Muy buenas noches a todos, muy bienvenidos, especialmente

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Muy buenas noches a todos, muy bienvenidos, especialmente
La escritura del testimonio, la escritura del caso
Cecilia Gasbarro
Me ha gustado mucho la convocatoria para participar hoy aquí, particularmente por esa
sutil diferencia que puede leerse, pautada por una puntuación –la coma- entre la escritura
del testimonio, que en verdad son múltiples y sucesivas escrituras y lo que decanta, cada
vez, como escritura del caso.
Me interesa destacar esa diferencia porque mi experiencia ha sido y sigue siendo la
siguiente: desde la primera escritura del testimonio -producida cuando entré como
pasante en el dispositivo del pase y que, como sabemos, no se lee sino que se cuenta- cada
nueva vuelta, cada nueva escritura, producía efectos, especialmente en lo que hace al caso
como tal. Seguramente esta experiencia es compartida por otros colegas AE; lo hemos
escuchado muchas veces, ya sea de manera explícita o en acto, en el momento de
escucharlos o leerlos. Seguramente, no de la misma manera para cada cual. Intentaré
entonces transmitirles la mía.
1) Mi relación con la escritura
Posiblemente algunos de ustedes sepan que escribir, particularmente textos de
psicoanálisis, se constituyó en una dificultad enorme para mí desde que empecé a hacerlo.
No me extenderé en esto ahora, está planteado en el primer testimonio y volví varias veces
sobre ello. Con buenas razones, porque esa dificultad, que iba de la postergación a la
angustia, fue el motor que me impulsó a pedir el análisis del que saldría 18 años después
con la satisfacción de haber llegado a un punto de conclusión y con el deseo de
transmitirlo. Sabía, por supuesto, que en el mejor de los casos –es decir, una nominacióniba a tener que pasármela escribiendo. Y ahora, mientras estoy escribiendo, vuelvo a
comprobar que no me resulta fácil; forma parte de mi resto sintomático incurable, aunque
ha mermado muchísimo el sufrimiento que conllevaba. Y, sobre todo, ha cambiado mi
manera de escribir. Recuerdo que cuando tuve la ocasión inolvidable de leer mi segundo
testimonio en el Congreso anterior, tres semanas después de haber leído el primero, había
escrito un párrafo en el que catalogaba los textos que producía antes como “sin fisuras”,
aludiendo a un estilo cerrado y compacto. JA.Miller, que comentó el testimonio, dijo que
yo acababa de leer un texto preciso, sin fisuras. En ese momento tuve una sensación de
desconcierto, porque ¡parecía que estaba igual que al principio! Luego de unos minutos,
dijo: “hay que poder hacer un texto sin fisuras”. La misma pequeña frase tomaba así una
perspectiva totalmente diferente, pero me costó un tiempo y varias escrituras de
testimonios posteriores darle cuerpo a esa diferencia. Sigo pretendiendo textos sin fisuras,
pero ahora, me parece, tienen aire, son más livianos. Y lo que realmente me produce
satisfacción es el momento de leerlos. La escritura de los testimonios, y también otros
textos que he producido en estos últimos años, que no han sido pocos, me parece que dan
cuenta de un desplazamiento que para mí es decisivo: más que su forma, me interesa la
posibilidad de transmisión; la chance de producir contingentemente una resonancia que
tenga efectos en los análisis de alguien, o algunos otros, así como yo pude servirme de la
escucha y el estudio de muchos testimonios de pase para producir algunos virajes en mi
propio análisis.
Retomo ahora lo que propuse al principio, esa sutil diferencia entre escritura del
testimonio y escritura del caso. Me animo a forzar el argumento para decir del testimonio
al caso. Es un forzamiento, desde luego, pero me sirvo de él para introducir una cuestión
que, nunca bien dirimida, sobrevuela cuando se escuchan/leen testimonios de pase.
¿Cuánto de hystorización y cuánto de lógica del caso como tal? Es un equilibrio muy difícil.
No es posible transmitir el caso, sus secuencias, sus consecuencias, sin apelar a la verdad
mentirosa que, tal como propone Lacan1, hay que testimoniar lo mejor posible. ¿Y cómo
es lo mejor posible? Cada uno se las arregla para inventarse ese decir; en todos los casos
tiene sus efectos.
2) Efectos
El primero que detecté, porque se me impuso más allá de ningún esfuerzo, fue una
reducción. Cada vez hacían falta menos palabras para dar cuenta de lo que se declinaba
fuertemente como el testimonio de un caso.
El segundo es más complicado de resumir. Se compone de sueños producidos mientras
escribía un testimonio, contingencias de la vida que se enlazaban con la escritura de otros,
y que me permitieron cernir un trozo de real con mucha más precisión que al principio de
lo que llamamos el post-analítico. Tal vez el título de mi testimonio en el último Encuentro
Americano: “El agua que se desliza por las grietas”, lo dice lo mejor posible.
Ese saldo ha sido y es enorme para mí. No puedo mensurar si algo de esto tuvo alguna
resonancia en algunos otros, es decir, si ese saber producido a expensas de dejar cada vez
mi libra de carne, tuvo un efecto en la comunidad, uno por uno. Espero que sí.
Lo último que me gustaría compartir con ustedes es la cuestión de la escritura de un caso
más allá del propio. Estamos al final de una Jornada Clínica donde muchos colegas se han
tomado muy en serio la tarea de encontrar un bien decir de cómo analizar al parlêtre,
guante que ofreció J.A.Miller2 en su Conferencia en el último Congreso.
3) Al grano!
Mi gusto por presentar casos clínicos en diversos lugares fue un efecto de análisis. Su
escritura cada vez me llevaba al anhelo de poder presentar, sin más ni menos en lo posible,
lo que quería plantear como ocasión para la conversación. Eso implica un equilibrio difícil,
como ya he dicho, entre lo que llamamos “historia de vida” y la logificación del síntoma,
del fantasma si se pudo aislar, etc.
Ser pasadora fue otra oportunidad maravillosa de hacer el esfuerzo de escribir un caso
para que pudiera ser transmitido al cartel del pase lo mejor posible. Recuerdo una vez (mi
primera como pasadora ) escuchar al Mas uno increpar al pasador: “¡Al grano!”.
Ciertamente, había que resumir a veces horas de escucha a un pasante a unos cuantos
minutos en los que había que tratar de transmitir el grano. Si no lo había hecho el pasante,
era tarea del pasador.
“Un caso es un caso si testimonia, y lo hace de la incidencia lógica de un decir en el
dispositivo de la cura, y de su orientación hacia el tratamiento de un problema real, de un
problema libidinal, de un problema de goce”3. Me parece una indicación preci(o)sa que
me orienta tanto para presentar mis casos como practicante del psicoanálisis, como
pasadora cuando me tocó hacerlo, y cuando se me convocó como AE para presentar mi
propio caso en múltiples ocasiones. Ir al grano es hacer el esfuerzo de transmitir ese
problema real, y es un esfuerzo del que vale la pena ocuparse. Persevero en ello y, para
concluir, en lo que hace a mi propio caso, creo haber testimoniado de la mejor manera en
que me fue posible lo que fue un cambio decisivo en la economía de los goces: una
deflación del goce fálico que permitió la emergencia de un goce más allá, no-todo,
ganancia para mi vida como mujer y para mi práctica como analista.
1
Lacan, J. “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11” en Otos Escritos, ed. Paidós,
Bs.As. 2012, p.601
2
Miller, j.A. “El inconsciente y el cuerpo hablante”, en Lacaniana...
3Laurent,
E, “El caso, del malestar a la mentira”.
La escritura del testimonio, la escritura del caso clínico
Santiago Castellanos
1.-En el dispositivo del pase se trata de hacer una transmisión oral a los pasadores de la
experiencia de un análisis que se da por concluido y si hay nominación de AE se trata de
una transmisión a la comunidad analítica en la que además hay una escritura del
testimonio y de las diferentes elaboraciones que durante los tres años de ejercicio el AE va
produciendo.
Si cada AE testimonia según el estilo y la particularidad de su sinthome, ¿podemos hablar
en sentido estricto de la escritura del caso clínico? ¿De qué se trata en esa escritura?
Durante los tres años de ejercicio, que en mi caso se terminan en los próximos meses, esa
escritura va tomando diferentes caminos, diferentes aproximaciones para bordear lo real.
2.-Dos años antes de finalizar el análisis un sueño supone un punto de inflexión y cierto
horror al encontrarme con el propio deser. Momento de crisis. Por esta razón dije en el
primer testimonio que para mí lo fundamental sería lo que vendría después. Uno sale de
ahí como en el cuadro de los embajadores de Holbein pero sin saber muy bien lo que le
espera y como finalizar el análisis.
Le pregunté al analista: ¿Y ahora qué, cómo se acaba el análisis?
