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Liudmila Okuneva *
LOS DESAFÍOS DEL GIRO A IZQUIERDA EN AMÉRICA LATINA: LA EXPERIENCIA BRASILEÑA BAJO EL GOBIERNO DE LULA **
CHALLENGES FOR LEFT TURN IN LATIN­AMERICA: THE BRASILIAN EXPERIENCE UNDER LULA GOVERNANCE
Resumen
En el artículo se trata de los orígenes y el contenido del giro a izquierda en América Latina en los finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. La mayor atención esta prestada a las particularidades de la “bifurcación brasileña” en la trayectoria de dicho giro y de las mismas prácticas brasileñas, encarnadas sobre todo en la experiencia lulista. Se trata del contenido de la “nueva izquierda latinoamericana” y del propio concepto de “izquierda” y “derecha” en el mundo contemporáneo.
Palabras clave: Giro a izquierda, América Latina, Brasil, Lula, Fernando Henrique Cardoso, reformas sociales, Bolsa Familia, Partido de los Trabajadores, democracia, populismo.
Abstract
The article analyses problems of the “Left Turn“ in Latin America and Brazil’s position in this process, which means the moderate version of the change. Special attention is paid to the broad debates and discussions around the experience of the rule of the leftist government in Brazil (so­called “lulist’s experience”). The article also deals with the contents of the concepts “the New Latin American Left”, “the Left” and “the Right” in the contemporary world.
Keywords: Left Turn, Latin America, Brazil, Lula, Fernando Henrique Cardoso, social reforms, Bolsa Familia, Worker’s Party, Democracy, Populism.
JEL: D72, N16, N36, N46, N56, N96, O54, P16, P26, P48. Clasificación UNESCO. 5905.02, 5905.05, 5905.06.
* Profesora titular y vice­presidenta del Centro de los estudios iberoamericanos de la Universidad de las Relaciones Internacionales (Universidad MGIMO) del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, investigadora del Instituto de Latinoamérica de Academia de ciencias de Rusia.
** Defendido en el Seminario internacional: The World System and the “Left Turn” in Latin America / El sistema mundial y la “Vuelta a la Izquierda” en América Latina. 6­7 de octubre del 2010, Madrid, Universidad de Complutense.
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n la trayectoria del “giro a izquierda” latinoamericano la “bifurcación brasileña” se destaca nítidamente. Lo importante para entender bien el fenómeno es tener en cuenta que en el caso de Brasil no se trata de una variante radical sino moderada de cambios; en la escala general de la izquierda latinoamericana contemporánea el “Brasil de Lula” ocupa una posición intermedia.
A este respecto conviene hacer una pequeña digresión referida a los orígenes y el contenido del “giro a izquierda” que se ha venido registrando en América Latina en el deslinde de los siglos XX y XXI.
Al día de hoy, en una decena larga de países latinoamericanos, el poder está en manos de políticos de talante izquierdista (ya hablaremos mas adelante de qué tipo de izquierdismo se trata, del grado de radicalismo o moderación por que se distinguen las diversas nuevas élites políticas de izquierda). Antes de entrar en el análisis del case study de la izquierda latinoamericana, en general, y brasileña, en particular, unas palabras sobre las características específicas que presenta este mismo fenómeno en la Europa Oriental y la Occidental. En la zona esteeuropea las transformaciones democráticas prácticamente no dejaron ningún espacio en que pudiera instalarse el “espectro de izquierda”: por supuesto, en esos países hay partidos de izquierda con cierta presencia en la política nacional, pero no son determinantes; incluso en aquellos casos en que accedieron al poder socialdemócratas, su rumbo político se inscribía claramente en el paradigma social­democrático oesteeuropeo. Por lo que se refiere a la propia socialdemocracia europea ésta ha experimentado en los últimos dos decenios una evolución considerable. Durante la década de los 90 del siglo pasado los gobiernos socialdemócratas al poder en 6 países europeos tuvieron que enfrentar el desafío de la globalización y europeización. En aquella época ellos supieron elaborar la respuesta al dicho desafío, logrando a mejorar el gasto social y reducir moderadamente el riesgo de la pobreza. La mayoría de los gobiernos social­demócratas realizó grandes esfuerzos para alcanzar el equilibrio fiscal y al mismo tiempo implementar una política impositiva que mejorara la competitividad económica. En ese sentido, la disciplina fiscal se convirtió en uno de los objetivos de la socialdemocracia. Destacando tres tipos de la socialdemocracia europea –el tradicional, el modernizado y el liberal–, los investigadores hacen énfasis en lo que si la socialdemocracia tradicional ha demostrado la mayor incapacidad para alcanzar pleno empleo, justicia social y equidad generacional y de género (sus objetivos tradicionales), la socialdemocracia liberal reemplazó las regulaciones estatales por las soluciones de mercado (Merkel, Petring, 2008: 110­111). La década de los 2000 llevó nuevas tendencias en la socialdemocracia europea que se manifestaron con la máxima claridad en el transcurso de la crisis económica mundial. El uso activo por la socialdemocracia de las herramientas liberales y de mercado produjo el fenómeno de la conversión de la izquierda europea en partidarios más acérrimos de la ideología de mercado que sus opositores derechistas (mientras las derechas en tiempos de crisis optaban por realizar en la práctica recetas de marcado cuño socialdemócrata: intervención del Estado en la economía, programas sociales, lucha contra los “paraísos financieros”). Según el análisis de I. Wallerstein, la socialdemocracia tuvo bastante éxito en el compromiso social conocido como “Estado de bienestar” en el periodo de la gran expansión de la economía­mundo en los años 1950 y 1960. Y en ese tiempo se mantuvo como “movimiento” en el sentido de que estos partidos impulsaban el respaldo activo y la lealtad de muchas personas en su país. Cuando la economía­mundo entró en su largo estancamiento a partir de los años 1970, los partidos socialdemócratas comenzaron a ir más allá. Dejaron de lado el énfasis en el Estado de bienestar para volverse meros promotores de una versión más suave de la Núm. 13 (primavera 2011)
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primacía del mercado. La consecuencia de esto, sin embargo, fue que la socialdemocracia dejó de ser un “movimiento” que podía convocar la lealtad y el respaldo de grandes número de personas. Se tornó una maquinaria electoral. En los últimos tiempos la socialdemocracia europea se está enfrentando con los nuevos desafíos –en primer lugar las exigencias de los inmigrantes pidiendo derechos sociales y políticos–, lo que, a su turno, provocó la movilización de la derecha europea. Los socialdemócratas nunca han sido muy fuertes en lo relacionado con los derechos de las minorías étnicas u “otras” –mucho menos acerca de los derechos de los inmigrantes. Los partidos socialdemócratas han tendido a ser partidos de la mayoría étnica de cada país, defendiendo su territorio contra otros trabajadores a los que veían como grupos que provocarían la reducción de salarios y empleos. La solidaridad y el internacionalismo eran consignas útiles cuando no había competencia a la vista. Analizando en conjunto todos estos factores de la evolución política de la socialdemocracia actual, I. Wallerstein llega a la conclusión que la socialdemocracia como movimiento no. tiene futuro (Wallerstein, 2010).
