Escribirse entre desapariciones: Un homme disparaît, Jean

Transcription

Escribirse entre desapariciones: Un homme disparaît, Jean
Escribirse entre desapariciones: Un homme disparaît, Jean-Bertrand Pontalis
Javier Ignacio Gorrais (UNLP)
Este trabajo indaga aspectos vinculados con la experiencia de escritura y su relación con la
vida, a partir de Un homme disparaît (1996), de Jean-Bertrand Pontalis, buscando reflexionar sobre
los procedimientos por los que la práctica escrituraria da cuenta de las diversas formas de expresar
una escritura de sí por medio del diálogo literario, en el que la literatura escenifica las posibilidades
para las invenciones que configuran una historia. Observaremos cómo el engranaje ficcional
cuestiona los hechos de la realidad y pone en evidencia los modos de fabular los acontecimientos,
el pasado y los recuerdos. La memoria, que explora el acaecer y el devenir de los sujetos y sus
posibles historias, recurre a la diseminación de relatos proponiendo una nueva forma de estructurar
la verdad, en el que el material literario instala otro orden. El lenguaje de la ficción posee cierto
plus que le permite hablar y develar lo que otras disciplinas pretenden callar, pues maneja otros
saberes en el amplio campo literario, que Barthes entiende como práctica de escritura.
La invención de historias funciona cuando se parte de una memoria imposible o de un
pasado que no quiere ser recordado, para reconstruir los recuerdos a través de la escritura. Por eso,
la invención habla de manera desviada de aquello que no se quiere mostrar o forma parte del vacío.
La ficcionalización explora la ausencia por el lenguaje, pues a partir de esa falta, de esas lagunas
en las historias personales y de los otros, comienza a desearse la escritura. La experiencia del
escribir permite la constitución del sujeto a partir de las historias que se cuenta sobre sí mismo o
por medio de los otros, apropiándose de sucesos ajenos para construir los propios. La escritura da
testimonio de la historia y del modo en que ésta incide en su existencia, al exponer la destrucción
del espacio del yo, el desdoblamiento de la subjetividad y la presencia fantasmática de los otros.
Esta comprensión del otro lleva a la de sí mismo e impulsa la experiencia intersubjetiva,
construyendo una forma de representar la realidad. La fabulación fantasmagórica da lugar a la
invención: frente al otro, se aprehende la vida como narración y se confirma en la escritura, donde,
realidad y ficción dialogan, tejiendo narrativamente la identidad y representando una visión del
mundo. Ricœur considera necesario afrontar al sujeto de la identidad como práctica, ya que la
cohesión de una vida implica la mutabilidad y la incesante figuración a través de los relatos: la
mediación de la recepción del texto producido, permite al sujeto reconocerse en la historia que se
ofrece sobre sí. Esta ficcionalización a través del otro hace que el sujeto se encuentre y se recupere
en su narración, recobrando un origen y reinventando un modo de identificación, en el sentido de
Derrida: “l’anamnèse autobiographique présuppose l’identification. Non pas l’identité (…) Une
identité n’est jamais donnée, reçue ou atteinte (…) seul s’endure le processus interminable,
indéfiniment phantasmatique, de l’identification” (1996 : 53).
La escritura fragmentaria resulta de la exigencia de un sujeto fragmentado, asociado a varias
figuras: el quiebre, el corte, la escisión, la discontinuidad, el descentramiento, el desorden y la
ausencia. Además, obedece a uno de los aspectos esenciales del sujeto del siglo XX: la
imposibilidad de organizar un relato sobre su propia vida. El individuo se encuentra en un mundo
destruido en donde no se habla de totalidades, sino de multiplicidades, como el yo de las
autobiografías, que experimenta transformaciones al abordar la escritura de sí1. Esta época está
atravesada por la posmodernidad, que decreta la muerte de los grandes relatos y abre lugar a: la
diversidad, la pluralidad, las minorías, la escritura fragmentada, la ausencia de relatos, el orden
dialógico y lo que Deleuze y Guattari llamaron multiplicidad de multiplicidades con el rizoma2.