El analista me contestó que había dar una vuelta más, lo que interpreté como que tenía
que construir mi propio caso clínico.
Dar una vuelta más para mí era construir el propio caso y tal vez la perspectiva del pase.
Eso duró dos años. Sin embargo, giraba en redondo una vez que habían sido localizados
ciertos fragmentos de real alrededor de los cuales solamente podía añadir un plus de
sentido. En la construcción del propio caso no encontraba la puerta de salida para dar por
finalizado el análisis.
En ese contexto se produce la sesión más corta que recuerdo. Comencé diciendo que “el
análisis está hecho de piezas sueltas” y el analista me contestó: “exactamente”, dando por
finalizada la sesión. Me levanté del diván y le comenté que no me daba tiempo a decirle…y
me respondió: “queda suelta”.
Ahora puedo decir, que en mi caso no solamente fue necesario que fuesen franqueados los
restos fantasmáticos, sino que también hizo falta que el analista introdujera la
inconsistencia y el sinsentido a través del corte para que se pudieran dar las condiciones
de finalización del análisis. En cada vuelta que realizaba para construir mi propio caso
clínico se trazaba una imposibilidad.
Se trataba del tramo necesario para finalizar el análisis en la perspectiva del sinthome.
Esta perspectiva supone que la satisfacción del final del análisis tome la medida necesaria
para poder darlo por finalizado pero para ello tuve que encontrarme a través de un sueño
con lo contrario de lo que buscaba.
3.-En el sueño aparecen cuatro letras CPUT y un guión. Cuando me despierto estoy toda
la mañana tratando de entender el significado de esas cuatro letras. No asocio nada y se
me ocurre la absurda idea de hacer una búsqueda en Google.
No puedo hacer la búsqueda. El problema es que el guión está y no sé entre que letras
ponerlo, realmente es un agujero que no puedo escribir en ninguna parte. El guión pasa
de esta forma a tener una función de no articulación de las palabras, no cesa de no
escribirse. Se pierde el guión, queda suelta, el sentido está excluido. Las letras y el agujero,
ya no hay más.
La clave del final es que no hay ninguna clave. Podría decir no hay caso clínico, al menos
no encontré la construcción que yo esperaba. Entonces apareció la certeza del final del
análisis. Quedan las piezas sueltas.
-Hay un niño pequeño de 4-5 años que juega con varias niñas y en uno de esos juegos
experimenta una intensa excitación que no puede ser simbolizada por su precocidad y la
dificultad para darle algún sentido. El cuerpo queda marcado por ese agujero y la mirada
como el objeto de goce privilegiado en su economía libidinal, que localiza algo de ese
exceso, pero no todo.
-Hay una madre que le dice a su hijo “Hay algo más, pero no te lo puedo decir”.
-Hay un niño de 8 años que mira a su padre caído en el suelo. ¿Está vivo o está muerto?
Aspirado por esa escena me pasaré la vida tratando de eyectarme de ese agujero.
Ese movimiento se convertirá en el índice del propio sinthome, que incluye lo real y la
repetición, un modo de gozar, un funcionamiento simple, matriz real de los diferentes
síntomas. Podría decir mi caso clínico se reduce a eso, lo demás es el decorado que adorna
la neurosis.
4.-Cuando me entrevisté con los pasadores comencé hablando de esas piezas sueltas. Todo
se podía leer a partir de esos trozos de real. Sin embargo, los pasadores no se conformaron
con eso. Querían saber. Me preguntaban y me volvían a preguntar cómo había llegado
hasta allí.
En cierta manera, me invitaban a construir mi propio caso.
Durante el análisis el recorrido es del sentido a lo real y sin embargo en el procedimiento
del pase hay que dar cuenta de ese recorrido analítico y hay algo de la construcción del
caso que se pone en juego. Es decir, hay que dar cuenta de los momentos fundamentales
del recorrido analítico, la caída de las identificaciones, la construcción y travesía del
fantasma etc…al menos mi pase fue así. De lo real a la hystoria que se cuenta. Hay algo de
la construcción del propio caso que conviene transmitir, de lo real al sentido, estructura
de ficción.
En el pase se trata de dar cuenta del recorrido que cada uno ha realizado hasta arribar a
lo incurable del síntoma, a lo imposible de decir y la satisfacción alcanzada al final. Sin
embargo, a veces demasiada construcción del caso, según mi experiencia en el cartel del
pase, impide que lo más singular emerja y el cartel no pueda concluir con una nominación
de AE.
5.-¿En qué sentido podríamos considerar el caso clínico de cada AE como un caso?
Creo que en la medida en que lo que se espera es una transmisión de la huella más singular
del goce, de cómo se llegó hasta allí, de la satisfacción alcanzada al final. Se trata de
designar un modo singular de goce y en ese punto es donde podemos localizar la verdadera
clínica, la escritura del propio caso clínico.
Durante los tres años de ejercicio como AE esto se ha ido desarticulando todo el rato.
Nuevas perspectivas y nuevas elaboraciones en las que esas piezas sueltas continúan
siendo la referencia que no cambia. Lo inasimilable al sentido y lo que permanece como
brújula del ejercicio en las funciones como AE.
La escritura del testimonio, la escritura del caso clínico.
Silvia Salman
“Un caso clínico que no es como los demás”
¿Hasta qué punto su propio testimonio puede o no ser tomado como un caso clínico? Es
la pregunta que orienta esta intervención al final de la Jornada clínica de nuestro X
Congreso.
Al respecto, sólo diré que mi testimonio como el de otros AE, es un caso clínico, pero
agregaría al modo en que lo hace Lacan cuando se refiere a la terapéutica, “un caso clínico
que no es como los demás”.
Es verdad que ningún caso es idéntico a otro, sin embargo trataré de ubicar lo que hace al
AE un caso sin igual.
Practicar el pase
La construcción de mi propio caso para presentarme en el dispositivo del pase, fue tal vez
el mayor desafío que atravesé en mi práctica como psicoanalista.
¿Por dónde empezar? Fue la pregunta que me hice y que le hice al analista al borde de la
salida. Ese fue el momento de ensayar diferentes maneras de hystorización, diferentes
lógicas a través de las cuales podía relatar mi propia experiencia de análisis. Y ese fue
también el primer tiempo de mi experiencia de pase.
Luego vino la decisión y el acto de pedir la entrada al dispositivo.
Cada pasante interpreta el pase a su manera y eso condiciona los modos de construir un
relato, de elaborar una ficción.
Ya no se trata de hablarle al analista sino de tomar la palabra ante los pasadores: la
construcción del fantasma, el padecimiento del síntoma, los embrollos de la transferencia,
el circuito pulsional, el desinvestimiento libidinal, lo que resta como imposible, y otros
divinos detalles que el encuentro con los pasadores provoca.
En este momento de la experiencia, se trató de encontrar al menos para mí, un cierto
equilibrio entre lo que se narra de una vida y la lógica analítica que se construye para
demostrarla.
Y si la nominación de AE llega, entonces habrá una nueva ocasión de hablar, esta vez ante
un público más amplio. Es en este tercer tiempo que la escritura juega su partida.
¿Por donde empezar? Fue la pregunta que nuevamente se impuso, esta vez sola ante mí
misma.
El testimonio fue para mí una escritura absolutamente novedosa, inédita, incomparable
con cualquier escrito realizado sea teórico o clínico, incomparable con el relato de
cualquier otro caso que no es el propio.
Fue también una escritura que en tanto práctica discursiva implicó fuertemente una
política, la de la enunciación y algunas veces, si lo lograba, un efecto poético.
Un caso clínico encarnado
El testimonio público que el AE dirige a la comunidad, hace de él, si puedo decir así, un
caso clínico encarnado. Se agrega al caso entonces, la dimensión del cuerpo y de la voz que
permite apresar lo vivo de una experiencia y de una transmisión, y que también puede
hacer vibrar algo en el auditorio.
El AE es autor y actor1 de su propio texto y esto permite no sólo una demostración de saber
sino también y especialmente una demostración de una satisfacción.
Hacer pasar la satisfacción no solo del final del análisis sino de la experiencia en su
conjunto, eso es en el fondo lo que un pase hace resonar.
Nuestra clínica se nutre de esos efectos que sobrepasan al saber, y esta es una pieza
fundamental para renovar nuestra práctica y decirla mejor.
Escrituras mínimas
Un psicoanálisis debe circunscribir lo que Lacan llamó causas mínimas, expresión que
traduce la desproporción enorme que hay entre la causa y el efecto. Así, lo que llamamos
inconciente reside allí, en esta discordancia.
Esta fórmula es una invitación a que el analista se ocupe de las causas mínimas y no de las
grandes cosas, es una invitación a que sepa que en las cosas mínimas yace el resorte de
su acción2.