Pero, a nuestro juicio, lo que más distingue a la socialdemocracia de los años 2000 y del último decenio del milenio anterior, y por donde pasa la divisoria entre la socialdemocracia europea y las izquierdas latinoamericanas, es la ausencia en las primeras de una clara visión de la alternativa, de las respuestas que hay que dar —tanto en lo ideológico como en el nivel práctico— a los retos del siglo XXI (lo cual, por cierto, es una de las causas que han motivado el revés sufrido por la izquierda en las elecciones al Parlamento Europeo de junio del 2009).
En todos estos sentidos, el ejemplo de América Latina es significativo. En esta región tanto el contenido como la propia orientación y la tesitura conceptual del “izquierdismo” (no confundamos en ningún caso este término con el de “extremismo de izquierda”) se distinguen de lo que observamos en las corrientes de signo análogo presentes en los escenarios del Oeste y del Este de Europa. Y es que en América Latina, el izquierdismo se nutre, a más de su ideología medular, de las realidades que han cristalizado en el continente y que empujan a los políticos de talante izquierdista “más y más allá” por el camino de la modernización social en profundidad. Señalemos aquí, por adelantado, que lo que hace la fuerza de las izquierdas latinoamericanas es el haber sabido formular y proponer a la sociedad una alternativa real al neoliberalismo, que agravó en extremo los problemas sociales en las sociedades latinoamericanas. Y estas sociedades (sobre todo en Brasil) acogieron con inmensas esperanzas y expectativas la alternativa que se les proponía, prestaron fe al discurso de los nuevos líderes y los respaldaron con entusiasmo en los comicios presidenciales.
Pero veamos primero en qué consiste ese “giro a izquierda”.
Con toda la peculiaridad histórica de la actual situación en Latinoamérica, a pesar de que la “izquierda” actual poco se parece a sus antecesores, se está divisando con toda claridad la tradición de lucha liberadora, de los poderosos movimientos de la izquierda y de manifestaciones masivas a favor de las reformas sociales, que son características para el paradigma latinoamericano. En el transcurso del siglo XX y, en especial, después de la segunda guerra mundial el continente fue una arena de lucha entre distintos proyectos de desarrollo: ante todo, del revolucionario y radical, por un lado, y el reformista, por el otro. Su primer gran enfrentamiento recayó en los fines de los años 50 del siglo pasado, cuando las amplias masas populares iniciaron la larga lucha contra dictaduras y las oligarquías locales, contra la dependencia del capital extranjero. Los primeros en mostrar una alternativa al tipo de desarrollo arraigado fueron Cuba y Venezuela, donde casi simultáneamente fueron destronados los regímenes represivos. Cuba, aunque no desde entrada, inició el camino de la radicalización de Núm. 13 (primavera 2011)
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la revolución, cosa que la llevó en el año 1961 a la opción socialista. En Venezuela el precedente cubano había suscitado duras discusiones acerca de las perspectivas del desarrollo ulterior. Como resultado allí se formó un sistema de “democracia representativa”, lo que fue una clara manifestación de la alternativa reformista.
No obstante, persistía el abismo, que separaba esta región de los Estados desarrollados, así como la necesidad de las nuevas reformas económicas y sociales en favor de la mayoría de la sociedad; es por eso que a fines de los años 60 volvió a salir al primer plano el problema de las variantes de transformaciones, que más demandaba la sociedad. En el año 1970 vemos en la escena a la revolución chilena, que fue un intento de las fuerzas de la izquierda de llegar al poder, valiéndose de los medios constitucionales. Muchos pensaron que América Latina ya estaba en el umbral de las nuevas transformaciones serias. Sin embargo, los tres años del gobierno de las fuerzas de la izquierda terminaron con un viraje a la derecha, tras el cual comenzó el triunfo de la dictadura militar, y no sólo en Chile, sino también en algunos otros países del continente. Era un fracaso estratégico de largo plazo para las fuerzas de la izquierda en toda la región: la revolución sandinista del año 1979 era de carácter local y no podía darle una vida nueva a la alternativa izquierdista.
