobardía, sino
traición
M. Marti,
U. de Nice
Cobardes son y traidores
ciertos críticos que esperan,
para impugnar, a que mueran
los infelices autores,
porque, vivos, respondieran.
Un breve caso a este intento
contaba una abuela mía.
Diz que un día en un convento
entró una lechuza... Miento,
que no debió ser un día.
Fue, sin duda, estando el sol
ya muy lejos del ocaso...
Ella, en fin, se encontró al paso
una lámpara o farol
(que es lo mismo para el caso),
y volviendo la trasera,
exclamó de esta manera:
«Lámpara, ¡con qué deleite
te chupara yo el aceite,
si tu luz no me ofendiera!
Mas ya que ahora no puedo,
porque estás bien atizada,
si otra vez te hallo apagada,
sabré, perdiéndote el miedo,
darme una buena panzada».
Los perros y el trapero
Aunque renieguen de mí
los críticos de que trato,
para darles un mal rato,
en otra fábula aquí
tengo de hacer su retrato.
Estando, pues, un trapero
revolviendo un basurero,
ladrábanle, como suelen
cuando a tales hombres huelen,
dos parientes del Cerbero.
Y díjoles un lebrel:
«Dejad a ese perillán,
que sabe quitar la piel
cuando encuentra muerto un can,
y cuando vivo, huye de él».
11
La discordia de los relojes
Los que piensan que con citar una autoridad, buena o mala, quedan
disculpados de cualquier yerro, no advierten que la verdad no puede ser más de una,
aunque las opiniones sean muchas
M. Marti,
U. de Nice
Convidados estaban a un banquete
diferentes amigos, y uno de ellos,
que, faltando a la hora señalada,
llegó después de todos, pretendía
disculpar su tardanza. «¿Qué disculpa
nos podrás alegar?» -le replicaron-.
Él sacó su reloj, mostróle y dijo:
«¿No ven ustedes cómo vengo a tiempo?
Las dos en punto son». «¡Qué disparate!
-le respondieron-, tu reloj atrasa
más de tres cuartos de hora». «Pero, amigos
-exclamaba el tardío convidado-,
¿qué más puedo yo hacer que dar el texto?
Aquí está mi reloj...» Note el curioso
que era este señor mío como algunos
que un absurdo cometen y se escusan
con la primera autoridad que encuentran.
Pues, como iba diciendo de mi cuento,
todos los circunstantes empezaron
a sacar sus relojes en apoyo
de la verdad. Entonces, advirtieron
que uno tenía el cuarto, otro la media,
otro las dos y veinte y seis minutos,
éste catorce más, aquél diez menos.
No hubo dos que conformes estuvieran.
En fin, todo era dudas y cuestiones.
Pero a la Astronomía cabalmente
era el amo de casa aficionado;
y consultando luego su infalible,
arreglado a una exacta meridiana,
halló que eran las tres y dos minutos,
con lo cual puso fin a la contienda,
y concluyó diciendo: «Caballeros:
si contra la verdad piensan que vale
citar autoridades y opiniones,
para todo las hay; mas, por fortuna,
ellas pueden ser muchas, y ella es una».
12
El burro flautista
Sin reglas del arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad
Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
M. Marti,
U. de Nice
por casualidad.
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Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.
En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.
«¡Oh! -dijo el borrico-,
¡qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»
Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.
El ratón y el gato
Alguno que ha alabado una obra ignorando quién es su autor, suele
vituperarla después que lo sabe
Tuvo Esopo famosas ocurrencias.
¡Qué invención tan sencilla! ¡Qué sentencias!
He de poner, pues que la tengo a mano,
una fábula suya en castellano.
«Cierto -dijo un ratón en su agujero-:
no hay prenda más amable y estupenda
que la fidelidad; por eso quiero
tan de veras al perro perdiguero».
Un gato replicó: «Pues esa prenda
yo la tengo también...» Aquí se asusta
mi buen ratón, se esconde,
y torciendo el hocico le responde:
«¿Cómo? ¿La tienes tú?... Ya no me gusta».
La alabanza que muchos creen justa,
injusta les parece
si ven que su contrario la merece.
«¿Qué tal, señor lector? La fabulilla
puede ser que le agrade y que le instruya».
«Es una maravilla;
dijo Esopo una cosa como suya».
«Pues mire usted: Esopo no la ha escrito;
salió de mi cabeza». «¿Conque es tuya?»
M. Marti,
U. de Nice
«Sí, señor erudito;
ya que antes tan feliz le parecía,
critíquemela ahora porque es mía».
14
El voto de los benitos
Un convento ejemplar benedictino
a grave aflicción vino
porque en él se soltó con ciega furia
el demonio tenaz de la lujuria,
de modo que en tres pies continuamente
estaba aquel rebaño penitente.
Al principio, callando con prudencia,
hacía cada monje la experiencia
de sujetar con mortificaciones
las fuertes tentaciones.
No se omitió cilicio,
ayuno, penitencia ni ejercicio,
mas fueron vanas medicinas tales;
que, irritadas las partes genitales,
el demonio carnal más las apura,
dando a más penitencia más tiesura.