Efectivamente, cada uno de nosotros está atado a un trozo de discurso, tanto más vivo que
la propia vida. Y la experiencia analítica consiste en desatar y consentir a ese trozo de
discurso que marcó por entero nuestra existencia.
Hystorizar el cuerpo a partir de una escritura mínima, puede ser un modo de concebir una
experiencia de análisis. A la vez que aislar esa escritura mínima al final del trayecto, puede
ser un modo de nombrar aquello de lo cual el AE testimonia como producto de la
operación analítica, esos trozos de real a los que sólo accedemos en un análisis.
Nombrar el propio goce enseña a bien decir el goce de los otros
Puntos de imposibilidad
Por otra parte, una experiencia analítica circunscribe y reconoce un cierto número de
imposibles3, los que se derivan del curso mismo de un análisis. Es una cierta relación con
lo imposible lo que se obtiene al final del trayecto.
¿Cómo escribirlo? ¿cómo decirlo?
Lo imposible de decir comanda la serie, pero también lo imposible de nombrar. Sin
embargo los testimonios de los AE muestran el esfuerzo enorme que empuja el deseo de
transmisión, esfuerzo de nombrar ese innombrable, de señalarlo o al menos de indicarlo.
El pase es el lugar privilegiado para demostrar esos puntos de imposibilidad y eso tiene
consecuencias tanto en el acto de decir como en el de escribir.
Letra viva
¿Que ocurre cuando quiero escribir sobre un caso de mi práctica?
Una pregunta sobre la dirección de la cura, una constatación sobre los efectos de una
interpretación, un impasse en la transferencia o las consecuencias de un control son entre
otros, algunos puntos de partida posibles para la escritura de un caso.
El detalle de lo que quiero decir comanda.
Sin duda mi forma de escribir cambió después del pase, pero también mi forma de hablar.
Es un decir que cuenta con la escritura de esos puntos de imposible que la operación
analítica surcó.
No siempre, no todo, pero algo se aireó después de la experiencia del final del análisis,
después del pase y de la práctica de escritura de los testimonios. Algo se aireó también en
mi práctica y en mi transmisión clínica.
Para concluir, diré que la escritura de un análisis tanto como la escritura de un caso clínico
no es letra muerta, un psicoanálisis lleva las marcas vivas de una enunciación y de un
deseo que aún hoy podemos nombrar como el deseo del analista.
Entonces, letra viva…
1
Montribot, P.: “Performance” en Lacan et l’intranquillité du psychanaliste,
Supplément de la Lettre Mensuelle, octubre 2011, p.50
2
Miller, J.-A.: La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Ed.Paidós, BsAs, 2003,
p.175
3
Laurent, E.: III Coloquio de la Orientación lacaniana en referencia al libro Sutilezas
analíticas de Jacques-Alain Miller, Grama Ediciones, BsAs 2013, p.74
Escritura del caso clínico, escritura del testimonio
Marina Recalde
Puesta a escribir sobre la escritura del testimonio, la escritura del caso clínico, me detuve
fundamentalmente en la palabra "escritura". Es decir, qué produce el efecto de la escritura
en el testimonio mismo y, también, en aquél que testimonia.
El testimonio es un caso clínico, que pretende ser paradigmático. Al menos así lo entiendo.
Y, abordado así, permite ser trabajado como tal. De hecho, lo hacemos muchas veces,
cuando tomamos algún testimonio como un caso que nos enseña.
Es una pregunta de Jacques-Alain Miller la que me permite pensar una respuesta a esa
cuestión central que formuló en los siguientes términos: el relato lacaniano de casos, ¿no
tiene como forma verdadera el testimonio de los AE, es decir, el testimonio como aquél
ejemplo que muestra?
¿Y qué muestra un testimonio? ¿Qué se escribe, cada vez, con cada vuelta?
¿Cómo responder de un modo ajustado a estas cuestiones? No se me ocurre mejor
solución que hablar de mi propio caso. Escribí, si no llevé mal la cuenta, más de 14
testimonios. Sin contar aquellos fragmentos testimoniales en los que daba alguna que otra
vuelta, que me permitía avanzar.
Mi caso hoy, no es el mismo caso sobre el que recayó la nominación. Casi me atrevo a decir
que es otro. El trabajo en estos tres años ha sido fundamental para continuar en cierto
sentido mi posición de analista de mi propio caso. He comprobado en carne propia, con
todo lo que eso implica, esa famosa frase de Lacan "me la paso pasando el pase". La
exigencia es mayúscula. Con todo lo que eso implica, también.
A lo largo de estos años, con la escritura, y teniendo a la comunidad analítica como
interlocutora, es que he podido "morder" un poco más ese un real que no cesa. Así, en mi
propio caso, el cuerpo ha ido decantando, cada vez, con cada escrito.
Hay la exigencia de transmitir la lógica de una cura, y ese real singular producido por la
experiencia analítica misma.
Me encanta la manera en que Antoni Vicens, AE entre 2008 y 2011, dice de lo que sucede
en ese tiempo de transmisión: "los tres años de enseñanza son simplemente la intrusión
de una satisfacción en aquello que uno tiene para enseñar en la Escuela. El estilo se perfila,
y queda como resto inanalizable por si la Escuela lo quiere"(1).
Ahora bien, esa intrusión de una satisfacción, no es (o al menos no fue mi caso) sin un
plus que se va produciendo en ese tramo. Es una satisfacción productiva.
Llegué a la nominación con un modo decidido de nombrarme y un modo de lazo que me
permitió ligarme nuevamente a la Escuela, dar ese paso suplementario, no obligatorio,
que es el pase. La primer escritura del testimonio fue aquella con la que había llegado a
los pasadores, no sin una reducción, primera, que intentaba circunscribir el hueso de lo
que había sido la lógica de mi cura.
A partir de allí, en el torbellino de la exigencia de decir, cada vez, algo más de esa
experiencia, fui dejándome llevar y también, por qué no, forzando el decir. Decir, cada vez,
algo más de ese real circunscripto, algo nuevo que permita avanzar, un poco más, y otro
poco más. Desde esta perspectiva puedo decir que escribir un testimonio -al menos para
mí- no fue sin sorpresas. No sabía de antemano que eso iba a sucederme. Y no es sin los
ecos que he recibido de lo que traté de trasmitir. Eso implica una nueva responsabilidad,
también en mi lazo a la Escuela y al psicoanálisis.
Así, pude entender la lógica de la mostración pública de los pases inventada por Miller y
verificar, cada vez, que el acontecimiento de pase no es la nominación sino que es el decir
de uno solo, AE, cuando pone en orden su experiencia, en la práctica del pase misma. Es
decir, no sin lo que se escribe y transmite.
También sé que no es algo acabado, siempre hay algo que escapa en ese efecto de discurso
que llamamos escritura. Parafraseando a Carla Guelfenbein(2), lo complicado de escribir
es tener que usar las palabras. Pero no hay otro modo. Y no es sin eso que se avanza. No
para colmarlo sino precisamente para poner en forma, cada vez, lo que irremediablemente
fracasa. Y no es sin la comunidad analítica, que permite alojar y transmitir ese real dispar,
singular, que me permite arreglármelas de un nuevo modo, y estar entre otros, de otra
manera también, por fuera de las coordenadas fantasmáticas que atormentaban mi vida.
El pase también es no-todo. Y la comunidad puede recepcionar (cuando acontece) algo de
lo que cada AE pueda aportar.
No recuerdo ahora exactamente dónde, pero alguna vez leí que escribir no es para relatar
lo que existía antes, sino para crear aquello que se relata.
Para concluir, quisiera tomar ese aspecto del cuerpo que se presentificó para mí como
efecto de ese trabajo incesante. El temblor en el cuerpo, acontecimiento históricamente
ligado a la angustia, puede ser ahora situado como signo de la vitalidad que me agita.
Vitalidad que siempre estuvo, pero que ahora tiene otro uso, posibilitado por el análisis, y
puesto en acto en la práctica del pase mismo. Y en la vida, claro.
Así, una nueva vuelta en la transmisión, una de las tantas, me permitió nombrar de otro
modo, mucho más radical, aquello que en el primer testimonio había ligado al humor,
rasgo que provenía del Otro materno, como un modo distinto de responder a la angustia,
también.
Haber introducido la vitalidad que en mí y en mi cuerpo tomó y toma diversas y decididas
maneras, no invalidan que muchas veces han sido matizadas por ese humor que me ha
permitido suavizar el peso superyoico de la neurosis. Aquella vitalidad me había
constituido, como golpe de vida vivificando un cuerpo, posibilitando la salida del estrago.
Lo singular, en mi caso, es que ambas caras estaban allí, presentes, en el Otro materno.