Latinoamérica procuró encajar en las nuevas realidades, en el mundo globalizado, que presentaba nuevas exigencias y nuevas reglas de juego. Durante dos decenios, de los 1980 y 1990, ella se probó todas las “vestimentas” políticas posibles y se convirtió en el polígono de prueba para todos los modelos de desarrollo conocidos. Daba la impresión de que el siglo XXI lo iniciaría dejándole a la historia las alternativas desusadas.
Pero de pronto los politólogos y políticos de todo el mundo volvieron a hablar de la “nueva izquierda” y del “giro a izquierda” en América Latina. En los años 1998–2009 en 14 países las fuerzas de la izquierda llegan al poder por medios constitucionales.
Ello se debía a que el carácter de los problemas tradicionales de América Latina en la época de la globalización había cambiado: ellos adquirieron una extraordinaria agudeza. En estas condiciones el viraje a la izquierda reflejó la reacción de las sociedades latinoamericanas al neoliberalismo, a los enormes gajes de la sociedad, que se debían, ante todo, al repliegue de los programas sociales. Ese último factor sólo podía significar la continuación de la pauperización de las masas, la aceleración de los procesos de la marginalización, el crecimiento del tamaño de la exclusión social. Todo ello contribuyó al nuevo auge de los movimientos de la izquierda, que tradicionalmente son fuertes en Latinoamérica.
Entre los demás factores, que determinaron el “giro a izquierda” cabe mencionar la persistente gran influencia de la cultura política de la izquierda y, en particular, de la ciencia política de izquierda, que ocupa un importante lugar dentro del pensamiento social de los países del continente. A fines de los años 1980, en la sociología y la ciencia política latinoamericanas prácticamente no se habían formado las direcciones políticas de la derecha, (dichos programas y proyectos se presentan como así llamadas copias de modelos occidentales (el neoliberalismo, la “escuela de Chicago”, etc.), mientras que las corrientes políticas autóctonas están reprensadas precisamente por la izquierda.
A nuestro modo de ver, la explicación de estas peculiaridades de la cultura política de América Latina subyace en lo específico de la configuración social, en las profundas desproporciones sociales, en la existencia de las lacras de pobreza y miseria, que han acompañado a América Latina prácticamente a lo largo de toda su trayectoria histórica, todavía Núm. 13 (primavera 2011)
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subsisten y ejercen presión sobre las sociedades, convertidas ya en una variedad específica de cultura política.
Es indudable que esas fuerzas que hoy día imprimen el “giro a izquierda” del continente no son las “viejas izquierdas” integradas en los antiguos partidos comunistas, sino unas “izquierdas modernas”, “nuevas izquierdas”, que no miran hacia atrás sino hacia delante. La alternativa de izquierda se concreta en el escenario de América Latina en forma de una deriva a izquierda en un amplio abanico.
Las fuerzas de la izquierda, que llegaron al poder en 14 países, son, en gran medida, similares, pero también tienen bastantes diferencias. Son las mismas, en primer lugar, las causas de tal demanda política: la desintegración social, la pauperización de las masas, en general, y de la clase media, en particular, el crecimiento del número de los “excluidos”, la falta de resultados positivos palpables de las reformas neoliberales. En segundo lugar, les atribuyen semejanza los viejos objetivos comunes, que ahora, en gran medida, ya carecen de los viejos objetivos ideológicos, incluido el de avanzar hacia la justicia social. Las simpatías, que se sienten hacia Cuba, se deben al período romántico de su revolución, a la personalidad de Che Guevara y al papel, que éste había desempeñado, y no suscitan intentos de seguir el camino cubano. Incluso H. Chávez, el más radical de los actuales líderes de la izquierda, está hablando del nuevo “socialismo del siglo XXI”, pero no del copiado de los modelos del desarrollo soviético o cubano. Un importante rasgo común de la izquierda latinoamericana consiste en que ahora ella se da perfecta cuenta de las realidades del día de hoy y no rechaza a la economía de mercado. A la par ellos, naturalmente (en el caso contrario no hubieran sido calificados como izquierda) aspiran a alcanzar equilibrio entre el mercado y la justicia social, defendiendo los principios de la injerencia del Estado en la economía, del así llamado “nacionalismo económico”.
Como línea maestra de su política, las nuevas izquierdas proclaman el combate a la pobreza (el ejemplo más característico nos lo ofrece Brasil). Su postulado básico consiste en que el mercado no puede resolver el problema de la pobreza, la empresa privada no es capaz de vencer la profunda disparidad social y la miseria: en este campo de acción debe promoverse al primer plano el Estado, cuya tarea fundamental radica en “dejar de lado la Economía” y meterse de lleno en la esfera social, llevar a cabo reformas orientadas a disminuir la pobreza. De ahí que las izquierdas modernas de América Latina propugnan reforzar el papel del Estado en cuanto institución capaz de atenuar los efectos negativos del mercado. Un componente esencial de la estrategia económica y política de izquierda es la lucha por la justicia social (entendida principalmente como justa distribución de la renta), por una reducción radical (o, al menos, sustancial) del número de sujetos “socialmente excluidos”.