Un homme disparaît se considera una autobiografía escrita bajo una forma literaria, donde
la ficción aparece desde la mención récit en su portada, llamando al lector a participar de un modo
de leer. Aquí se pone de manifiesto un proyecto creador doble, pero que no deja de ser un solo
texto: por un lado, contar relatos; por otro, exponer su vida, de manera fragmentaria y desdoblada,
exigencia surgida esta iniciativa, pues el libro no se dispone a contar una vida, sino la forma en que
la vida se constituye con otras. Así, invita a leer la relación intersubjetiva que permite la
construcción del sujeto y las narraciones de sí mismo o de los otros, en una escritura que se escribe
mientras los otros la escriben: una escritura de sí a partir de la presencia del otro.
1
Luego de la muerte de Dios, declarada por Nietzsche, y la muerte del autor, teorizada por Barthes, no sorprende que la figura del
autor desaparezca bajo la forma de una encarnación en el personaje o en el narrador. Es el caso de la autobiografía escrita por
Barthes, Roland Barthes par Roland Barthes (1975), anti-pacto, concebido como una autoficción, donde el autor aparece bajo la
forma de anécdotas, fotografías y obsesiones. Se establece un vínculo entre autobiografías y empleo de la ficción a partir de las
condiciones de producción y el camino tomado por la literatura entre los años sesenta y setenta en Francia. Barthes realiza lo que
Doubrovsky transforma en programa: la fragmentación del sujeto, ligada a la deconstrucción del yo autobiográfico en la
posmodernidad. En su autoficción, Doubrovsky (Fils, 1977), muestra las formaciones y las disoluciones del yo para tomar al sujeto
como acto de afirmación y de deconstrucción de la escritura en constante movimiento, evitando la totalización. El yo se disuelve
para eludir el cierre de sentido y evitar devenir fotografía. La modalidad de existencia del yo se determina por la posibilidad de
aparición y desaparición, condición del sujeto que halla su espacio en la obra, en la iteración de la multiplicidad textual: la literatura.
2
Deleuze define multiplicidad como un modo de unidad inmanente, una identidad inmediata del Uno y de lo Múltiple, donde
diferencia y repetición constituyen la lógica de la multiplicidad intensiva. Esta noción de Multiplicidad destruye la alternativa del
Mismo y del Otro. Toda multiplicidad es multiplicidad de multiplicidades: « La multiplicité ne doit pas désigner une combinaison
de multiple et d’un, mais au contraire une organisation propre au multiple en tant que tel, qui n’a nullement besoin de l’unité pour
former système » (Différence et Répétitions, 236). En Mille Plateaux, muestra que toda multiplicidad es « multiplicités de
multiplicités » (47). Allí, el rizoma es caracterizado como la figura que reúne estos aspectos: sistema abierto, múltiple, conectado,
no homogéneo; conexiones transversales, sin raíz dominante; estructura no arbórea ni centrada, que favorece los regímenes
heterogéneos; arma contra los dualismos; anti-método, signo representado y no producto.
El libro, dedicado a su padre y a sus hijos, lleva un epígrafe de Claude Roy que señala la
presencia espectral de los otros en nosotros y orienta la lectura. El texto presenta una estructura
circular, en la que un narrador en primera persona nos sitúa frente a una búsqueda, a un
desconocido, que cruza frecuentemente y cuyo nombre ignora, pero para con quien siente un deber:
“j’ai l’idée que cet homme attend de moi quelque chose, qu’il attend non que je le questionne mais
que je lui parle. Et moi, attendrait-je quelque chose de lui?” (Pontalis, 1996: 14). Esta demanda del
otro guía la escritura del autor y del sujeto de la ficción, ese narrador que explicita una experiencia
de escritura a partir de la figura que se le aparece y lo acecha cual fantasma:
(…) je me dis que cet homme marche vers la mort et qu’il le sait. Il sait qu’il va bientôt mourir.
(…) plus absurdement encore, (…) il est déjà mort et qu’il vient de temps à autre faire un tour parmi nous.
Soudain, toute la ville n’est plus comme lui qu’un fantôme (14-15).
Sobre este desconocido escribe una historia, porque experimenta la exigencia y asume la
responsabilidad de darle una voz:
Est-ce (…) après que j’ai vu l’homme disparaître dans l’autobus, que l’envie d’écrire m’est venue ? (…)
Il y a sur ma table un grand cahier dont toutes les pages sont restées blanches. Je l’ouvre. J’écris ces mots :
« J’ignore son nom. » Rien d’autre. Je ne peux écrire que ces mots-là.