Es interesante aquí evocar una pregunta que hiciera Marie-Helene Brousse a los AE que
estábamos presentes en las últimas Jornadas en Belo Horizonte el año pasado y que
produjo en mí un doble impacto. Primero, por la extraordinaria lucidez de esa pregunta y,
por el otro, por la rapidez con la que vino una escena a mi cabeza, que había pasado por el
análisis. Ella nos preguntó en qué momento cada uno de nosotros había caído en la cuenta
de que la madre era una mujer. Pregunta clínica capital, fundamental para el armado de
un cuerpo sexualizado. En mi caso, recordé una escena, donde mi madre hablaba con
amigas. ¿El tema? los maridos. Y yo espiaba con las orejas. Ahí yo advertí en ella una
sonrisa cómplice y divertida y un comentario que la mostraba como mujer. Aun hoy siento
en el cuerpo el eco de esa perturbación.
Hace algún tiempo atrás, tuve una charla con ella, con mi madre. El contenido me lo
reservo. Pero sí quiero contarles una frase, importante, que me permite entre otras cosas
deslindar la madre, la hija, y la mujer que en mí conviven. ¿Podemos decir -dijo- que entre
nosotras las cuentas están saldadas? Lo están, sin dudas. Las cuentas con el Otro materno
están saldadas. Aunque haya restos, lo están. Tal vez, como dije hace poco, ese sea un buen
modo de nombrar hoy aquello que permitió y permite armar este cuerpo. Este cuerpo de
mujer, fallido por cierto, con el que me llevo como puedo y como cada contingencia me lo
permite.
1
Vicens, A., "Sutil Escabel", en La Colección, de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.
núm. 8 Qué pasa en el pase, edita ELPCS, Madrid 2002. Agradezco la referencia del libro
a Débora Nitzcaner.
2
Guelfenbein, C., "…cuando un día descubre que lo complicado de hablar es tener que
usar las palabras", en Contigo en la distancia, Buenos Aires, Alfaguara, 2015.
Caída del caso
Anna Aromí
Caso es lo que cae. ¿Lo que cae de dónde? Lo que cae de la clínica.
¿Y la clínica, qué es? La clínica, aunque no lo parezca es simple, son las casillas para
clasificar lo que se dice.
¿Entonces, lo que cae de las casillas…? Eso es el caso.
Al comienzo de un análisis, a lo que no entra en las casillas lo llamamos síntoma. Enlazado
a la transferencia –sostenida por un deseo de analista- ese síntoma deviene analítico. Y
roído hasta el hueso, al final del análisis, el analizante puede reconocerlo como su
satisfacción más auténtica, “soy eso”, y autorizarlo como sinthome.
Esto significa que en el psicoanálisis, desde el comienzo y no solamente al final, lo que
interesa es eso que no entra en las casillas del Otro. El analista sabe que “eso” es goce, y
que para tratarlo se necesita que una parte de ese goce, emulsionado con el sentido, se
enlace con algunos significantes del sujeto y ocupe un lugar en el discurso.
A partir de entonces ya no se tratará de lo que no entra en las casillas sino de lo que cae de
ellas; es decir de lo que, de alguna manera, ya es producto del tratamiento. En el
psicoanálisis no nos confrontamos con un real en bruto sino con trozos de real en tanto
que tratados por el discurso.
Hay un paso en el análisis cuando se presenta algo que desborda y que tomamos como
efecto del tratamiento para reintroducirlo de nuevo. Es lo que hacía Freud: ¿un accidente
no lo deja venir a sesión?, es resistencia al análisis; ¿se ha puesto usted enfermo?, es
resistencia al análisis también. Todo es resistencia. En efecto, como aclara Lacan, la
resistencia es del analista cuando no la sitúa donde corresponde, es decir como efecto del
análisis y por tanto como oportunidad de otro paso posible.
Pensar la resistencia como obstáculo es situarla como fenómeno imaginario, mientras que
captar que lo que resiste es el discurso es reconocer que no todo el goce se deja capturar
por el sentido y lo que cae afuera aún pide ser tratado. Y es que, en efecto, en el
psicoanálisis se aprovecha todo. Todo se puede reutilizar, es el extraño apetito del deseo
del analista que, en este aspecto, es omnívoro.
Elisa Alvarenga propuso una pregunta para concluir esta Jornada, ¿Hasta qué punto un
testimonio de AE puede considerarse como un caso? Para responderla he ordenado
alrededor de ella algunos momentos del análisis.
Llamar a un analista
Llamar a un analista para hablar implica estar dispuesto a que un sufrimiento se
formalice. Así se empieza, con la puesta en forma de un dolor. Ese dolor se dice como
síntoma analítico cuando el analista decide apostar a que el sujeto se hará cargo, al menos
en parte, de los efectos que se producirán. Es decir que soportará ser librado de una parte
de dolor y que, por otro lado, también consentirá a los efectos propiamente analíticos del
no-todo terapéutico. Esta apuesta del analista es el acto, cada vez inédito, que autoriza la
experiencia.
Cuando el analista me dijo, después de las primeras entrevistas, “¡Usted tomó muy en
serio su Edipo!” en forma de exclamación, estaba indicando que aunque me servía del
padre para poner orden en el caos familiar, había algo en la fuerza de mi propia
enunciación, ese “muy en serio”, que el padre no podría resolver.
Hay lo que entra dentro de la casilla, la gran casilla del Edipo, y lo que queda fuera. Lo que
queda fuera, tal como lo puedo pensar ahora, es la posición de cada uno frente a la verdad
mentirosa. Cómo cada uno capta al padre como semblante. La histeria tiene sus amores
con el padre y con la verdad, ciertamente, pero eso no es el todo de la histeria, porque ella
proviene del Proton pseudos, la primera mentira frente al goce.
Algo de esto se reveló al final del análisis, cuando me encontré diciendo “soy cobarde, no
autorizo mi cuerpo de mujer”. En efecto, el padre no trata lo femenino del goce. El padre
no, pero el síntoma sí. El síntoma de “romperse la cabeza para ser una mujer”.
Durante la cura
Durante la cura se aprende a leer la manera en que cada uno le hace sostener el goce al
Otro, para mejor olvidarse del de su propio cuerpo. Esto, los analizantes no tienen porqué
saberlo, pero sí el analista. Lo cual significa que cuando un analizante se interesa por el
devenir de un deseo de analista, está atento a cómo se precisan en él las coartadas del goce
y los olvidos del cuerpo. Aquí hay un descarte: un final de análisis no se alcanza sin que
uno mismo se haya convertido en “un caso”. Pero no un caso para el analista sino un caso
para sí mismo. ¡El primer caso de cada analista ha sido el suyo!
En los análisis que duran, los revestimientos del fantasma se desprenden y la pulsión se
perfila en su recorrido. Este movimiento es correlativo a una deflación del Otro, lo cual,
en la transferencia significa que el analizante se ve llevado a hacerse responsable del
progreso del análisis. En mi caso, el analista quedó reducido a un punto de luz, objeto
causa al que yo acudía una y otra y otra vez, para que iluminara el mundo, para que me
iluminara a mí misma. Imposible seguir pidiéndole “haga de mí una analista, haga de mí
una mujer”. ¿Cómo pedir a un punto de luz?
El tiempo del final
Reducido el Otro a su falta y destituido su saber, el tiempo del final del análisis empieza
con la aceptación de que no-todo está escrito y sus consecuencias. Esto produce una gran
liberación, al mismo tiempo que hace aparecer la gravitación de un deseo que, aunque sea
por anticipación, ya no se podrá des-responsabilizar del real analítico.
Es el tiempo en el que el ser da paso a la existencia. Es el momento de caer de la casilla del
ser, la casilla del falo, que puede aparecer entonces en su vertiente de objeto, por ejemplo
reducido a un ser informe, una gamba sin cabeza ni cola ni piel. Pero eso no es todavía la
existencia. Situarse en la existencia es abandonar cualquier sentido-gozado. En mi caso
perder lo más auténtico, el sentimiento trágico de la vida. Ese senti-miento trágico,
aunque mintiera con la verdad, era todavía un relleno.
Alcanzar el goce del parlêtre, el nivel de la existencia, implica el uso de la lógica, es decir
perder la guía del sentido para entrar en una dimensión sin una guía establecida, donde
los elementos que servirán de orientación se manufacturan artesanalmente, sesión a
sesión. Hay que estar dispuesto a una espera activa, porque habrá que aprovechar la
contingencia y agarrar la ocasión cuando aparezca. Es el precio a pagar por la orientación
por lo real. El inconsciente se agujerea irremediablemente por lo que no hay, y la libido
que hasta entonces obturaba el agujero del sentido se puede utilizar para cosas más
divertidas, más vitales. Más analíticas también.
El pase
Presentarse al pase puede trastocar, fue mi caso, todo lo anterior. Fue una “caída del caso”.
Hasta ese momento hubiera podido decir que al final del análisis se puede hacer una
lectura acabada del propio caso, de un recorrido que se capta como un progreso. Pero no.