Hay quien dice (y éste es un tema de notable importancia actual) que la lucha contra a la pobreza no es una tarea concebido y planteado exclusivamente por la izquierda: ¿”acaso la derecha no es consciente de este problema y no propone vías para combatirlo?» Claro que sí, pero el quid de la cuestión estriba en la estrategia política adoptada. A finales de la década de los 1980 y comienzos de los 1990, las élites gobernantes brasileñas consideraban que el libre mercado era la panacea contra la pobreza y el atraso, que para resolver estos problemas bastaría con hacer hincapié en los mecanismos de mercado, los cuales permitirían sanear la economía, estimular e impulsar el desarrollo, saturar de mercancías el mercado, y darían a la población mayores posibilidades de ganarse el pan, contribuyendo por tanto a reducir la pobreza. Pero, si bien estos postulados no carecen de fundamento científico (en el plano histórico el mercado ha Núm. 13 (primavera 2011)
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actuado efectivamente como un potente estímulo del desarrollo), la realidad de los países situados fuera del “primer mundo” y del “millardo de oro” resultó ser otra. Al plantearse la pregunta de si se podía elaborar una estrategia que buscara no sólo instrumentar la política de crecimiento económico, sino también reducir las pobreza y la desigualdad, el latinoamericanista norteamericano R. Kaufman señalaba el carácter dual de las reformas de mercado: por una parte podían contribuir al crecimiento económico y en tal caso se reduciría la pobreza absoluta, pero, por otra parte, estas reformas ampliaban el diapasón de la desigualdad social (Kaufman, 1998: 74). Este planteamiento adquiere especial relieve cuando examinamos las “características genéticas” del capitalismo latinoamericano, en el marco del cual las reformas de mercado en su etapa inicial (los años 90 del pasado siglo) generaron únicamente un nuevo reparto de la propiedad en el seno de la elite al tiempo que se ahondaba el “abismo social” entre ricos y pobres. Es decir que dichas reformas no propiciaban la plena modernización social y económica de alcance general, sino solamente con efectos localizados.
Por todo ello las izquierdas mantienen un enfoque diametralmente opuesto: los problemas sociales, la lucha contra la pobreza, tal es precisamente el campo que el Estado debe ejercer protagonismo.
Al mismo tiempo se hace evidente el pluralismo de la izquierda, su carácter multifacético. Los regímenes de la izquierda existentes podrían ser divididos en tres grupos distintos. El primero es el radical, que está representado por Venezuela, Bolivia, Ecuador (con la presencia tácita de Cuba). El segundo, que es social­demócrata (en su variante europea) –es Chile (está bien claro que se trata del periodo anterior a las elecciones de 2010). Un lugar intermedio lo ocupan Brasil, Argentina y Uruguay. Procurando reformar (en grado distinto) la esfera social, ellos se atienen en la esfera económica a la orientación neoliberal.
Veamos ahora el case study brasileño y, concretamente la variante brasileña del “giro a izquierda”, altamente representativa y que reúne en sí muchos rasgos de este importante fenómeno que alcanza a toda América Latina. En Brasil observamos una tendencia a la izquierdización del régimen político desde los tiempos de la presidencia de Itamar Franco, quien trató de atenuar (particularmente en la esfera de la privatización) los efectos más odiosos de la “terapia de choque” aplicada por Fernando Collor de Mello. El subsiguiente “octenio de Cardoso” se señala por un intento de poner en práctica las recetas socialdemócratas: llevar a cabo una profunda reforma social sobre el telón de fondo de la estrategia macroeconómica anti­
inflacionaria; sin embargo, aunque se registraron notables resultados positivos, el componente social propiamente dicho de esta política empezó a patinar. En los comicios de 2002 la sociedad manifestó su repulsa al neoliberalismo, rechazó la política que se venía practicando y votó a favor del cambio. Es significativo que a esa campaña electoral concurrieran sólo los partidos de izquierda. Ascendió al poder el líder del mayor partido de la oposición de izquierda, un sindicalista y antiguo obrero que procedía de las capas más bajas de la población, que había conocido el hambre y no había tenido posibilidades de estudiar: era “el presidente más de izquierda en la historia de Brasil”.
La victoria rotunda de Lula en 2002 –con el respaldo del 61,3% del electorado– generó (especialmente en los sectores de población más pobres) extraordinaria euforia, y en general en toda la sociedad se instauraron tiempos de grandes esperanzas y expectativas. Nada más asumir la presidencia, Lula y sus partidarios hicieron una serie de declaraciones de corte bastante radical señalando la orientación netamente social de la política que se proponía aplicar el nuevo Gobierno; Lula proclamó un programa de reformas sociales, en primer término el proyecto de Núm. 13 (primavera 2011)
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combate al hambre, que empezó inmediatamente a llevar a la práctica. Sin embargo, en la segunda mitad del mandato presidencial, su estrategia en lo social y sobre todo en lo económico fue adquiriendo un carácter cada vez más moderado: el “bloque económico” del Gobierno se abstuvo de modificar la política monetarista del anterior gabinete e infringir los acuerdos financieros que éste había concertado con el FMI, y hacía lo posible para tranquilizar a los inversores extranjeros y los círculos nacionales de negocios. Brasil está profundamente integrado en la economía mundial, desde el inicio mismo ha echado raíces en la globalización, y el equipo económico de Lula tenía perfecta conciencia de ello. Por algo, en la segunda vuelta de los comicios de 2002 Lula, procurando ganarse el respaldo de los hombres de empresa, insistía en que no tenía intención de dar pasos bruscos en el terreno económico; esta posición que muchos analistas brasileños han calificado como una prolongación de la tradición del desarrollismo de los años 1950­1960, del nacional­reformismo de la época de los presidentes Getúlio Vargas y Juscelino Kubitschek se plasmó en el apoyo de las elites económicas nacionales: los industriales y exponentes del “agro­negocio” (en primer término, los exportadores), así como del sector financiero. Es decir que se mantuvo el statu quo económico, lo cual dio lugar a presiones desde abajo, críticas aceradas a Lula lanzadas desde el ala izquierda del PT acusándole de “prolongar la política anti­popular de cuño neoliberal” e incumplir las promesas electorales. En el seno del PT comenzó a conformarse una corriente de izquierda que posteriormente se apartaría de sus filas para constituir el Partido Socialismo y Libertad (PSOL). Dentro de la escala politológica mundial, a Lula se le ha venido aplicando cada vez más la definición de líder moderado, más bien de centro izquierda (o incluso centrista a secas) ante que “puramente izquierdista”.