Qui est cet homme ? Qui est cet homme pour moi ? Quelle est cette ombre ?
Il faut absolument que j’écrive cette histoire. Quelle histoire ? L’histoire de qui ? Je n’en sais rien.
J’écrirai l’histoire de celui-là… d’un homme qui, lui, porterait un nom, d’un homme que j’aurai réellement
connu, avant que, lui aussi, je ne le perde de vue, avant que, lui aussi, ne devienne un fantôme (16-17).
El narrador reflexiona sobre la manera en la que su entrega a esta figura interpelante se dará
desde la escritura, cuestionando los modos de expresar esa realidad indecible. Pero, debe hablar en
su nombre, darle materialidad a la desaparición, hacer emerger la voz ausente mediante la
invención de una historia. Por eso, la escritura toma el sendero de un entre dos, donde ficción y
realidad se articulan para constituir un relato:
Je dois le dire, celui-là, je dois lui donner la parole, me mêler à ceux qui l'ont approché, aimé, croisé avant
moi, je dois l'inventer, je dois le rêver. À partir des bribes que j'ai recueillies, avec ce qui me reste de lui peu
de chose (...) le recomposer avec des restes. De lui, de moi, (…) je ne dispose jamais que de restes.
Je ne raconterai pas une vie. Je n'ai aucune idée de ce que peut bien être une vie, la mienne ou de qui que ce
soit. Ce seront des fragments, ce ne pourra être que cela.
Ici et là des blancs. Des lacunes. Des ruptures. Et entre lui et moi, des passages.
Je ne veux pas écrire un roman. Je veux avancer vers celui que j'appelle Julien Beaune sans savoir où je vais,
sans savoir ce que je vais trouver et perdre en suivant ses traces. Julien Beaune, celui que je vois dans mon
miroir quand le commencement du jour se confond avec sa fin.
Je veux donner des contours à une ombre portée (18).
En adelante, el texto se divide en dos partes, Celui-là y Celui-ci, con sus respectivos
capítulos numerados. La primera, la narración en tercera persona de acontecimientos sobre el
personaje Julien Beaune, que casualmente lleva las iniciales del nombre de Pontalis. En la segunda,
el narrador toma la primera persona para reconstruir su historia en relación con Julien y el destino
de este vínculo. Hacia el final, hay un apartado donde la desaparición vuelve y plantea ese par
inescindible, formado por aparecer-desaparecer. La última parte funciona como introducción a un
posible escrito sobre otras desapariciones que orientarán la experiencia de escritura y la invención
de historias, en una práctica incesante de repetición sin salida, como el “ressassement sans cesse”
de Perec, o el “ressassement éternel” de Blanchot, que constituyen el compromiso con el escribir
y la responsabilidad del escritor frente al hombre.
El relato sobre Julien escenifica una biografía fragmentaria que repasa aspectos de su
infancia y su juventud, en relación con acontecimientos de la segunda mitad del siglo veinte,
señalando un trabajo de memoria colectiva atravesado por instancias de memorias individuales,
como escrituras de memoria generacional o cultural, al estilo Perec (Je me souviens; W ou le
souvenir d’enfance; Récits d’Ellis Island): la posguerra, la Segunda Guerra, la Ocupación, los
campos, la desaparición, el desastre. Julien Beaune, posible desdoblamiento de Jean-Bertrand,
aparece como un niño, amigo de un judío, Samuel Friback, de cuyo padre no se sabe nada y que
luego será víctima junto a su madre de la dispersión y el horror nazi. Luego, se mostrará como un
joven estudiante de filosofía que abandonará la carrera para comenzar medicina, pues le interesa
cuidar enfermos, enmendar cuerpos y como reconocerá: “ce sont les disparus, les morts qui nous
nourrissent, nous vivons d’eux” (84). Este aspecto indica el sentido del libro e impulsa nuestra
lectura: la condición de sujeto se constituye por los otros, particularmente por la muerte del otro,
que indica la exigencia de la escritura como práctica de responsabilidad.