Supo el caso el abad; quien, aturdido
del feroz priapismo referido,
a capítulo un día
llamó a la bien armada frailería
y, después de entonado
el himno acostumbrado,
a cada cual, con humildad profunda,
pidió su parecer, por que se hallase
un medio que cortase
en la comunidad tal barahúnda.
Los monjes del convento
poltronamente estaban en su asiento
discutiendo los modos diferentes
de alejar con remedios convenientes
el bullidor tumulto
que a cada fraile le abultaba el bulto.
Viendo lo ejecutado vanamente
hasta el caso presente,
los sapientes y místicos varones
con santidad y ciencia propusieron
diversas opiniones,
pero en ninguna dieron
que a propósito fuese
para que luego la erección cediese.
En esta confusión, con reverencia,
pidió el portero para hablar licencia.
El portero, no importa aquí su nombre,
M. Marti,
U. de Nice
era un legazo de tan gran renombre
que, después de rascarse aquello a solas,
hubo vez de jugar diez carambolas.
- Hable, clamó el abad. Y él, humillado,
dijo: - Dios sea loado,
que a mí, vil gusanillo, ha concedido
lo que a Sus Reverencias no ha querido.
Yo un tiempo tentaciones padecía,
mas, por fortuna mía,
hallé un remedio fácil y gustoso
con que al cuerpo y al alma doy reposo.
- ¿Y cuál es?, preguntaron, admirados,
a una voz los benitos congregados.
- Padres, dijo el portero,
tengo una lavandera, cuyo esmero,
cuando a traerme viene
ropa con que me mude,
tanto cuidado tiene
de limpiarme de manchas exteriores
como de las materias interiores,
y a este fin de tal modo me sacude
que en toda la semana
no se alborota más mi tramontana.
Luego que oyó el abad y el consistorio
el medio tan sencillo y tan notorio
de obviar las tentaciones,
decretaron los ínclitos varones
que un voto, de común consentimiento,
se añadiese en las reglas del convento,
por el cual no pudiera
fraile alguno vivir sin lavandera.
El abad, con presteza,
dejó al punto aquel voto establecido
y a los monjes, alzando la cabeza,
dijo: El Señor, hermanos, nos ha oído,
cuando remedia así nuestras desgracias.
Cantemos, pues: Agimus tibi gratias.
15
El conjuro
De un tremebundo lego acompañado,
fue a exorcizar un padre jubilado
a una joven hermosa y desgraciada
que del maligno estaba atormentada.
Empezó su conjuro
y el espíritu impuro,
haciendo resistencia,
agitaba a la joven con violencia
obligándola a tales contorsiones,
M. Marti,
U. de Nice
que la infeliz mostraba en ocasiones
las partes de su cuerpo más secretas:
ya descubría las redondas tetas
de brillante blancura,
ya, alzando la delgada vestidura,
manifestaba un bosque bien poblado
de crespo vello en hebras mil rizado,
a cuyo centro daba colorido
un breve ojal, de rosas guarnecido.
El lego, que miraba tal belleza,
sentía novedad grande en su pieza,
y el fraile, que lo mismo recelaba,
con los ojos cerrados conjuraba
hasta que al fin, cansado
de haber a la doncella exorcizado
dos horas vanamente,
para que sosegase la paciente
y él volviese con fuerzas a su empleo,
al campo salió un rato de paseo,
diciendo al lego hiciera compañía
a la doncella en tanto que él volvía.
Fuese, pues, y el donado,
de lujuria inflamado,
apenas quedó solo con la hermosa
cuando, esgrimiendo su terrible cosa,
sin temor de que estaba
el diablo en aquel cuerpo que atacaba,
la tendió y por tres veces la introdujo
de sus riñones el ardiente flujo.
Mientras que así se holgaba el lego diestro,
a la casa volviendo su maestro,
vio que en la barandilla
de la escalera, puesto en la perilla,
estaba encaramado
el diablo, confundido y asustado,
y díjole riendo:
- ¡Hola, parece que saliste huyendo
del cuerpo en que te hallabas mal seguro,
por no sufrir dos veces mi conjuro!
Yo me alegro infinito;
mas, ¿qué esperas aquí? ¡Dilo, maldito!
- Espero, dijo el diablo sofocado,
que sepas que tú no me has expulsado
de esa pobre mujer por conjurarme,
sino tu lego que intentó amolarme
con su tercia de dura culebrina,
buscándome el ojete en su vagina,
y pensé: ¡Guarda, Pablo!,
propio es de lego motilón ladino
M. Marti,
16
U. de Nice
17
que no respete virgo femenino,
¡pero que deje con el suyo al diablo!
El cuervo
En un carro manchego
caminaba una moza inocentona
de gallarda persona,
propia para inspirar lascivo fuego.
El mayoral del carro era Farruco,
de Galicia fornido mameluco,
al que, en cualquier atasco, daba asombro
verle sacar mulas y carro al hombro.