A la segunda vuelta de los comicios de 2006, igual que en el 2002, pasaron dos partidos de izquierda (el PT y el PSDB), con programas muy afines, especialmente en los lineamientos de alcance social1: reformas sociales, crecimiento económico, creación de empleo, lucha contra la pobreza. Por supuesto, los acentos se distribuían de manera distinta. Los socialdemócratas, en la persona de Gerardo Alckmin al frente, insistían en la necesidad de reducir el gasto no productivo, captar inversiones privadas, impulsar la privatización parcial de la economía, rebajar los tipos de interés, implantar una rígida regulación de los presupuestos del Estado y disminuir del fardo tributario. Lula, por su parte, hacía hincapié en la profundización y ampliación de los programas sociales, en especial el «Bolsa Familia», en combatir la pobreza y el hambre, crear empleo y perfeccionar el sistema de educación (aunque tampoco ignoraba los problemas macroeconómicos: señalaba el imperativo de poner freno a la inflación, elaborar un 1 En este dato se basaba la tesis de que el PT y el PSDB son dos variantes de la socialdemocracia “nacidas al calor del rechazo al régimen militar y la renuncia a los métodos tradicionales de dominio”; la principal tarea de la actual “izquierda en el poder”, más que en llevar a cabo su proyecto social, consiste en demostrar su capacidad para gobernar el país (véase: A. Enders. La gauche brésilienne et le pouvoir: de Getúlio Vargas au gouvernement Lula. // Problèmes d’Amérique latine, Paris, 2004/05, № 55, p. 113). Por otra parte, en el ala política izquierda de Brasil están muy difundidos criterios (empezaron a circular durante los comicios de 2002 и 2006) que califican el PSDB como “una fuerza que ha perdido el papel del partido socialdemócrata de izquierda” y lo incluyen entre los partidos de signo derechista. Tales juicios se basan tanto en que el PSDB mantuvo una prolongada alianza política con el derechista Partido Frente Liberal (en las elecciones de 1994, 1998 y 2006) y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, de centro­derecha (en las elecciones de 2002), y en el componente neoliberal de la política económica aplicada abajo la presidencia de F.H. Cardoso, como en el hecho de que a los ojos del electorado de izquierda (desde las elecciones de 2002, luego durante todo el primer mandato de Lula y en los comicios de 2006) este partido se deslizó indudablemente “más a la derecha que el PT”. (Entre el gran número de trabajos centrados en este tema, véase, por ejemplo: L. O. Cavalcanti. O que é o governo Lula. São Paulo, 2003, p. 18).
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presupuesto austero, prestar apoyo a la pequeña y mediana empresa). El programa «Bolsa Familia» era una importante carta de triunfo en las campañas electorales de ambos candidatos, con la peculiaridad de que Lula lo presentaba como el principal logro y pilar central de su gobierno, mientras que su rival, aun reconociendo la importancia de este proyecto, promovía su propia concepción del mismo argumentando que tal como lo ejecutaba el Gobierno del PT no era más que una simple prolongación de la política social del gabinete Cardoso.
El análisis de estos dos enfoques conceptuales y rumbos políticos confirma, a nuestro juicio, la idea de que el principal contenido del “giro a izquierda” (particularmente, en Brasil), pasa a ser, en palabras del latinoamericanista ruso K. Maidanik, «la prioridad de factor “netamente social”, “la socialidad”, entendida como conjunto de motivaciones y reivindicaciones esencialmente sociales (en primer término, la demanda de “eliminación de la miseria y fuerte reducción de la pobreza”), promovidas por las capas más pobres y asumidas por los nuevos líderes de izquierda [el subrayado es mío. ­ L.O.] (Maidanik, 2007: 90­92, 94)… nos brindan la clave para comprender lo que está ocurriendo». Como sujeto de este proceso interviene «el conglomerado de las capas bajas de la ciudad y del campo que constituyen la mayoría de la población de esta región» y nutren un movimiento «al que se podría definir como “sublevación de los excluidos”» [subrayado por K. Maidanik. ­ L.O.] (Maidanik, 2007: 92). La prioridad de los problemas sociales, la eliminación de la miseria, la contracción de la esfera de pobreza, tales son los principales puntos en que hace hincapié la política de Lula y que le ganaron el apoyo de su electorado tradicional —los sectores más pobres—, el cual en los cuatro años de su primer mandato ha podido percibir claramente cambios a mejor, sentir en sí los efectos de las reformas, disfrutar sus frutos. La apuesta de los socialdemócratas por exacerbar el tema de la corrupción no encontró eco ni, menos aún, comprensión entre la población pobre, para la cual los escándalos de las corruptelas no eran más que “ajustes de cuentas entre diversos grupúsculos de la élite”, que nada tenían que ver con la preocupación por la subsistencia diaria y la búsqueda de un pedazo de pan, en el sentido literal de la palabra. En los sectores más pobres de la población ningún político ha podido competir en popularidad con Lula, en el que la gente humilde ve a “uno de los suyos” tanto por su origen social (este dato ha desempeñado un papel determinante, por encima de los demás —los defectos y problemas señalados por críticos y opositores, las discusiones poco inteligibles para los pobres incluso en el seno de “su partido”, el PT; los detalles concretos del proceso tenían bien poca importancia, lo importante era que Lula “es un hombre como nosotros”), y también, claro está, por el contenido de su política económica y social, cuya valoración positiva ha sido determinante en el plano de las preferencias electorales de las capas bajas, en general, y de la “clase media baja”, en particular.