Beaune representa ciertos temas de las escrituras de sí y de la literatura que cuestiona
tópicos del análisis, coincidente con las preocupaciones de Pontalis: los vínculos y las imágenes de
los sujetos sobre sus padres, los sueños, la memoria, la experiencia en la lucha por la afirmación
de la existencia, la melancolía y la literatura. Un momento interesante del relato sobre el joven
Beaune es cuando el narrador hace hincapié en la experiencia del espejo: “quand il se trouve face
au miroir, ce n’est pas pour examiner son visage, mais pour s’assurer qu’il y a bien quelqu’un-là.
Quelqu’un qui aurait une forme” (77). Esto ofrece la posibilidad de leer esta construcción del sujeto
a partir de la presencia del otro a quien debe responder. Julien experimenta la carga de sí mismo y
la necesidad de otro para confrontarse cara a cara, porque este enfrentamiento le permite
comprenderse, construir su historia y escribir su vida. Es el reconocimiento en el otro y a través del
otro, donde la figura del espejo devuelve el rostro aterrador del que interpela. Esa presencia es
equiparable a la imagen aparecida en sueños, a la figura espectral que asedia: en este personaje se
dan en los reiterados sueños con su padre (como en Pontalis).
La escritura, la vida, la memoria y los desaparecidos se manifiestan en relación con la
medicina: “La mort, les morts. Peut-être plus encore la mort dans la vie. Les pertes, on finit par les
oublier, les deuils on finit par en sortir, le temps, nous le savons bien, guérit. (…) notre mémoire
n’est pleine que de tout ce que nous avons perdu” (83). Y luego, el sentimiento sobre sus pacientes:
“Je ne suis qu’un dépotoir, ils déposent en moi leur malaise, leur misère, leurs rancunes (…) une
éponge qui absorbe leur angoisse” (114).
La segunda parte confirma las ideas de la primera y configura la relación narradorpersonaje, permitiéndonos leer esta escritura de sí a partir del otro y como respuesta al que con su
rostro llama y espera. En un proceso de identificación, el encuentro del narrador con Julien se
entreteje para alcanzar la narración de sí como otro, la destrucción del espacio del yo para
desdoblarse en el otro y configurar la presencia de la tercera persona, rompiendo con la continuidad
de la escritura egocéntrica y exponiendo la desaparición del yo, que se perfila en un él. Por un lado,
“un événement est toujours l’écho d’un autre, un personnage le composé de plusieurs” (121) ; y
más adelante: “Mon identité était acquise, je serais réduit à cela, à ce peu de chose qui ne cesserait
plus de m’accompagner (…) cette lassitude amère à me retrouver jour après jour le même, alors
que dans mes nuits riches d’apparitions, d’histoires, d’événements, mes nuits méchamment
interrompues, j’avais été mille autres !” (122).
Hacia el final del relato de la segunda parte, el narrador pierde contacto con Beaune, quien
se dirige a ver un enfermo en dirección a Père-Lachaise, quizá a su difunto padre. Luego, se da su
desaparición y las primeras preocupaciones del narrador, que recibe esta situación como si
estuviera habituado a esta cercanía en el alejamiento (“Mi prójimo lejano” (2011: 38), referido a la
escritura y al destinatario, describiendo a este como el invisible que justifica lo invisible), a la
presencia en la ausencia o la presencia espectral:
Je ne l’imagine pas mort, je sais que Julien Beaune n’a fait que disparaître. Je suis seul à le savoir. Un homme
disparaît, vanishes.
Il s’absente. Il est là (144).
Así, se introduce el cierre del libro con una imagen que da sentido a esto de que todo está destinado
a borrarse, como sugiere Pontalis en “Objetos perdidos” y en “Lentos progresos hacia la
invisibilidad” en Al margen de las noches. En esta instancia, el narrador describe el momento en
que se produce la borradura del tiempo, de los límites, en el que el principio y el fin se confunden,
donde las marcas no se perciben y la experiencia de escritura se transforma en nacimiento y muerte.