Preparando el encuentro con los pasadores, los años de análisis se ordenaron, sí, pero en
un vértigo sin sentido. El final del análisis no se dejaba captar en un orden orquestado,
aparecía como un carrusel de hechos y de dichos girando sin partitura. Giros que no
querían decir nada. El análisis y el analista se eclipsaron en una anamorfosis irremediable.
Este carrusel vertiginoso me entregó algo más valioso que la lógica del caso que yo había
sido. Recortó un agujero. El núcleo duro del análisis resultó ser un agujero de sentido.
Ese agujero orienta desde entonces no sólo el “romperme la cabeza” que lo vuelve
operativo, sino que el propio cuerpo encuentra cómo ordenarse alrededor de él. No en
vano mis primeros testimonios empezaban con el caos familiar… hasta encontrar que ese
caos, para mí, es un nombre del goce Uno con el que puedo captarme como parlêtre.
Ese agujero no es pues estático, producido para siempre, sino algo de lo que, que si se
mantiene dinámico, siempre pueden surgir sorpresas.
Es este mantenimiento lo que hago recorriéndolo, como un litoral de escritura, para
prolongar la posibilidad de la alegría.
La escritura del testimonio, la escritura del caso clínico
Paula Kalfus
Las voces del narrador
Agradezco especialmente la invitación de E. Alvarenga y de M. A. Vieira a sumar mis
reflexiones a las de otros colegas en el cierre de esta jornada clínica mientras me encamino
hacia el que será el último de mis testimonios como AE. Para ubicar la pregunta que nos
fuera formulada acerca de hasta qué punto el testimonio propio puede o no ser tomado
como un caso clínico me pareció pertinente realizar un breve recorrido por nuestra
historia, cuya puntuación comparto con Uds.
La modalidad del testimonio del AE a la comunidad no se produce entre nosotros con la
Proposición1 -si bien el pase mismo se instituye con este texto mayor- sino a partir de la
constatación en los años ’80 de un cierto fracaso, ya que la puesta en marcha del
dispositivo no había producido en su época la recolección y elaboración de la experiencia
que había previsto Lacan. Es entonces cuando se instituye tanto para el AE como para el
jurado la obligación de producir y de enseñar2. El testimonio a la comunidad tal como lo
practicamos hoy tiene entonces unos 35 años de existencia.
El caso clínico, por su parte, es deudor de la práctica de Freud -especialmente del legado
de sus relatos de los cinco psicoanálisis- y cuenta más de un siglo de existencia. Y ello más
allá de la modalidad en que se efectúe, i.e. como relato desplegado de una cura o enfocado
a iluminar un problema psicoanalítico o incluso bajo la forma de viñeta clínica. ¿Qué
consideramos un caso en el psicoanálisis de la orientación lacaniana? Me permitiré decirlo
como lo ha formulado E. Laurent hace un tiempo al plantear que un caso debe testimoniar
de la incidencia lógica de un decir en la cura y de su orientación hacia el tratamiento de
un problema real, de un problema libidinal, de un problema de goce3.
En un debate con varios colegas desarrollado en su curso Miller introdujo lo que ubico
como la piedra de toque que considero el punto de partida de la interrogación que hoy nos
convoca, preguntándose de qué lado se recolecta el saber de una cura hoy en día. En ese
momento señalaba que con la Proposición Lacan no sólo propuso un procedimiento para
verificar el fin de un análisis, sino que había desplazado el lugar en que se recoge el saber
de la cura del analista al analizante. Localizó este movimiento de manera precisa en la
primera versión de la Proposición4 que contiene una referencia a la ceguera con la que
Fliess encarnara la suposición de saber para Freud5.
Volviendo al saber entonces… ¿de qué saber se trata? En nuestra experiencia de escuela
se ha operado un cierto desplazamiento del pase como saber al pase como ficción. La
consideración de lo Real -en el sentido de Lacan- ha producido una reubicación del
estatuto del saber tal como está planteado en la Proposición, en la que Lacan lo concibe
como una rigurosa concatenación de letras, en favor de la hystorización del Prefacio a la
edición inglesa…6 concebida ésta como un testimonio sobre la verdad mentirosa que
pueda elaborarse en la experiencia analítica. Miller pudo referirse a este último texto como
el pase del pase7. Es que éste desplaza el final del análisis del deseo y el saber hacia la
satisfacción y el saber-hacer-ahí-con, del que una hystoria podría dar mejor cuenta que
aquella rigurosa concatenación de letras orientada por la vía del mathema, por tomar dos
extremos. ¿De que se trata una hystoria en este contexto?
No es una novela, en nuestro campo sería la familiar… La epopeya que el trabajo analítico
se encargó de deconstruir porta el sentido del fantasma y es dable que hubiera sido
suficientemente reducida en la experiencia. No son tampoco los recuerdos, siempre
encubridores; aún tampoco las piezas sueltas a las que ha quedado reducida su trama…
Es una forma nueva que, aún tributaria de lo verdadero y de lo falso que una pretendida
objetividad podría señalar, renuncia a ella para hacerse ficción. Una ficción que da sentido
a nuestra experiencia, que entreteje sus piezas sueltas en las nociones y conceptos del
psicoanálisis, lo que la aleja de cualquier pretendido carácter tanto biográfico como
novelesco. No es literatura, sino más bien lituratierra…8 El trabajo del testimonio, en mi
caso, me ha posibilitado proseguir en esta labor más allá de la terminación del análisis,
entretejiendo el goce con la lengua que hablo hasta donde en cada oportunidad encuentro
que ya no sirven las palabras… y que el silencio puede decirlo mejor.
Ahora bien, si el testimonio no estuviera sostenido en la construcción y formalización del
caso clínico, es decir si no se inscribiera en la serie de la experiencia que se recolecta en el
dispositivo del pase sobre los finales de análisis ¿cuál sería su propósito o interés en el
seno de nuestra comunidad? En cada oportunidad en que he sido invitada a testimoniar
se ha tratado para mi de volver a pasar el caso, ciertamente no de la misma manera, sino
tomando una u otra perspectiva en resonancia con la temática alrededor de la cual girara
la convocatoria. Es verdad que, paralelamente podría decir, había –y hay- un esfuerzo por
decir la experiencia del psicoanálisis propiamente dicha, más allá o más acá de la ficción
del caso clínico, la experiencia de civilización que considero es la del psicoanálisis… pero
esta arista ha venido por añadidura.
En lo que me he detenido es en la particularidad que el testimonio y la presentación clásica
del caso hacen del uso de las voces del narrador. A diferencia de la tercera persona que
lógicamente es utilizada en la comunicación de casos clínicos -y a diferencia también de
la modalidad de presentación de testimonios en tercera persona- en mi caso he elegido
que el narrador tomara la primera persona. Podría ponerlo a cuenta de un deseo de actor,
como señalara Miller que el jurado del pase debiera tomar en cuenta en caso de considerar
una nominación9. Un deseo de hacerse ver y de hacerse escuchar afectada por el relato, a
contrapelo de la inhibición -legado de la neurosis infantil- que la expresión mutis por el
foro califica y que he abordado en algunas oportunidades… Encontrarme con ese deseo,
en mi caso, no ha dejado de sorprenderme.
La práctica del testimonio se inscribe en el dominio del psicoanálisis en intensión tal como
ha sido planteado por Lacan; en este sentido lo es del alcance y las consecuencias que su
praxis y su elaboración han podido suscitar en quien es su autor. Estos son los rasgos que
comparte con el caso clínico y junto con éste constituyen instrumentos privilegiados de
su transmisión. Aún cuando en ambos no se trate sino del relato de una ficción con la que
se alude, de alguna manera, al Real en juego en nuestra formación.
1
J. Lacan, Proposición del 9 de Octubre de 1967…, Otros Escritos, Paidós, Bs. As., 2012
2
J.-A. Miller, Es pase?, Lacaniana 12, EOL-Grama, Bs. As., 2012
3
E. Laurent, El caso, del malestar a la mentira, Lectura del caso en la práctica de la
orientación lacaniana, Grama, Bs. As., 2009
4
J. Lacan, Primera version de la Proposición…, Otros Escritos, Paidós, Bs. As., 2012
5
J.-A. Miller, cursos del 5 y 12 de Diciembre de 2001, inéditos
6
J. Lacan, Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI, Otros Escritos, Paidós, Bs. As.,
2012
7
J.-A. Miller, Tres versiones del pase, El lugar y el lazo, Paidós, Bs. As., 2013
8
Ibidem 5
9
Ibidem 2
L’écriture d’un témoignage n’est pas l’écriture d’un cas
Rose-Paule Vinciguerra
Les AE ont très souvent écrit des cas avant d’écrire leur témoignage de passe. S’agit-il
pourtant du même type d’écrit ?