Las medidas económicas impopulares que figuraban en el programa de J. Alkcmin, en especial los planes de la privatización que se proponía llevar a cabo, espantaron a muchos intelectuales y seguidores de movimientos sociales, que en definitiva respaldaron en las urnas a Lula. Por otra parte, es precisamente en el programa de Alckmin donde su electorado —la “clase media alta” (que decidió el desenlace de la primera vuelta, en el sentido de que con sus votos impidió que Lula revalidara de entrada su mandato, como vaticinaban todas las agencias de sondeo nacionales y mundiales), gente de formación universitaria y un sector del estudiantado— vieron posibles vías de crecimiento y potenciación de una economía nacional eficiente.
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El gobierno de la izquierda en Brasil, la reñida polémica en torno a las reformas han puesto sobre el tapete una serie de serios problemas teóricos y, al mismo tiempo, controvertidos temas de discusión.
Detengámonos en el primero de ellos, a saber: la muy compleja cuestión de fondo de hasta qué punto son compatibles en el marco de una misma estrategia el neoliberalismo económico, por una parte, y un considerable componente social, por otra. Esta cuestión, que en realidad ya se planteó en los años de la presidencia del socialdemócrata F.H. Cardoso, se ha tornada aún más aguda durante el mandato de Lula. Se trata de un dilema y a la vez del reto más serio con el que se enfrentan las modernas izquierdas latinoamericanas, incluida la de Brasil, de un fenómeno al que se puede designar literalmente como “el drama de la izquierda en el poder”, es decir: la imposibilidad objetiva —en el contexto de la economía contemporánea— de renunciar al uso de un determinado conjunto de instrumentos de la política económica propios del entorno de mercado (objetivamente, son instrumentos de cuño neoliberal), y, del otro lado, el imperativo de llevar a cabo con resultado palpable profundas reformas sociales en interés de la mayoría de la sociedad, la necesidad de sustituir la fórmula de «crecimiento sin desarrollo» por la tríada de «crecimiento + desarrollo + bienestar de la población»2. El análisis del “octenio de Cardoso” y la fase inicial (la primera mitad del primer mandato) del gobierno del PT sugería, a primera vista, una respuesta negativa al interrogante de la compatibilidad o incompatibilidad de esas dos estrategias3. Sin embargo, al término del primer y en el transcurso del segundo mandato de Lula los resultados y el alcance de los logros (pese a la evidente vulnerabilidad y el carácter inconcluso del proceso, sus múltiples deficiencias y “reservas”, las críticas que provocaba, etc.), el balance obtenido en orden al cumplimiento de la ambiciosa tarea de “poner la economía al servicio de la nación”, de generar ”más desarrollo y menos desigualdad” (Lula da Silva, 2005: 16), todo eso pesa a favor de una respuesta positiva. Se está abriendo camino, cada vez con más fuerza, la idea de que por medio de una política económica ortodoxa, que le asegura la confianza de los mercados financieros (pero al mismo tiempo le priva del apoyo de los movimientos sociales más radicales –es una contradicción, pero la contradicción que va de la vida, del carácter ambivalente del proceso de las reformaciones sociales), Lula ha sabido hacerse con el “campo de maniobra” necesario para asestar “golpes 2 Esta posición nuestra ha encontrado pleno respaldo por parte del conocido latinoamericanista ruso I. Sheremetiev, quien en su reflexión sobre el dilema histórico de la izquierda señala que este dilema pone de relieve todo el componente económico de cualesquiera reformas sociales, incluidas las de “orientación izquierdista”: y es que para realizar los programas de apoyo social a los sectores necesitados, de desarrollo de la infraestructura social se requieren cuantiosos recursos financieros, «y en este punto surge la tentación de resolver simplemente esos problemas: ya sea recurriendo a empréstitos exteriores (lo cual puede perturbar la frágil estabilidad macroeconómica), ya sea, lo cual es todavía peor, valiéndose de la máquina de imprimir dinero, y eso, como sabemos, conduce al disparo de la inflación… Por tanto, un fuerte viraje a izquierda de los regímenes moderados de centro­izquierda (en particular, del brasileño) implica notables riesgos y es poco probable. Pero el deslizamiento a derecha de esos regímenes, su deriva hacia el respeto a los intereses de… la comunidad empresarial nacional y su establishment tampoco promete nada bueno. En tal caso los regímenes de izquierda dejan de serlo, corren peligro de perder el apoyo de las capas bajas de la sociedad y ser víctimas de su derechización. El margen de maniobra de los regímenes de izquierda (con mantenimiento del equilibrio entre esos dos imperativos) está muy limitado, y en ello radica “el drama” de su situación actual” (véase: I. Sheremetiev. El “giro a izquierda” en América Latina en la visión del economista // América Latina, 2007, № 2, p. 7[en ruso]).
3 Precisamente esa fue la respuesta de destacados exponentes del ala izquierda del pensamiento político de Brasil, EE.UU. y los países europeos, que vaticinaban la incompatibilidad de principio entre, por una parte, las promesas que se hicieron al pueblo, y por otra, las que iban dirigidas “a la derecha, al imperialismo, al FMI”.