La vida es como una lenta borradura: “Les êtres que nous aimons s'en vont, ils s'éloignent de nous,
je m'éloigne d'eux, nous les perdons de vue, les lieux où nous avons été heureux sont occupés par
d'autres, ce que nous appelons notre mémoire n'est peuplée que de fantômes mais elle en est
peuplée, preuve que rien de ce qui a compté pour nous ni personne ne disparaît à jamais. Si le temps
ne passait pas?” (141). La exigencia escritural viene de otro lado, dictada por otras voces, las de
los otros en nosotros, figuras fantasmales, que aparecen y desaparecen y vuelven a visitarnos. A
estos debemos responder:
J’en ai fini avec ce que je peux dire de Julien Beaune. Mais reste en moi comme un refus d’inscrire, de
prononcer, le dernier mot, d’assigner une fin à ce qui est et doit demeurer sans commencement. Fin,
commencement, ce sont là des marques que le temps ignore, que je veux, que j’aimerais tant récuser.
Qui m’a dicté ces pages aux voix entrecroisées ? Un père ? Le mien, le ‘Lieutenant’, celui, sans nom, de
Samuel Friback ? Quel mort ou quel disparu ? Ou quel fils apparu ? (…) Autant de visages et de corps, autant
d’ombres, autant de fantômes (145).
El libro termina con una nueva desaparición y el acercamiento del aparecido susurrando su nombre
al narrador, como si el punto final coincidiera y se fundiera en el punto de partida, para recomenzar
una nueva historia, que entre apariciones y desapariciones, exponga una biografía fragmentaria
edificada por la vida de los otros.
El texto se construye en un espacio indecidible entre realidad y ficción, donde escritura
autobiográfica dialoga con expresión literaria, dando lugar a una experiencia de lo neutro, de lo
fragmentario. Si fue leído como una autobiografía, es porque Pontalis desarrolló esta práctica y
acuñó un término para clasificar los escritos donde el sujeto se escribe. Para él, la autobiografía se
dirige tanto a la muerte como a la vida, pues en su propósito por desplegar los acontecimientos
vinculados con la experiencia, traza y construye el recorrido de una vida que sobrevivirá; en este
sentido, la autobiografía enfrenta a la muerte al mismo tiempo que nace la figura del escritor.
Cuando Pontalis se refiere a la autografía sostiene: “c’est le je qui s’écrit sans se prendre
comme objet. On est dans le mouvement même de l’écriture. Le je s’écrit, il ne se décrit pas, il ne
s’objective pas”. Esta concepción de la escritura busca dar con una identidad, que siempre está en
constante cambio, ya que “todo vacila, empezando por nuestra identidad” (2011: 99). Dice en
“Dispersión”: “ya no sé dónde estoy, ni quién soy, en los que no soy ya uno, ni siquiera múltiple,
como si hubiese perdido todo lo que, de un modo u otro me confiere una identidad” (60). La
autografía permite introducir la tercera persona para tomar distancia y mostrar lo más íntimo, sin
hacer aparecer al yo. En esta paradoja, es posible afirmar el yo a través del artificio del él y así
demostrar que la escritura va hacia lo desconocido en uno. Un homme disparaît se hace escuchar
su voz sin hablar de él; escribir en su nombre, pero sin mirarse en un espejo: escribirse a sí mismo.
Sobre la autobiografía y retomando a Michel Leiris explica:
S'il s'agissait dans tous les cas de restituer un Je à celui qui l'a perdu et, à la limite, d'inventer, selon le mot de
Leiris, la « règle » de ce Je déréglé ? De faire entendre, au-delà des traces visibles mais à partir d'elles, la voix
du disparu, de l'effacé, de l'incompris ? De faire parler le muet, de donner par l'écriture un langage à l'infans ?
L'autobiographie apparaît (…) comme une nécrologie anticipée, comme geste ultime d'appropriation de soi,
et par là peut-être comme un moyen de discréditer ce que les survivants penseront et diront de vous, de
conjurer le risque qu'ils n'en pensent rien. (…) toute autobiographie éprouve la contradiction interne : me faire
l'auteur de ma vie (autobiographie de mon père, père de ma biographie...), et m'en faire l'auteur jusque-là où
je suis le plus asservi : (…) faire comme s'il m'était permis d'être l'auteur du langage. Graphie : le je s'écrit ;
des marques du passé sur moi, en moi imprimées, je fais mes traces présentes (1988: 258-259)
Y en Ego scriptor, continúa sobre Leiris, ese “etnólogo del yo”:
Yo escribo, el ‘yo’ habla cuando, creyéndose ausente de su palabra, habla finalmente de verdad. Me interesa
tanto esta diferencia entre escribir sobre uno y escribirse que he llegado a hablar, aquí y allá de autografía. La
autografía no es un género literario como el diario íntimo, las memorias, la autobiografía o el autorretrato. A
mi entender, la autografía es a la vez la fuente y la finalidad del acto de escribir (2011: 71-72).