Un colchón a la moza daba asiento,
porque el mal movimiento
del carro algún chichón no la levante.
(Lector, es importante
referir y tener en la memoria
la menor circunstancia,
para que, por olvido o ignorancia,
la verdad no se olvide de esta historia.)
Yendo así caminando,
vieron un cuervo grande que, volando,
a veces en el aire se cernía
y otras el vuelo al carro dirigía.
- ¡Jesús, qué pajarraco tan feote!,
dijo la moza. ¿Y ese animalote
qué nombre es el que tiene?
- Ése es un cuervo, respondió el arriero;
embiste a las mujeres y es tan fiero
que las pica los ojos, se los saca,
y después de su carne bien se atraca.
Oyendo esto la moza y reparando
que el cuervo se acercaba
al carro donde estaba,
tendiose en el colchón y, remangando
las faldas presurosa,
cara y cabeza se tapó medrosa,
descubriendo con este desatino
el bosque y el arroyo femenino.
Al mirarlos Farruco, alborotose;
subió sobre el colchón, desatascose,
sacó...¡poder de Dios, qué grande que era...!
y a la moza a empujones
enfiló de manera
que del carro los fuertes enviones,
en vez de impedimento,
daban a su timón más movimiento.
Y en tanto que él saciaba su apetito,
M. Marti,
U. de Nice
18
ella decía: - ¡Sí, cuervo maldito,
pica, pica a tu antojo,
que por ahí no me sacas ningún ojo!
El brocal
El pozo de los padres trinitarios
tuvo brocales varios:
ya de mampostería,
ya de piedra de buena sillería,
en fin de berroqueño le pusieron,
el último que eterno ellos creyeron;
pero tal faena de sacar agua
en el convento había,
que al año ya tenía
el brocal una brecha grande y buena.
- ¡Virgen!, el superior
dijo al saberlo,
que no sé ya de qué materia hacerlo
para que no se roce o desmorone.
Llamar al albañil en el momento
a ver de qué dispone
se haga el brocal al pozo del convento.
El albañil llamado
al punto fue enterado,
y dijo: - Aquí lo que conviene
es hacer un brocal como el que
tiene mi mujer,
que ha veinte años cabalmente
que echo por él la soga de frecuente
con dos cubos que al par le han golpeado,
y ni una pizca se ha desmoronado.
Un confesor gilito
en opinión de santidad estaba,
por lo que despachaba
de penitentes número infinito.
Además, este padre reverendo
llevaba en un remiendo
de su negra pretina
cosida una reliquia peregrina
con muchas indulgencias
que evitaban penosas penitencias
siempre que con dos dedos la tocaba
al tiempo de absolver al confesado,
y así todo pecado
con esta ceremonia perdonaba.
De clases diferentes
M. Marti,
La reliquia
U. de Nice
el número creció de penitentes,
sabiendo la excelencia
de la nueva indulgencia
que este varón profundo
igualmente aplicaba a todo el mundo.
Una moza morena
llegó a sus plantas, de pecados llena,
con ojos tentadores, talle listo,
y unas tetas que hicieran caer a Cristo,
pues, conforme a la moda,
ya en taparlas ninguna se incomoda.
Empezó a confesarse
y, así que llegó al sexto mandamiento
de torpes poluciones a acusarse
con tanta contrición, que el movimiento
de su blanca pechera
simpatizó del fraile el instrumento,
como era natural, de tal manera
que le causó cuidado
sentírselo de pronto tan hinchado.
La iglesia estaba oscura,
la gente no era mucha y, temeroso
de más descompostura,
el bendito varón acudió ansioso
al corriente remedio
de empuñar con recato por en medio
el miembro rebelado;
y esto fue tan a tiempo ejecutado,
que hizo un memento homo
pasándole la mano por el lomo.
La moza acabó en tanto
su confesión, y dijo al varón santo:
- Écheme, padre mío,
la sacra absolución en que confío,
y aplíqueme, le ruego, la indulgencia
que su reliquia tiene,
pues la virtud que en ella se contiene
puede excusar más grave penitencia.
Oyendo estas razones,
de su meditación medio aturdido
el fraile volvió en sí dando un ronquido;
sacó de sus calzones,
para absolver, la mano humedecida;
tocola en la reliquia consabida
y, en vez de bendición, echó rijoso
a la moza un asperges muy copioso.
- ¡Jesús!, ella exclamó, ¿para qué es esto
que me ha echado en la cara?
Sintiera que pegado se quedara,
M. Marti,
19
U. de Nice
pues parece de gomas un compuesto.
A que respondió el fraile: - Eso, sin duda,
es, ¡ay!, que ha cometido un gran pecado,
hermana, y perdonárselo ha costado
tanto, que a mares la reliquia suda.
M. Marti,
20
U. de Nice
Textes d’application en français
21
Le lion et la grenouille
Par une nuit, lugubre et silencieuse,
Un horrible lion,
Au pas lent et majestueux,
Traversait la forêt:
Il entendit une voix retentir,
Qui, par son ton pénible et monotone
Retenait l’attention, causait même souci
Au royal animal, qui ne savait vraiment
A quelle bête féroce elle pouvait appartenir;
Cette voix, dont l’éclat redoublait
Dans le silence épais.