Dans l’écriture d’un cas, une fois repéré le symptôme, son « enveloppe formelle » et plus
fondamentalement le problème libidinal que le cas nous soumet, comment fait-on? Il n’y
a pas de modèle canonique de ce genre d’exercice et je retracerai ce qu’en a été pour moi
le fil. Pour chaque cas, la présentation faisait état sinon d’une fin d’analyse, du moins d’une
ponctuation sur un signifiant-maître qui marquait un apaisement et un tournant dans la
vie du sujet. Mais sur quoi l’acte analytique s’orienta –t-il ?
Inconscient
Ce fut d’abord sur la grammaire de l’inconscient et les formations de l’inconscient, afin de
cerner un symptôme structuré comme un langage. Une formule de Lacan m’orientait
« Avec Freud, il s’agissait de « faire réciter aux sujets leur leçon dans leur grammaire » 1.
Il s’agissait alors de suivre à la trace les pics d’énonciation du sujet, de s’en faire le
1
Lacan J., L’Étourdit, Autres écrits, Seuil, Paris, 2001, p 492.
dépositaire actif, et avec cette charge de la « moitié du symptôme » 2 , de faire état des
modifications subjectives en pariant sur l’accord du sujet avec le symbolique. Non
cependant sans que se pose la question de l’irréductibilité du désir à la parole
Jouissance
Puis, au-delà de la grammaire, vint la logique. "La grammaire, il faut l’éliminer », pour ne
garder que la logique 3, dira Lacan en 1977. Mais quelle logique ? Ce fut la logique des
sexes dans leur rapport à la jouissance (suite de Fibonacci, mathèmes de l’hystérique, de
l’obsessionnel, équations de la sexuation…). La construction tournait autour de la
signification phallique, du fantasme. Mais toute construction logique « ferme »4. En effet,
la vérité qui se fait jour dans une cure est sans dernier mot. Et une construction, même en
prise sur la jouissance, rencontre une limite avec la modalité de l’indémontrable, de
l’indécidable, « jusqu’au pied du mur de l’impossible »5, comme dit Lacan. Jusqu’où peut
aller la répétition, me demandais-je? Est-elle résorbable dans des effets de joui-sens ? Et
comment entendre le « mal se débrouiller »6 avec le rapport sexuel? « La clinique
psychanalytique se doit d’interroger les analystes afin qu’ils rendent compte de ce que leur
pratique a d’hasardeux », notait Lacan7. Et cela, même si dans chaque cas, le
psychanalyste sait que c’est l’analysant qui œuvre8.
Tout ce qui reste de ces constructions relève finalement des guises d’un objet a prévalent
qui rend lisible le rapport à l’autre sexe. Objet cependant hétérogène à l’ordre signifiant.
Corps
Pourtant, chaque analysant a aussi à être entendu dans sa dimension poétique. N’est-il
pas lui-même poème ? Comment écrire la prise de sa chair dans le poème qu’il est ?
Lacan, lui, se réfère à la poésie chinoise comme modèle d’une écriture que les poètes
chinois « chantonnent, … qu'ils modulent »9. À cet égard, l’interprétation, si elle est
modulation de l’équivoque et rejoint l’écrit dans la parole, fait aussi vibrer cet « écho du
2
Lacan, Le Séminaire, Livre XII , Problèmes cruciaux pour la psychanalyse, 5 mai 1965
" Lacan, Le Séminaire, Livre XXIV, L’Insu-que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, 11 janvier
1977
4
J-A Miller, Marginalia de Constructions dans l’analyse, p 14
5
Lacan, L’Étourdit, Autres écrits, p. 452
6
Lacan: Intervention à France-Culture, 1/12/1973, in Radio Lacan
7
Lacan J., Ouverture de la section clinique de Paris, Ornicar ? 9, p. 14
8 Lacan, Le Séminaire, Livre XV, L’acte psychanalytique, 29/11/1967
9 Lacan J., Le Séminaire, Livre XXIV, L’insu que sait de l’une-bévue…, 19 /4/1977
3
dire dans le corps » qu’est la pulsion ». Elle tente d’être « le biais d’un rapport direct du
signifiant au corps », comme le dit Jacques-Alain Miller, de s’accorder à la pulsation du
corps : En rendre compte pour l’analyste est une gageure car l’effet de cet écho d’un dire
dans le corps, s’il peut être de sens, est aussi « effet de trou », comme tel impossible à
connaître. Lacan ne disait-il pas de lui-même qu’il n’était pas « pouâtassez » !.C’est là que
l’écriture du cas devient problématique. Si elle s’essaie à transcrire l’acte analytique, ce
n’est pas sans une sorte d’effroi.
Effet de trou et outre-passe
Et de fait, ces différentes dimensions - grammaire, logique, et même poésie - ne suffisent
pas. Le symbolique ne suffit pas à débrouiller les choses. Car le réel sur lequel on se cogne
et qui « cogne » rencontre du symbolique et de l’imaginaire, l’arrêt 10. On sent qu’ « il y a
foncièrement, dessous, une chose après quoi nous aboyons et qui ne répond pas »,
rappelait Jacques-Alain Miller, citant Lacan.11 Cela, l’écriture du témoignage, même voilé,
ne le révèle pas, elle le borde.
C’est ce réel qui est pourtant l’os d’une cure et que l’analyste d’un cas ne peut qu’échouer
à transcrire. Ce à quoi la passe se dévoue. C’est un moment où l’analysant est confronté à
la chute de tous les semblants, à la désertification du sens, à ce moment où le réel semble
surmonter l’imaginaire et le symbolique, et où transitoirement il y a comme un dénouage
du nœud sauf que le nom-du-père que l’analyste représente en empêche la dissolution.
C’est un effet de trou analogue à l’ombilic du rêve que Freud renvoie à l’ « Unerkannt en
tant qu’Urverdrängt »12.
La passe et l’outre-passe sont ici décisives. Bien sûr, le réel n’attend pas la fin de l’analyse
mais ce réel auquel le savoir s’ajoute 13 ne s’est radicalement réveillé pour moi - comme la
chouette de Minerve - qu’au soir de l’analyse. À partir de là, dans un renversement de
Lacan, Le Séminaire, Livre XXIII, Le sinthome, p. 50.
Et J-A Miller ajoutait : « d’une certaine façon, il vaut mieux qu’elle ne réponde pas, parce que
si jamais elle répondait, ce serait tout simplement de la magie (Lorientation lacanienne, Tout le
monde est fou » (2007-2008), inédit. 9 Mai 2007). Cf Lacan l’insu que sait de l’une-bévue…, 11
janvier 1977 “Avec le langage, nous aboyons après cette chose, et ce que veut dire S (A) c'est ça
que ça veut dire, c'est que ça ne répond pas. C'est bien en ça que nous parlons tout seuls…”.
12
Lacan J., Lettres de l'Ecole freudienne de Paris n°18, "Journées des cartels", avril 75. Page 9.
13 Radiophonie 1970, Autres écrits, p 443 in cs, p 18 : la vérité…« de supposer ce qui
fait fonction de réel dans le savoir , qui s’y ajoute (au réel) ».
10
11
perspective, les effets de division subjective produits dans la cure et ceux du résidu de la
jouissance ont pu se mettre en série et donc s’écrire.
Jusqu’à ce qu’au hasard de la rencontre avec un dire, un signifiant faisant lettre, matière,
motérialité hors sens dans le réel du vivant, vienne occuper ce trou réel du traumatisme.
Il était présent dans mon témoignage de passe car l’analyste l’avait pointé mais ce n’est
qu’un peu plus tard que je le repèrerai comme tel dans sa littéralité venant nouer le trou
dans le symbolique, le trou du bord pulsionnel et celui du réel ininscriptible. Et inscrire
donc une satisfaction qui n’est plus satisfaction des « amours avec la vérité ».
Écrire ou réinventer?
Pour conclure, l’écriture du témoignage n’est pas un cas clinique bien qu’elle repère
nom du symptôme, nom du fantasme, chute des identifications et notamment de
l’identification phallique. Ça, c’est somme toute la dimension comique de la vie, comme le
disait Lacan. Quant au nom du sinthome que l’interprétation induit avec effets de motion
corporelle et de réveil pulsionnel, l’analyse d’un cas peut aussi y mener.
L’écriture du témoignage diffère cependant de celle du cas.
D’abord parce que le passant, s’il fait preuve d’un savoir-faire démonstratif, y fait
entendre une énonciation d’analysant. Il était “amoureux de son inconscient”14. Là réside
une grande différence entre les deux types d’écrit.
Le passant joue aussi le risque d’une perte. Il y a en effet toujours un moment où l’on
franchit l’Achéron. Et c’est se confronter au tragique que de cerner « la cause de son
horreur de savoir ». C’est là que le signifiant qui donne figure au désir peut surgir dans
une sorte d’”anamorphose”15 qui rend le noir visible.
Enfin, l’AE consent aussi aux restes et à se tenir à jamais sur un bord, tel un funambule.