La escritura y la construcción de la identidad son transitadas por la figura del fantasma, que en
Pontalis aparece ligada al padre:
Un jour, à Strasbourg, je me retrouve sur un banc à côté d'un Algérien pas loin d'être un SDF, qui me parle de
sa vie, et qui disparaît. (…) je me suis demandé ce qui m'avait fait aller dans les pas de cet homme avec qui
je n'avais rien en commun. (…) je me suis rappelé qu'après la mort de mon père j'avais très souvent rêvé de
lui, en vagabond, alors que c'était en réalité un homme assez soucieux de son élégance vestimentaire. Dans
mes rêves, il errait à travers les rues d'une ville, et personne ne le reconnaissait, sauf moi. De son côté, lui
aussi me reconnaissait. Ça a été mon fantasme d'enfance. (…) Il était comme un fantôme.
La escritura que escenifica el diálogo con fantasmas lleva al vínculo entre vida y muerte, ya que el
espectro permite construir en mí al otro “vivant et mort à la fois” (Derrida, 1988a: 54). El fantasma
es un muerto que nunca muere; entre la vida y la muerte, se vive con él y se construye la
subjetividad, partiendo de la alteridad, del otro en mí, que es un deber antes de decir yo y que
implica la hospitalidad. El yo está obligado a responder al otro antes de constituirse como ipse.
La escritura de la vida es una escritura de la muerte, donde el sujeto anuncia su deceso al
contar su vida y al dar su nombre: la autobiografía como escritura funeraria surge del trabajo de
duelo y de la interioridad concebida como exterioridad, para evitar el cierre y permanecer
entregada al otro. La escritura fragmentaria no es una escritura de la muerte, sino una escritura
vacilante, que evidencia la imposibilidad de fijar su punto de anclaje. Cuando la escritura de la
experiencia es atravesada por la literatura, la memoria se ubica más allá de la muerte, por eso
permanece en ese espacio de indecisión entre verdad y ficción. Esta oscilación de los textos
autobiográficos puede concebirse como un indecidible que expone la condición espectral: escribir
se da como la vida y la muerte, como presencia-ausencia de los muertos. En la literatura, el
sacrificio por medio de la ficción habla de la muerte del otro como la que nos concierne y como
presencia irreductible que vive en nosotros. Así, la escritura de la memoria permite la
imposibilidad e impide el cierre de sentido: entre la ausencia y la presencia, señala la errancia y
sitúa el escribir en una experiencia incesante, un ressassement éternel3. Dice Derrida:
Si la mort arrive à l'autre et nous arrive par l'autre, l'ami n'est plus qu'en nous, entre nous. En lui-même, par
lui-même, de lui-même, il n'est plus (…). Il ne vit qu'en nous. Mais nous ne sommes jamais nous-mêmes, et
entre nous, identiques à nous, un "moi" n'est jamais en lui-même, identique à lui-même, cette réflexion
spéculaire ne se ferme jamais sur elle-même, elle n'apparaît pas avant cette possibilité du deuil, avant et
hors de cette structure d'allégorie et de prosopopée qui constitue d'avance tout "être-en-nous", "en-moi",
entre nous ou entre soi. Le (…) soi-même ne s'apparaît que dans cette allégorie endeuillée, dans cette
prosopopée hallucinatoire (1988a: 49).
Y en Spectres de Marx: “Vivre (…) ne s’apprend pas. Pas de soi-même, de la vie par la vie.
Seulement de l’autre par la mort” (1993: 14). La referencia a la muerte del otro se acompaña de
la memoria, porque esta presencia ausente luego de su desaparición se manifiesta como el
muerto vivo, siendo necesario “apprendre à vivre avec les fantômes” (15). Las escrituras de sí
luchan contra estos aparecidos que vuelven para asediar sin cesar la escritura comprometiendo
la respuesta4.