Sa majesté Lion
La forêt toute entière se mit à explorer;
Mais sans ne rien trouver dans cette obscurité,
Jusqu’à ce qu’il put voir, oh, étrange surprise!
Le matin revenu, au sortir d’un étang,
Cette bête féroce ; c’était une grenouille.
Le charlatan par ses folies,
Captivera bien des esprits
Mais à quoi bon; le sage
Sait que tout beau parleur qu’il soit
Ce n’est qu’une grenouille.
Felix María de Samaniego, Fábulas, IV, 21 (traduction M. Marti)
En partant au labour
Les valets de Pedro
Laissèrent la basse-cour
La porte grande ouverte.
Tous les petits dindons
S’en furent avec leur mère,
Picorant çà et là,
Jusqu’au bosquet voisin.
Fort contente la Dinde
Disait aux dindonneaux:
—Regardez mes enfants,
La belle fourmilière;
Mangez donc des fourmis,
Et n’ayez nulle crainte
Car j’en mange aussi:
C’est un fameux repas.
Picorez mes chéris:
Ah, quel bonheur pour nous
S’il n’y avait au monde
Ces maudits cuisiniers!
M. Marti,
La dinde et la fourmi
U. de Nice
22
Les hommes nous dévorent,
Pensez à ces dépouilles
Fumantes sur les tables
Nobles et plébéiennes.
Et puis, à chaque fête,
Il faut tuer la dinde;
Tous mes ancêtres ont
Bien mal vécu Noël!
Ah, ces humains gloutons
Sont de cruels bouchers!
Alors, une fourmi
Sur un arbre voisin
Qui était son abri,
Lui cria avec force:
—Allons donc, les hommes sont
Paraît-il cruels et pervers:
Qu’en est-il des dindons?
Mon Dieu, je le vois bien:
Tous mes pauvres parents
Que dis-je, tout un peuple,
Vous venez d’avaler,
Juste pour déjeuner.
La dinde ne dit rien
Ne sachant pas le conte
Qui venait à propos,
Et même à point nommé:
Un vers rongeait un grain de seigle:
Il fut surpris par les fourmis:
Cris, gesticulations, insultes,
C’est un désastre dirent-elles
Meurt donc, chien, scélérat;
Mais elles, que faisaient-elles? Rien
Voler tout le grenier.
Hommes, dindons, fourmis,
Selon tous ces exemples
Chacun a dans son livre
Cette morale écrite
Tous les défauts d’autrui
Sont d’horribles péchés
Et nos propres délits
Ne sont que bagatelles.
Felix María de Samaniego, Fábulas, VI, 6 (traduction M. Marti)
Les deux mulets
Deux mulets cheminaient: le premier
Chargé d’argent,
Arborait un panache orgueilleux
Et marchait fièrement
M. Marti,
U. de Nice
23
Au son de ses grelots.
Le second, sans nul ornement,
Qu’un pauvre harnachement,
Étirait le cou éternellement,
Passant sa journée attelé,
De sacs d’avoine chargé.
Arrivent des voleurs, et à l’instant
Ils saisirent les rênes de l’arrogant;
Il se défend, ils le maltraitent
Et lui dérobent son argent,
Ils s’enfuient. Le second dit alors:
Si les richesses exposent à de tels risques
En ce monde, je ne veux, foi de mulet,
Ni panache, ni grelots. ni argent
Felix María de Samaniego, Fábulas, IV, 9 (traduction M. Marti)
Le papillon et l’escargot
Même si la fortune t’as élevé
De la glèbe jusqu’aux plus hauts sommets,
Si tu parles, Fabio, aux humbles avec mépris
Tout grand que tu sois, tu n’en seras pas moins nigaud.
Quoi? Tu t’irrites? Mon langage t’offense?
Fais donc, monsieur, comme si je n’avais rien dit
Et écoute l’escargot. C’est une plaisanterie.
Un jour, dans un beau jardin,
Se posa plein d’orgueil,
Sur une blanche rose
Un jeune papillon.
Le soleil resplendissant
Depuis le clair orient
Dardait ses rayons;
Lui étendait ses ailes dans la lumière,
Pour que leur teinte soient l’envie
Des oiseaux bigarrés et des fleurs colorées.
Ce vain, imbu de sa beauté,
Tournant la tête
Vit tout près de lui, sur une branche,
Un escargot gris. Le beau monsieur,
Irrité, s’exclama:
Tu t’approches de moi? Jardinier,
A quoi sert de cultiver
Le jardin avec zèle,
De protéger avec soin
Les beaux fruits et les tendres bourgeons des plantes
Des rigueurs de l’hiver
Si ce vil escargot de basse extraction
Mange et salit tout ce que tu plantes.
Tue-le sur le champ ou qu’il disparaisse—
M. Marti,
U. de Nice
24
« Celui qui maintenant t’entendrait,
S’il ne te connaissait, pourrait, ma foi,
Trembler en ta présence.