À cet égard, le passant est plutôt dans le pas-tout que dans le tout phallique. Qu’un effet
de parlêtre, dans ce qu’il a d’inclassable, en résonne n’est pas à la disposition de celui qui
Lacan J., Les non dupes errent, le 11 Juin 1974.
Francois Regnault, Passe, impair et manque, Revue d’études théâtrales, Registres/6 ,
Presses de la Sorbonne nouvelle
14
15
écrit son témoignage. Et c’est pourtant sa responsabilité. Car il parle au sein d’une École
de psychanalyse et il ne peut s’exonérer des effets de son dire.
Il ne peut plus l’oublier quand il est analyste. Ainsi peut-on comprendre ce que disait
Lacan au sujet de la nécessité, pour chaque analyste, de « réinventer la psychanalyse »16.
Qu’est-ce que Lacan demandait aux AE dans leur pratique analytique? Ce dont il s’agit,
disait-il, c’est de “savoir le truc”. Savoir le truc, n’est-ce pas ce qui permet de mener une
cure d’un point de vue sans espérance, ce qui ne veut pas dire sans perspective? Et donc
ouvrir à une pratique de la psychanalyse qui, au-delà de savoir lire Autrement, de bien
dire et de traquer la jouissance la plus insolite, sache “laisser être” ce dont chacun est le
plus inséparable. Et consentir à ces restes impossibles à explorer.
À cet égard, l’idéal de l’écriture d’un cas serait de rejoindre celle du témoignage de passe.
L’effet qu’il s’agit de transmettre est sans garantie mais il est parfois susceptible de “faire
entendre” la psychanalyse. Écrire un cas n’y atteint sans doute pas mais est-ce une raison
pour le méconnaître?
Ecriture du témoignage, écriture du cas clinique
Anne Lysy
«Ceci n’est pas un cas clinique»
Le peintre belge René Magritte savait jouer des paradoxes dans les titres de ses tableaux.
Vous connaissez « La trahison des images », avec le fameux « ceci n’est pas une pipe ». Il
faisait vaciller ainsi les frontières de la représentation, entre les mots et les choses, entre
les mots et les images, entre l’énoncé et l’énonciation.
J’ai accepté l’invitation des organisateurs comme un défi : leur proposition de « discuter
à quel point son propre témoignage peut ou ne peut pas être pris comme un cas clinique »
9e Congrès de l’École Freudienne de Paris sur « La transmission » . Lettres de l’École, 1979,
n° 25, vol. II, pp. 219-220.
16
m’a surprise, la question m’a paru tout de suite originale et pertinente, et elle a bousculé
d’emblée ce que je croyais penser.
J’avais en effet écrit un jour, en citant Guy Briole, que l’AE fait servir son propre cas aux
avancées de la psychanalyse. Je le prenais pour une évidence. Mais, après tout, est-ce si
sûr ? N’est-ce pas un pur idéal ? Dire cela vous pose déjà comme « un cas » ; cela suppose
que vous croyiez que vous en êtes un ! Ma première réponse, pragmatique, fut donc de
répliquer : « A vous, lecteur, auditeur, de me le dire ! A vous de dire si mon témoignage
vous a servi et à quoi! A vous de dire s’il vous a enseigné et si mon Witz vous a fait rire ! Si
c’est un cas, c’est à cause de vous !» C’est un fait avéré que dans notre communauté
analytique mais aussi au-delà, les témoignages des AE « servent » ; on s’en sert par
exemple à des fins d’enseignement, pour montrer à quoi mène une analyse, pour illustrer
un concept, pour étudier une séquence précise, etc. En quoi est-ce différent de le prendre
comme un « cas clinique » ? En quoi est-ce différent de se saisir de l’épisode de la râclée
dans le Portrait de l’artiste de Joyce et d’en faire un paradigme ?
Le rapport entre « témoignage » et « cas clinique » n’est pas simple. Il nous faut dégager
ces deux termes du brouillard du « déjà vu ».
On pourrait aborder la question par le biais du métalangage. Qui parle, de qui ? Parler de
soi / parler d’un autre : ce serait là la différence. Mais cela ne mène pas très loin, car,
comme disait le poète, « Je est un autre », quand on parle de soi on parle d’un autre.
Pendant de longues années, d’ailleurs, les AE avaient l’habitude de parler d’eux à la 3 e
personne. Je dois dire qu’à l’époque cela me paraissait un peu artificiel. Mais cela
marquait, paraît-il, la distance par rapport à ce qu’ils avaient été et ce qu’ils n’étaient plus.
C’était présenter la fin de l’analyse comme un avant/après marqué. Cela connotait aussi
un nettoyage du « pathos », un devenir « mathème » de son propre parcours.
Ce n’est pas un hasard si plus récemment les AE disent « je ». Ce nouvel usage me paraît
concomitant avec les conséquences que JAM tire du dernier enseignement de Lacan, en
mettant en évidence la « passe-sinthome » ou « passe –vérité », qu’il distingue de la
« passe-savoir », qui était celle de la traversée du fantasme. En disant « je », l’AE assume
la « vérité menteuse » - pas celle du romantique qui s’épanche, mais celle qui, de structure,
rate le réel tout en le serrant dans ses détours.
Je dis « l’AE » ; c’est déjà un abus de langage. Je ne peux évidemment parler que pour
moi-même. En revenant sur mon expérience d’AE, je dirais qu’assumer la vérité
menteuse, c’est un gros risque, c’est également une tâche ardue – je disais souvent que
pour écrire, je devais à chaque fois m’arracher quelque chose -, mais c’est aussi un plaisir :
le ‘Lustgewinn’ d’une petite trouvaille, et en plus le plaisir de la dire, de la « performer ».
Un témoignage d’AE ne dit pas le vrai sur le vrai. J’y vois deux dimensions : d’une part,
c’est le travail de construction d’une fiction qui rend lisible son propre parcours analytique
tout en laissant apparaître dans ses détours répétés l’opacité d’un réel singulier, qui
affleure aussi par exemple dans des nominations singulières ; d’autre part, il se produit
comme une « performance », c’est son côté « théâtre », il est apparition incarnée, sur
scène. On ne fait pas la passe par écrit, pas plus que l’analyse !
Quand je me suis présentée à la passe, je n’avais pas du tout l’idée d’être « un cas clinique »
- j’avais le sentiment qu’il s’était passé quelque chose qui excédait toutes les catégories. Je
ne me posais pas la question en termes de diagnostic de structure – par exemple si j’étais
un cas d’hystérie, de névrose obsessionnelle. Je n’avais pas non plus l’impression que la
fin de mon analyse se déroulait selon un modèle classique. C’est bien simple : tous mes
repères côté savoir avaient volé en éclat. J’étais animée du désir de témoigner de ce qui
s’était passé de complètement surprenant, d’un tout autre ordre de ce que j’avais pu me
représenter avant, et qui m’avait permis de sortir de mes « histoires d’attachement » et
du même coup de l’analyse.
Mon premier témoignage,
qui n’usait d’aucun terme théorique, présentait mon
interprétation de ce qui s’était opéré, en construisant une trame à partir de quelques fils.
J’ai mis l’accent sur le double événement de la fin : le détachement du tuteur – image de
la déconsistance de l’Autre – et la force de propulsion dégagée, l’énergie de la
« coureuse ». Cette chose-là, « ce qui m’animait », que je considérais comme la découverte
précieuse de l’analyse, me paraissait en même temps complètement baroque, sans point
de comparaison, et très difficile à « expliquer » !
Par la suite, pendant mon mandat d’AE, je suis très souvent revenue à ce reste mystérieux.
Cette fois en m’aidant des concepts analytiques, je l’ai rapproché du « sinthome » et de
« l’événement de corps », mais en interrogeant le concept à partir de mon expérience, et
non en l’appliquant comme grille de lecture. Comme me disait Eric Laurent : « vous
avancez dans une zone où il n’y a pas de doxa ». Pour moi, ce travail d’élaboration, où rien
n’est acquis pour toujours, est un « faire » qui épouse le mouvement même du sinthome :
courir, c’est dire encore - moins « sur » l’indicible qu’à partir de lui.
Voilà encore une autre dimension de l’écriture du témoignage : ce n’est pas écrire une fois
un texte sur son analyse ; c’est un ‘work in progress’ ! Il ne s’agit pas de répéter les mêmes
anecdotes mais, en réduisant toujours plus les histoires, de « grignoter la pomme jusqu’au
trognon ». On obtient des bouts, de fiction et de réel. Se confronter à ce qui ne peut pas
se dire ou s’écrire produit alors parfois de l’écrit : un bord à un réel.
Mais à quoi, et à qui, cela sert-il, cet effort de « serrage » ? C’est là qu’on rejoint l’écriture
du cas clinique. Prendre le point de vue du sinthome, dit JAM, c’est viser le sujet dans sa
singularité, dans le hors-sens de sa jouissance, cela subvertit les catégories et les classes.