Estos textos son una escritura de la sobrevida, donde la relación verdad-ficción es un
indecidible que evidencia lo fantasmático: escribir, oscilar entre la vida y la muerte, pero también
afirmación de otro y exigencia de respuesta, condición del espectro traducido en presenciaausencia de los muertos en nuestra vida. La escritura de Blanchot abre este espacio sin centro ni
cierre para impedir la clausura de sentido: la experiencia de los límites, donde el sujeto va hacia
afuera, en una situación de exilio hacia su propia descomposición y a la imposibilidad,
abandonando el sí mismo: la desaparición del je en el il.
3
(…) je me répète, mais je tique un peu sur le mot « ressassement » car il revêt un côté obsessionnel. (…) je serais entièrement
d’accord avec le terme « répétition » pris dans le sens originel kierkegaardien de reprise. Répéter, c’est reproduire à l’identique,
tandis que reprendre, c’est corriger, arranger, réparer, mais aussi refaire autrement. (…) nous ne créons pas tout le temps des choses
différentes de soi. (…) je reviens souvent et je veux bien admettre que je ressasse. (…) dites plutôt que je reprends.
4
“Il faut parler du fantôme, voire au fantôme et avec lui, dès lors qu’aucune éthique, aucune politique (…) ne paraît possible et
pensable et juste, qui ne reconnaisse à son principe le respect pour ces autres qui ne sont plus ou pour ces autres qui ne sont pas
encore là, présentement vivants, qu’ils soient déjà morts ou qu’ils ne soient pas encore nés. Aucune justice (…) ne paraît possible
ou pensable sans le principe de quelque responsabilité, au-delà de tout présent vivant, dans ce qui disjointe le présent vivant, devant
les fantômes de ceux qui ne sont pas encore nés ou qui sont déjà morts, victimes ou non des guerres, des violences politiques ou
autres, des exterminations nationalistes, racistes, colonialistes, sexistes ou autres, des oppressions de l’impérialisme capitaliste ou
de toutes les formes du totalitarisme” (Derrida, 1993: 15-16).
Lo indecidible vuelve la responsabilidad imposible, o más bien, la posibilidad que la
responsabilidad exija la experiencia de lo indecidible y la irreductibilidad del otro: “Avant de
répondre de soi, et pour le faire, il faut répondre à l’autre, de l’autre, pour l’autre, non pas à sa
place comme à celle d’un autre ‘moi propre’, mais pour lui” (Derrida, 1988a: 210). Este
pensamiento torna la responsabilidad como imposible respecto del aspecto ético de la literatura
y como posibilidad de memoria: “Et cet être-avec les spectres serait aussi, non seulement mais
aussi une politique de la mémoire, de l’héritage et des générations” (Derrida, 1993: 15). Esto se
produce por la mediación de los otros y por la multiplicidad de escrituras y de lecturas, que
designan las firmas de esas firmas soberanas, que para Derrida son las que saben borrarse,
permitiendo la supervivencia. La decisión entre verdad y ficción es indecidible y permanece en
este espacio, pues el sujeto que dice “yo” se constituye a través de un discurso que nunca llega a
ser totalmente dominado y que está habitado por el otro, presente antes de todo yo, como en
Thomas l’Obscur: “le mot Il et le mot Je montaient sur lui comme de gigantesques cafards et,
juchés par ses épaules, commençaient un interminable carnage, il reconnaissait le travail de
puissances indéfinissables qui, âmes désincarnées et anges des mots, l’exploraient” (Blanchot,
2005: 45).