Mais, dis-moi, misérable créature
Qui vient à peine de sortir de l’ordure,
Pourrais-tu nier, qu’il y a seulement quatre jours;
Il te plaisait
Comme un humble reptile de marcher avec moi.
Et que je te faisais honneur en étant ton ami?
N’est-il pas vrai
Que tu descends en droite ligne,
De ces pauvres tisserands que sont les chenilles,
Qui s’étant retrouvées nues
Ont tissé et filé de leurs tripes
Un ballot, qui l’hiver les habille;
Tu l’as toi-même confectionné
Et n’y a-t-il pas quatre jours que tu l’as abandonné?
Alors, si ce sont là tes origines et ta maison
Pourquoi te prend-il la fantaisie
De mépriser un honnête escargot? »
Celui qui a un toit de verre
Gagne toujours à jeter des pierres
Sur le toit du voisin
Felix María de Samaniego, Fábulas, VIII, 8 (traduction M. Marti)
Enviant le sort du cochon,
Un âne maudissait sa destinée:
L’âne et le cochon
Lui, sans travailler, on le nourrit de farine et de choux,
Je reçois tous les jours des coups de bâton
Lui, on l’étrille et on le flatte à l’envi.
Il se lamentait ainsi sur son sort;
Mais voilà qu’il aperçoit
Des gens qui avancent vers la porcherie
Avec motif de boucherie,
Armés d’un couteau et d’une marmite,
Ils viennent occire le cochon,
Le bourricot dit alors:
« L’oisiveté et les plaisirs ainsi finissent,
Je m’en tiendrai au travail et aux coups de bâton ».
Felix María de Samaniego, Fábulas, I, 1 (traduction M. Marti)
Le coq et le renard
Un coq fort avisé,
Aux ergots endurcis et d’âge avancé,
Pacifique et sûr,
Sur un arbre écoutait les propos
M. Marti,
U. de Nice
D’un renard fort courtois et attentif
Tout aussi éloquent qu’affamé.
« Frère, lui disait-il
Cette guerre cruelle entre nous
Qui faisait voler les plumes
et couler le sang est terminée :
Descends donc, qu’amoureusement
Je prenne ton cou dans mes bras en gage de paix
—Mon bon ami, répond le coq,
quel immense plaisir,
Quelle délicieuse quiétude
Saisissent mon esprit !
Je descends derechef, goûter tendrement
Le repos sur ton sein.
Mais attends un moment,
Car, légers comme le vent,
Presque là devant,
Deux estafettes arrivent maintenant,
Porteur sans nul doute de la nouvelle ;
Et à leur aspect, ce sont des lévriers.
—Adieu, ami, adieu,
Dit le Renard, je suis fort occupé ;
Nous parlerons tantôt,
De la signature de ce traité. »
Le coq en tira grande gloire,
Et chanta ainsi sa victoire
Toujours l’habile trompeur
Cause son propre malheur
À son tour il sera trompé
Par celui qu’il croyait abuser.
Felix María de Samaniego, Fábulas, IV, 14 (traduction M. Marti)
25
La colombe
Une colombe altérée
Vit un puits en tableau :
Elle s’y jeta violemment
Et l’image heurta.
Le coup la fit choir
Et mourir sur le champ.
Ainsi par son désir guidé,
Sans suivre la raison,
L’homme débauché
Précipite sa perte.
Felix María de Samaniego, Fábulas, VII, 11 (traduction M. Marti)
Fable LXV
Le scarabée
M. Marti,
U. de Nice
26
La délicatesse et l’aménité des belles compositions indisposent ceux qui se
consacrent à une érudition indigeste et de mauvais goût.
Pour une fable, j’ai un sujet
Qui pourrait bien… mais parfois
La Muse n’est pas très au point.
Comme la mienne aujourd’hui;
Je fais cadeau du sujet à celui
Qui aura une imagination plus vive que la mienne.
Car composer des fables requiert
Que le travail dans les vers soit caché,
Sans parvenir toujours au résultat escompté.
Un petit scarabée sera
Le héros de cette Fable originale,
Car il convient que le héros soit vil et bas.
On dit que cet insecte,
Qui se nourrit de saletés,
Ne picote jamais les feuilles de la rose.
Ici, l’auteur, avec toute son énergie
Expliquera, si Dieu l’assiste,
Cette extraordinaire antipathie.
Il devra s’échiner
Pour pouvoir ensuite accrocher une sentence
Qui nous permette de comprendre l’allusion.
Et selon ce que lui dictera sa prudence
Il produira d’habiles circonlocutions,
Pourvu qu’il dise, dans la maxime finale:
Tout comme la reine des fleurs
Déplaît à l’infect scarabée,
Toute invention aimable et délicate
Répugne aux gothiques docteurs.
Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, (traduction M. Marti)
Fable XXII
La chouette
et Fable XXIII
Les chiens et le chiffonnier
S’attaquer aux auteurs morts, et non aux vivants, est tout aussi lâche que
méprisable
Certains critiques, qui attendent
La mort des malheureux auteurs,
Pour les attaquer
Sont des couards et des traîtres,
Car de leur vivant, ils auraient reçu une réponse.
M. Marti,
U. de Nice
A ce propos, ma grand-mère
Racontait une petite histoire.
Un jour dans un couvent
Une chouette entra… je mens
Ce ne devait pas être un jour.
Ce fut sans doute bien après
Le coucher du soleil…
Enfin, elle trouva sur son chemin
Une lampe (ou un quinquet,
C’est la même chose pour notre histoire).
En lui tournant le dos,
Elle s’exclama de cette façon:
Chère lampe, je boirais bien ton huile
Avec un grand plaisir
Si ta lumière ne m’en n’empêchait !
Mais, comme tu brûles bien,
Aujourd’hui je ne pourrais ;
Si la prochaine fois, je te retrouve éteinte
Je saurai, sans que tu m’effraies,
Faire une bonne ventrée.
Même si les critiques
Dont je viens de parler me renient,
Je leur ferai passer un mauvais moment
Dans cette autre fable
En brossant leur portrait.
27
Un chiffonnier fouillait
Un tas d’ordures;
Deux cousins de Cerbère
Aboyaient après lui (une habitude chez eux
Lorsqu’ils flairent de tels individus).
Un lévrier leur dit:
Laissez donc ce coquin;
Écorcheur de chiens morts,
Qui évite avec soin
Tous ceux qui sont en vie.
Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, Fable LXV, (traduction M. Marti)
Fable LVIII
La discorde des montres
Ceux qui pensent que la citation d’une autorité, bonne ou mauvaise, met à
l’abri de l’erreur, ne se rendent pas compte qu’il n’y a qu’une seule vérité malgré la
multitude des opinions.
Quelques amis étaient conviés à un banquet,
Et l’un d’eux, qui était arrivé bien après
Tout le monde, prétendait
Excuser son retard.
M. Marti,
U. de Nice
28
—Quelle sera ton excuse? —lui demanda-t-on.
Il sortit sa montre, et l’exhiba en disant
—Ne voyez-vous pas que j’arrive bien à l’heure?
Il est juste deux heures. —Allons donc, quelle erreur!
(Lui répondirent-ils): —Ta montre retarde de plus
De trois-quarts d’heure. —Mais mes amis,
(S’exclamait l’invité retardataire)
Qu’y puis-je donc, voici la preuve,
Voyez ma montre… Le curieux notera
Que ce bon monsieur était comme d’autres
Qui, après avoir commis une absurdité,
S’excuse par la première autorité trouvée.
Comme je disais donc dans mon conte,
Tous les présents commencèrent
À sortir leur montre en appui
De la vérité. Ils virent alors
Que l’une marquait et quart, l’autre la demi,
Une autre deux heure trente six minutes,
Et celle-ci quatorze de plus,
Et celle-là dix de moins.
Il n’en y eut pas deux avec le même résultat.
Finalement, tout n’était que doutes et questions.
Mais le maître de maison
Était un passionné d’astronomie;
Il consulta donc son infaillible
Réglé sur un méridien exact.
Il trouva qu’il était trois heures et deux minutes,
Ce qui mit fin à la dispute,
Et il conclut en disant: —Messieurs,
Si contre la vérité vous pensez qu’il suffit
De citer des autorités et des opinions
Il y en a pour toutes les situations,
Mais, heureusement, si elles sont nombreuses,
La vérité, elle, est unique.
Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, Fable LVIII, (traduction M. Marti)
Fable VIII
L’âne flûtiste
Pour celui qui ne respecte pas les règles de l’art,
La réussite n’est que le fruit d’un heureux hasard
ce petit fabliau
Réussi ou raté
Me vient à l’esprit,
Quel heureux hasard.
Dans les pâturages,
Près de mon village,
Un âne paissait,
M. Marti,
U. de Nice
29
Quel heureux hasard.
Il vit une flûte
Qu’un jeune berger
Avait oubliée,
Quel heureux hasard
La bête s’approche
Et la reniflant,
Elle s’ébroua,
Quel heureux hasard;
Dans la flûte l’air
Sûrement passa
La flûte siffla,
Quel heureux hasard.
Ah quel musicien!
—Dit le bourricot—:
Pourquoi critiquer
La musique d’ânes.
Sans règles de l’art
Un de ces baudets
Réussit parfois,
Quel heureux hasard.
Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, Fable VIII, (traduction M. Marti)
Fable XXI
Le chat et la souris
Certains font l’éloge d’une œuvre en ignorant son auteur,
Pour ensuite la critiquer lorsqu’il le connaisse
Ésope a eu de remarquables idées,
Quelle simplicité dans l’inspiration et les sentences!
Puisque je l’ai sous la main,
Je traduirai une de ses fables en castillan.
—Il est vrai (dit une souris dans son trou:)
Qu’il n’y a pas de qualité plus aimable et plus singulière
Que la fidélité: pour cette raison j’aime
Autant le chien d’arrêt.