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puntuales” a la miseria y la pobreza: “El combate a la pobreza ha sido para Lula el mayor reto y a la vez el mayor éxito de su primer mandato presidencial” (Carpentier, 2007). Los programas «Hambre Cero», «Bolsa Familia» y otros proyectos sociales diseñados por el Gobierno de Lula, han desempeñado notable papel en el avance por las vías de superación de la desigualdad social. A su realización ha contribuido en gran medida la rotunda reelección en 2006 (con holgada ventaja frente a su principal rival) de Lula para un segundo mandato presidencial. La política pragmática de Lula le ha permitido ensamblar una estrategia económica ortodoxa y el componente social de su política. (Van Eewen, 2006; Petit, Valenzuela, 2004; Sallum Jr., 2008: 167, 71). Tal es, quizá, el principal resultado del gobierno de la izquierda y su respuesta principal a los dramáticos retos e imperativos de una reforma nacional a gran escala.
Es sintomático que en esta disputa (que incuestionablemente ha desbordado hace mucho las fronteras de Brasil adquiriendo resonancia internacional) haya intervenido… el “principal protagonista” de los temas debatidos, el propio presidente de Brasil, L. I. Lula da Silva. Y aunque es bien sabido que los resultados de los procesos de gran magnitud conviene evaluarlos “desde fuera” a fin de evitar apreciaciones subjetivas –inevitables por parte de toda persona metida en “la entraña de los acontecimientos”– en este caso la opinión del mandatario brasileño reúne en sí la quintaesencia de múltiples juicios y opiniones que se han vertido sobre este tema tanto dentro como fuera de Brasil. Al intervenir en la XVII Cumbre Iberoamericana (Santiago de Chile, noviembre de 2007), Lula respondió claramente a múltiples preguntas y dudas: la respuesta del Gobierno brasileño, dijo, es una política en que combinan estrategias que muchos consideraban incompatibles. Nosotros apostamos por el crecimiento económico sin renunciar al uso de las palancas macroeconómicas, y al mismo tiempo adoptamos medidas para lograr un mejor reparto de la renta e incluir en la sociedad a las capas excluidas y potenciar el sistema de protección social de los grupos de población más vulnerables en lo social, lo cual permite formar a nuevos ciudadanos y nuevos participantes del mercado de consumo. Los resultados de esta estrategia son impresionantes: crecimiento sostenible, bajas tasas de inflación, aumento del poder adquisitivo del pueblo, más empleo, simplificación de las fórmulas e acceso al crédito, disminución de la pobreza y la desigualdad” (Folha de S. Paulo, 09.11.2007).
En este contexto surge una pregunta referida al contenido del propio concepto de “izquierda”: la aspiración de los nuevos líderes reformistas latinoamericanos a romper con el modelo tradicional de desarrollo colinda con el pragmatismo, y las medidas de signo “progresista” y “reformista” se entrelazan de modo tan estrecho en la práctica política de los gobiernos de izquierda que a veces resulta difícil distinguirlas unas de otras.
En este sentido no será exagerado decir que, en su modalidad actual, la doctrina de la izquierda brasileña se aproxima en muchos aspectos a los postulados de los partidos socialistas oesteeuropeos.
Lula ha hecho reiteradas declaraciones paradójicas acerca de que “él no pertenece a la izquierda” pero se siente “obligado a ser de izquierda para luchar por la igualdad, para que todos puedan disfrutar los frutos del desarrollo”. Y ha recalcado que “la principal definición de la izquierda es la lucha por la igualdad”. Y al mismo tiempo comentaba que “en Brasil, donde en el transcurso de toda su historia nadie se ha ocupado de los problemas sociales, donde 54 millones de personas se encuentran por debajo del nivel de pobreza, resulta imposible superar esta situación en un breve lapso” (Lula da Silva, 2006: 48). A Lula se le puede aplicar plenamente el criterio de que «las izquierdas contemporáneas vacilan a menudo entre la necesidad de auto­identificarse como tal izquierda y, al mismo tiempo, de rechazar la división Núm. 13 (primavera 2011)
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tradicional entre izquierda y derecha. Son de izquierda por su voluntad política de poner fin no sólo a la pobreza sino también a la desigualdad de derechos, al régimen injusto asentado en el domino de las oligarquías y las capas privilegiadas. Son de izquierda en la hipóstasis en que aparecen como fuerzas que promueven el cambio, la demolición del régimen existente, del statu quo. Pero en aquel aspecto de su actividad en que constituyen una partícula del mundo antiguo, de la política tradicional, no pueden ser adscritas a la izquierda” (Fregosi, 2007: 46).
También han negado la pertenencia de Lula a la izquierda personas que le conocieron personalmente, además en tiempos en que todavía estaba muy lejos de acceder a la presidencia del país. Véase, por ejemplo, la entrevista con el gran financiero y empresario Emilio Odebrecht, que conocía a Lula desde 1992, valoraba altamente sus cualidades y afirmaba que «Lula no tuvo nada que ver con la izquierda, nunca fue de izquierda»; según él, Lula es un hombre muy pragmático, dotado de extraordinaria intuición y “espíritu crítico” y sabe convivir “con griegos y troyanos” (Folha de S. Paulo, 28.01.2008). En esta opinión coincide Olavo Setúbal, presidente del Consejo de Administración del holding Itaú: “Siempre se ha dudado de que el PT sea un partido de izquierda y el Gobierno de Lula, en definitiva, ha revelado ser muy conservador” (Folha de S. Paulo, 13.08.2006). El propio Lula dijo en cierta ocasión al respecto: “Pasé veinte y pocos años criticando a Delfim Neto (ministro de Economía durante la dictadura ­ L.O.) y ahora es mi amigo y yo soy su amigo. ¿Por qué estoy diciendo eso? Porque creo que es la evolución humana. Quien es más de derecha va quedando (con la edad) más de centro y quien es más de izquierda va quedando socialdemócrata, menos de izquierda. Y las cosas van confluyendo de acuerdo con la cantidad de cabellos blancos que van surgiendo y de las responsabilidades que uno va asumiendo” (Estado de S. Paulo, 12.12.2006).