La literatura une alteridad con responsabilidad como posibilidad de interrogar la condición
humana: el acercamiento al otro orienta la escritura hacia un diálogo intersubjetivo y abre la
instancia para comprometer la palabra, con el fin de insertar la voz para guardar y cuidar la
memoria. La escritura se dirige a la ausencia asumiendo responsabilidad y cumpliendo con una
deuda anterior a toda elección, que se encuentra en el origen de nuestra libertad: la muerte del
otro. En Blanchot, el cuestionamiento del sujeto por la escritura muestra la experiencia de la
imposibilidad y la literatura como movimiento incesante, en el que el sujeto aparece y desaparece
a la vez. El diálogo apunta al infinito sin perseguir la recuperación de sí, sino la distancia de lo
propio: exponer la alteridad en esta no presencia del yo, en esta desposesión de sí. En L’Ecriture
du désastre leemos: “Écrire […] c’est annoncer […] l’absent […] répondant non seulement au vide
dans le sujet, mais au sujet comme vide, sa disparition […]” (1980: 186). La relación intersubjetiva
permite pensar el vínculo entre el escritor y su obra: “L’oeuvre exige de l’écrivain qu’il perde toute
‘nature’, tout caractère, et que, cessant de se rapporter aux autres et à lui-même par la décision
qui le fait moi, il devienne le lieu vide où s’annonce l’affirmation impersonnelle” (1968: 58). Este
pasaje del je al il corresponde al triunfo de la impersonalidad de la subjetividad y del trabajo del
escritor a través de la experiencia de escritura, destituyendo al sujeto. Este movimiento infinito y
errante, lanza al escritor fuera de sí, hacia el Afuera, sin lugar y sin descanso:
Le recommencement, la répétition, la fatalité du retour (…) d’une répétition sans fin, où le même est donné
dans le vertige du dédoublement, où nous ne pouvons pas connaître mais reconnaître, tout cela fait allusion
à cette erreur initiale qui peut s’exprimer sous cette forme : ce qui est premier, ce n’est pas le
commencement, mais le recommencement, et l’être, c’est précisément l’impossibilité d’être une première
fois (331).
Esta experiencia de imposibilidad y la escritura reposan en la multiplicidad y el errar perpetuo:
“L’incessant, le répétitif de l’interminable par où il n’y a peut-être plus lieu de distinguer entre
être et ne pas être, vérité et erreur, mort et vie, car l’un renvoie à l’autre” (1980: 140). Los bordes,
las transgresiones, son el destino del escritor y de su escritura:
Ecrire (…), c’est toujours (…) récrire, et récrire ne renvoie à aucune écriture préalable, pas plus qu’à une
antériorité de parole ou de présence ou de signification (…) Le « re » du retour inscrit comme l’« ex »,
ouverture de toute extériorité : comme si le retour, loin d’y mettre fin, marquait l’exil, le commencement
en son recommencement de l’exode. Revenir, ce serait en venir de nouveau à s’ex-centrer, à errer. Seule
demeure l’affirmation nomade (Blanchot, 1984: 48-49).
En el espacio literario, se hace hablar a los muertos y se muestra los fantasmas que visitan la
escritura: la literatura constituye una repetición interminable de palabras, donde la muerte sin
muerte define el horizonte sin horizonte de la responsabilidad del escritor: “Le Neutre, la douce
interdiction du mourir (…) Parole encore à dire au-delà des vivants et des morts, témoignant pour
l’absence d’attestation” (1984: 107).
Bibliografía:
BARTHES, Roland (1967). El grado cero de la escritura, Buenos Aires: Editorial Jorge Álvarez.
BLANCHOT, Maurice (1968). L’Espace littéraire, Paris, Gallimard.
BLANCHOT, Maurice (1980). L’Ecriture du désastre, Paris, Gallimard.
BLANCHOT, Maurice (1984). Le Pas au-delà, Paris, Gallimard.
BLANCHOT, Maurice (2005). Thomas l’Obscur, Paris, Editions Gallimard.
DELEUZE, Gilles (1969). Différence et Répétition, Paris: P.U.F.
DELEUZE, Gilles et GUATTARI, Félix (1980). Mille Plateaux, Paris: Les Editions de Minuit.
DERRIDA, Jacques (1988a). Mémoires pour Paul de Man, Paris, Editions Galilée.
DERRIDA, Jacques (1988b). Signéponge, Paris, Seuil.
DERRIDA, Jacques (1993). Spectres de Marx, Paris, Galilée.
DERRIDA, Jacques (1996). Le monolinguisme de l’autre ou la prothèse d’origine, Paris: Galilée.
PONTALIS, Jean-Bertrand (1971). Après Freud, Paris: Gallimard.
PONTALIS, Jean-Bertrand (1988). Perdre de vue, Paris: Gallimard.
PONTALIS, Jean-Bertrand (1996). Un Homme disparaît, Paris: Gallimard.
PONTALIS, Jean-Bertrand (2011). Al margen de las noches, Buenos Aires: Paidós.
PONTALIS, Jean-Bertrand (2013). Marée basse, marée haute, Paris: Gallimard.
RICŒUR, Paul (1996). Soi-même comme un autre, Paris: Seuil.
VH101 (1971). La teoría, Barcelona: Anagrama.