Un chat répliqua: —Cette qualité
Est aussi la mienne…Ici, notre bonne souris
Prend peur et se cache,
Et contrariée, lui répond:
Comment? c’est aussi la tienne…Alors, fi donc.
Les louanges que beaucoup croient justes
Leurs semblent injustes
S’ils voient que leur adversaire les mérite.
Alors, cher lecteur? cette fable
Pourrait bien vous plaire, et vous instruire.
—C’est une merveille:
M. Marti,
U. de Nice
30
On voit bien là l’esprit d’Ésope.
—Eh bien, écoutez: Elle n’est pas d’Ésope;
Elle sort de mon esprit. —C’est donc ton œuvre?
—Oui, monsieur l’Érudit:
Alors qu’elle lui semblait fort à propos,
Voilà qu’il se met à la critiquer
Parce que c’est moi qui l’ai composée.
Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, Fable XXI, (traduction M. Marti)
Le vœux des bénédictins
Un exemplaire couvent de bénédictins
Fut gravement affligé
Par le tenace démon de la luxure
Qui l’entreprit avec furie
De telle façon que ce troupeau de pénitents
Était sur trois pieds continuellement.
Au début, chaque moine
Taisait prudemment son expérience,
Essayant d’assujettir les fortes tentations
Avec force mortifications.
Rien ne fut omis, le silice
Le jeûne, la pénitence et l’exercice spirituel,
Mais ces médecines furent vaines
Car les parties génitales irritées
Sont les proies du démon de la chair
Qui rend la pénitence plus dure.
L’abbé fut informé du cas, et, étourdi
Par le féroce priapisme dont nous venons de traiter
Il convoqua au chapitre
L’ensemble des frères bien montés ;
Après avoir entonné
L’hymne comme à l’accoutumée,
Il demanda humblement à chacun
Son avis pour trouver
Un moyen de couper
Une telle confusion dans la communauté.
Les moines du couvent
Installés sur leur siège commodément,
Discutaient des différentes remèdes
Dont ils pourraient user
Pour écarter cette tumultueuse agitation,
Qui leur gonflait le paquet.
Voyant que jusqu’à présent
Ils avaient agi vainement,
Ces sages et mystiques sujets,
Proposèrent avec science et sainteté,
Diverses opinions
Mais ils n’en trouvèrent aucune
M. Marti,
U. de Nice
Qui fût appropriée,
Pour faire l’érection céder.
Dans cette confusion, le concierge
Demanda avec déférence le droit de parler.
Le portier, peu importe son nom,
Etait un lai de grand renom qui,
S’était tâté tout seul
Pendant un très long moment,
Propice à une partie de billard.
—« Parlez, dit l’abbé, Et lui, humblement,
dit : —« Dieu soit loué,
Car il m’a accordé, à moi, vil vermisseau,
Ce qu’il n’a pas voulu concéder à vos révérences.
A une époque, je souffrais de tentations,
Mais, par chance,
J’ai trouvé un remède facile et plaisant
Qui procure le repos du corps et de l’âme.
—Et quel est-il ? demandèrent étonnés
et à l’unisson les bénédictins rassemblés.
—Mes pères, dit le concierge,
il y a une lavandière,
qui vient me porter du linge de rechange,
Elle lave avec soin
mes taches extérieures
et mes matières intérieures
en me secouant de telle façon
que de toute une semaine
Je ne relève plus la tête.
Après que l’abbé et le consistoire eurent entendu
Qu’existait un moyen aussi simple
D’échapper aux tentations,
Les illustres hommes décrétèrent
Qu’un nouveau vœux, accepté par la communauté,
Fût ajouté aux règles du couvent,
Il établirait qu’aucun frère
Ne pourrait vivre sans lavandière.
L’abbé établit promptement
L’instauration de ce vœux
Et relevant la tête, il dit aux frères :
—Le Seigneur, mes frères, nous a entendus,
pour avoir ainsi remédier à notre malheur,
chantons donc : Agimus tibi gratias.
Accompagné d’un horrible frère lai,
Un père retraité s’en fut exorciser
Une jeune et belle malheureuse
Que le malin tourmentait.
M. Marti,
31
L’exorcisme
U. de Nice
Il commença son exorcisme
Et la résistance
De l’esprit impur,
Agitait la jeune avec violence,
L’obligeant à de telles contorsions,
Que la malheureuse montrait à l’occasion
Les plus secrètes parties de son corps :
Tantôt découvrant la rondeur de ses nichons,
D’une brillante blancheur,
Tantôt levant sa chemise légère,
Elle révélait une forêt bien peuplée
D’une toison crépue et frisée,
Colorée en son centre
Par une petite boutonnière de roses garnie.
Le frère lai contemplant la beauté,
Sentait en son engin une grande nouveauté,
Et le frère, qui pour lui autant craignait,
Exorcisait les yeux fermés ;
Jusqu’à ce que, épuisé
D’avoir vainement la donzelle exorcisée
Deux heures durant,
Pour la patiente repose
Et pouvoir à son tour faire une pause,
Il sortit se promener dans la campagne,
Demandant au frère lai de tenir compagnie
A la donzelle jusqu’à ce qu’il soit revenu.