Justement, pour pouvoir se tenir là, il faut avoir aperçu son propre mode de jouissance,
singulier, contingent, hors sens.
Sans pouvoir ici le montrer « pratiquement », je dirais que les principes de cette « clinique
du sinthome » résonnent avec des aspects du témoignage que j’ai évoqués.
Ainsi, quand l’analyste expose le cas d’un autre, loin de croire à la soi-disant objectivité du
cas et de s’effacer, il écrit aussi une fiction dans laquelle il est impliqué ; comme le disait
JAM d’une façon saisissante, un cas doit avoir la structure des Ménines ; l’analyste est
dans le tableau ! Cette fiction ne se confond pas non plus avec une « biographie » comme
tissu d’anecdotes, Lacan le souligne dans D’un Autre à l’autre : elle inclut le point d’infini
de la jouissance qui échappe au savoir, c’est une « biographie des trous ».
Si écrire le cas clinique n’est pas faire rentrer le cas dans un « casier » (comme dit Lacan
à Genève) mais se repérer sur l’impossible raccord du savoir et de la jouissance,
Si j’ai réussi à faire passer quelque chose de mon parcours, toujours à renouveler, de ce
littoral,
Alors oui, parfois peut-être mon témoignage est-il un cas clinique.
Questions de styles et de Lettre
Danièle Lacadée Labro
L’écriture du témoignage, l’écriture du cas clinique, je retiens d’abord que ce titre met
l’accent sur l’écriture, alors que le témoignage se fait oralement favorisant l’énonciation.
Et donc il s’agira de préciser de quel genre d’écriture relève chacun d’eux.
Je retiens ensuite de ce titre qu’il invite à considérer, ou pas, le témoignage comme un cas
clinique, mais cas qui a la particularité d’aller jusqu’à sa fin.
Je commencerai par le deuxième point : cas clinique ou pas ? laissant la problématique de
l’écriture s’éclairer au fur et à mesure.
Jacques – Alain Miller, dans son cours du 5 décembre 2001, pose la question suivante :
« le véritable récit de cas ne serait il pas celui de l’AE, ce qui déplace le statut du savoir du
psychanalyste ? ». Il y a ce qui est du côté de l’AE qui relève d’un effet de vérité sur la
jouissance du parlêtre. Cela ouvre à un nouveau savoir, en-deçà du sujet supposé savoir
inconscient, qui lui n’est d’ailleurs pas à situer du côté de l’analyste. Dans sa Proposition
de 67, prenant l’exemple de Freud s’analysant avec Fliess, Lacan situe le savoir du côté de
l’analysant : « la psychanalyse tient à celui qui doit être nommé le psychanalysant ».
Les cas présentés dans notre milieu ne disent rien de l’issue de la cure. Elle est parfois
envisagée, une perspective en est donnée, d’un point de vue subjectif orienté par la théorie,
alors que l’on sait qu’elle dépend de contingences imprévisibles.
Le cas clinique, envisagé côté AE, demande à être défini. Je propose que cette définition
prenne en compte le moment où se révèle la vérité menteuse, faisant passer de
l’inconscient transférentiel à l’inconscient réel, du corps parlé au corps parlant. Je propose
aussi que cette clinique rende compte de la façon dont est obtenue une satisfaction à la fin
de l’analyse.
C’est une clinique qui implique d’abord la castration de l’escabeau, celui sur lequel
l’analysant se hisse pour faire le beau. Dans mon témoignage je fais état, et étalage, de la
façon dont j’ai fait la belle pendant plusieurs années d’analyse en fournissant du sens, du
savoir, à ne plus savoir qu’en faire.
J’en témoigne à propos du symptôme, une peur de me faire mordre par un chien. J’en
témoigne à propos du roman familial, et de la façon dont j’ai tenté d’écrire le rapport
sexuel, me servant des contingences rencontrées dans les dits parentaux ou au cours
d’évènements ayant valeur de trauma.
J’en témoigne aussi à propos du fantasme qui orientait ma vie : ne compter pour rien et
préférer être au service des autres.
Si je parle d’étalage, c’est que je n’aime pas mon témoignage en tant qu’il fait état du goût
fort prononcé que j’avais pour le sens et le savoir. Il a un style « chronique », recueil des
séances les unes après les autres, il est devenu plus « ramassé » pendant mon travail
d’enseignement.
D’ailleurs, je fais mention dans mon témoignage de la façon dont j’ai inauguré ma dernière
analyse : c’est par un rêve fait avant la première rencontre avec l’analyste : sous prétexte
qu’il en avait besoin, j’allais lui procurer des sachets (sachez), équivoque indiquant que je
voulais encore donner du savoir.
Vers la fin de cette analyse, qui n’a duré que quatre ans, je travaillais dans un cartel de
lecture du dernier cours de Jacques – Alain Miller, L’être et l’Un. J’avais choisi comme
sujet de travail deux phrases prélevées dans ce cours :
-
« la jouissance vient à causer ce qui se lit comme le monde ». C’est une phrase de
Lacan, dans la Postface au Séminaire XI, p 507 des Autres écrits.
-
« la castration c’est ce qui fait cesser les embrouilles du sens », nouvelle définition
de la castration proposée par Jacques – Alain Miller.
Le choix de ces phrases est la conséquence d’un changement de ma position quant au
savoir. C’est un moment dont je témoigne: je me suis entendue dire avec surprise : « la
morsure ça vivifie ». L’équivoque morsure / mort sûre faisait de cet énoncé un oxymore.
En un instant, ai – je écrit, le deuil d’un oncle porté disparu n’avait plus d’importance,
mon histoire, celle racontée dans l’analyse devenait obsolète. La vie, sa morsure,
l’emportait. Ce moment est produit par l’énonciation de l’homophonie « d’où
l’orthographe dépend ». Le témoignage est ici témoignage d’une écriture poétique, qui
« me joue, sans pouvoir m’y reconnaître ». Je peux alors témoigner de la vérité menteuse,
en faire une hystoire, un récit littéraire caractérisé par un style, et non une démonstration
scientifique.
Récit littéraire caractérisé par un style et écriture poétique se différencient à l’intérieur
même du témoignage.
Descendue de l’escabeau, séparée de l’Autre de la vérité, je témoigne de la dernière
épreuve : comment me séparer de l’analyste, qui a occupé la place de semblant d’objet ?
En me relisant, j’ai été frappée par le lien évident entre le début et la fin. Mon dernier
analyste m’avait dit lors de notre première rencontre : « vos deux analystes précédents,
vous ne les avez pas quittés ». Le premier avait décédé, le second m’a exhortée à aller finir
avec le troisième. Je termine mon témoignage par un dernier rêve, qui me fera dire à
l’analyste : « cette alternance pulsion de vie / pulsion de mort, il y en a assez, de toute
façon la pulsion c’est une poussée constante, maintenant je peux vous quitter ». Mon
analyse c’est le vidage d’une satisfaction fantasmatique entretenue dans le transfert,
mettant en jeu l’objet regard, et ouvrant à un réel moins saisissable, celui de la pulsion.
Cela s’accompagne d’une satisfaction. Elle est différente de la satisfaction fantasmatique,
elle est aussi différente de celle du symptôme tel que le définit Freud : « substitut d’une
satisfaction qui n’a pas eu lieu ». Mais de quelle satisfaction s’agit-il à la fin de l’expérience
analytique? Cela reste opaque.
Dans ce dernier rêve, la canopée qui représente la vie et ses bruits, est opposée aux vases
canopes, vases mortuaires des Egyptiens, d’où l’alternance vie/mort. La canopée y est
réduite, c’est la réduction du trop, trop de paroles, trop de savoir, trop de sens. Cela ouvre,
dans le rêve, à la possibilité d’une autre poussée végétale moins envahissante. Ces petits
bruits résiduels de la vie font littoral à la jouissance, littoral qui permet la nouvelle
satisfaction. Le choc initial de lalangue sur le corps à l’origine de la pulsion ne peut être
retrouvé, mais reste la lettre, son littoral
L’écriture dernière du témoignage serait écriture de cette litura, selon la proposition de
JA Miller, dans son cours du 12 décembre 2001.
La notion de satisfaction de la fin de l’analyse, telle que Lacan en parle dans son
introduction à l’édition anglaise du Séminaire XI, a un empan clinique évident, d’autant
qu’il la présente comme réponse à donner par l’analyse aux cas d’urgence. Et Lacan à la
fin de ce texte fait référence à l’écriture de Joyce dont l’œuvre témoigne d’un « refus
combien mental d’une psychanalyse ». A la fin de l’expérience, il n’y a pas refus de
l’analyse, mais désinvestissement du mental et possibilité de cerner le réel par une
écriture.