Il sortit donc, et le laïc
Par la luxure consumé,
A peine se trouva-t-il seul avec la belle,
Qu’il sortit son terrible machin,
Sans crainte ni peur du diable,
Qui se trouvait dans le corps qu’il attaquait.
Il la culbuta et trois fois introduisit
Le flux ardent de ses reins.
Pendant que le frère lai ainsi en profitait,
Le maître revint à la maison.
Il vit sur la rampe de l’escalier
Assis sur l’extrémité,
Le diable ainsi perché,
Penaud et effrayé.
Il lui dit en riant :
—« Tient-donc, il me semble que tu t’es enfui
du corps où tu n’étais plus en sécurité,
pour ne pas subir deux fois mon exorcisme !
Je m’en réjouis infiniment,
Mais qu’attends-tu ici, dis-le maudit !
—Je veux, dit le diable suffocant,
que tu saches que tu ne m’as pas expulsé
de cette pauvre femme par tes exorcisme.
M. Marti,
32
U. de Nice
C’est ton frère lai
Avec sa longue couleuvrine
Qui, à travers le vagin,
Mon trou du cul a essayé de pénétrer.
Je me suis dit, prends garde,
C’est le propre d’un frère lai
De ne pas respecter des femmes la virginité,
Mais au diable il doit la lui laisser !
33
La margelle
Le puits des pères trinitaires,
Posséda différentes margelles :
En bonne maçonnerie
En bonne pierre de taille
Et enfin en bon granit.
Ils crurent qu’elle serait éternelle ;
Mais au couvent il y avait
Un tel travail pour puiser l’eau,
Qu’au bout d’un an,
La margelle avait une bonne et grande brèche.
—« Par la Vierge », dit le supérieur
En l’apprenant,
—« Je ne sais plus quelle matière employer
Pour qu’elle ne s’effrite ni ne s’effondre.
Appelez le maçon sur le champ,
Pour prendre son avis
Sur la matière de la margelle du puits ».
Le maçon fut appelé
Et informé immédiatement,
Il dit : « Ce qu’il convient de faire ici
C’est une margelle comme celle
De ma femme,
Car cela fait maintenant vingt ans,
Que ma corde y passe parfaitement
Avec deux seaux qui tapent en même temps,
Sans qu’elle s’abîme pour autant.
Un confesseur franciscain
Avait une réputation de sainteté
Et il confessait donc
Un nombre infini de pénitents.
De plus, ce père révérend
Portait accrochée à la ceinture
de son noir caleçon
un relique singulière
qui par son pouvoir d’indulgence
évitait de pénibles pénitences,
M. Marti,
La relique
U. de Nice
chaque fois qu’il la touchait avec les deux doigts
au moment d’absoudre le confessé.
Ainsi par cette cérémonie
Tous les péchés étaient pardonnés.
L’excellence de la nouvelle indulgence
Que ce saint homme
Appliquait à tous
Se répandit et le nombre de pénitents
De toute sorte ne fit que croître.
Une fille brune
Arriva à ses pieds couverte de péchés,
Elle avait la taille et les yeux tentateurs
Et des nichons à faire succomber le Christ rédempteur,
Car conformément à la mode,
Ils étaient presque à l’air.
Elle commença à se confesser
Et, alors qu’elle arriva au sixième commandement,
Elle s’accusa de caresses impudiques,
Avec tant de contrition
Que le mouvement de sa blanche poitrine
Gagna la sympathie de l’instrument du frère
Bien naturellement, de telle façon
Qu’il en fut préoccupé
En le sentant enfler.
L’église était sombre,
Il y avait peu de gens et,
Craignant trop de se laisser aller,
Le saint homme, bouillonnant,
Eut recours à un remède courant.
Il empoigna avec prudence
Son membre rebelle par le milieu.
Cela fut exécuté si à propos
Le temps d’un memento homo
En lui passant la main sur le dos.
Pendant ce temps, la jeune fille
Acheva sa confession et dit au saint homme :
—Mon père, donnez-moi l’absolution
et appliquez-moi ensuite l’indulgence
que contient votre relique,
car la vertu qu’elle renferme
peut décharger d’une plus dure pénitence.
Entendant ces propos, en un ronflement,
le moine revint de ses méditations
à moitié étourdi.
Pour l’absoudre il sortit de ses chausses
Sa main humide
Et il toucha la relique consacrée ;
Au lieu de bénir la jeune fille,
Il l’aspergea copieusement.
M. Marti,
34
U. de Nice
—Mon dieu, s’exclama-t-elle, que m’avez vous donc
jeté au visage ?
J’ai senti que cela collait
C’est de la gomme on dirait.
Ce à quoi le moine répondit : C’est sans doute,
ah! ma sœur, que vous avez commis un grand péché
et pour le pardonnez,
la relique est obligée de bien transpirer.
M. Marti,
35
U. de Nice