Es significativa en este sentido la apreciación bastante certera que hizo de Chávez el conocido político venezolano de izquierda Teodoro Petkoff (apreciación que, por supuesto, sin pretender trazar analogías, podría aplicarse a muchos exponentes de la “nueva izquierda” latinoamericana): “El chavismo es un movimiento lleno de contradicciones, en el que se desarrolla el drama clásico de Robespierre y Danton, jacobinos y girondinos, bolcheviques y mencheviques, ultra­izquierdistas y moderados… El propio Chávez es a la vez un hombre de izquierda y de derecha, en el que se combinan y se encuentran en constante confrontación el idealista y el pragmático” (Citado según Dabaguyan, 2005: 25).
En este contexto adquiere particular dimensión de actualidad el planteamiento del sociólogo brasileño Helio Jaguaribe acerca del nuevo contenido de los viejos conceptos “de izquierda” y “de derecha”. Según él, en nuestra época la principal divisoria es la que pasa “entre lo arcaico y lo moderno”, y éste es un criterio que puede aplicarse tanto a la izquierda como a la derecha: hay una “izquierda moderna” y una “izquierda arcaica”, lo mismo que hay una “derecha moderna” y una “derecha arcaica”, con la particularidad que entre la izquierda y la derecha modernas hay menos distancia que entre la izquierda moderna y la arcaica y entre la derecha moderna y la arcaica” (Jaguaribe, 1990: 4).
Veamos ahora el segundo problema que se plantea a la luz de la experiencia de la actuación del PT en el poder. Es una cuestión de suma importancia, a saber: ¿supone el gobierno de Lula una ruptura con respecto a la estrategia aplicada por el gabinete del PSDB, ha sido un paso absolutamente nuevo que por vez primera ha planteado en el orden del día la reforma social, o se trata de una mera prolongación de la política de la anterior Administración? En Brasil se ha dicho que el mega­reto del gobierno del PT se plantea precisamente en los términos de “cambio o continuidad”. Y es que, efectivamente, ya durante el “octenio de Cardoso” se había hecho Núm. 13 (primavera 2011)
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perceptible la aspiración a atenuar las tensiones sociales, a realizar el paquete de esas mismas reformas que posteriormente constituyeron la quinta esencia de la línea estratégica de Lula. Y en esas vías ya se habían alcanzado logros bien palpables (por ejemplo, el programa Comunidad Solidaria), que habían cambiado notablemente la fisonomía social del país. Y es cierto también que con Lula no se produjo ningún cambio brusco, ningún viraje pronunciado ni en lo político ni en lo económico. La continuidad del rumbo seguido tenía un carácter objetivo que venía determinado tanto por el carácter de los objetivos a largo plazo que ya habían sido trazados durante la época de Cardoso y ocupaban un lugar central en la agenda nacional como por la existencia de “limitadores” económicos internos y externos que dictaban sus condiciones. Y había, además, otra causa muy sustancial: en la sociedad brasileña —
plasmación de sociedades con una estructura social compleja, fragmentadas, imbuidas de intereses divergentes y a menudo poco compatibles—, sólo se podían y se pueden llevar a cabo “cambios controlados” a condición de activar a fondo el recurso democrático, manteniéndose el gobierno en una línea de negociación y diálogo en busca del consenso (Nogueira, 2003; Santos, s.d; Singer, 2009: 96), característica del “estilo político nacional” y que constituye un fenómeno normal para “la democracia, en que el cambio de alianzas es parte del orden de cosas establecido” (Vidal, 2002: 144­145). En este mismo cauce se inscribe otra peculiaridad de la tradición política brasileña como es la tendencia a las formas no radicales de ruptura con el pasado.
A lo largo de los dos mandatos presidenciales, el gabinete Lula ha sido sometido a duras críticas (tanto por parte de organizaciones de base del PT como por parte de intelectuales de izquierda, que, como apuntamos antes, esperaban un cambio radical de la estrategia económica) por lo que calificaban como una “traición a los intereses del pueblo”, concretada en la continuación por los “lulistas” de la política neoliberal de los anteriores gobiernos. La principal manifestación de esta crítica fue la fundación del opositor PSOL por un grupo de destacados activistas e ideólogos que abandonaron las filas del PT. Cierto es que en los programas diseñados por el equipo económico de Lula prevalecía una concepción macroeconómica de corte neoliberal (rígida política monetaria, apertura de los mercados, mantenimiento de los acuerdos con el FMI y, en general, orientación a fortalecer la confianza en Brasil por parte de los mercados interior y exterior), lo cual daba pábulo a las críticas, que se dejaron oír en la campaña de las presidenciales de 2006 (aunque en esa ocasión muchos críticos optaron por apoyar a Lula) y se siguen oyendo hoy al hacer un balance de sus dos mandatos. Está bastante extendida la opinión de que Lula no ha hecho más que profundizar y desarrollar la política de privatizaciones y consolidación del capital privado, de los círculos financieros locales e internacionales (interesados en el mercado brasileño), que ya habían puesto en marcha sus antecesores, F. Collor, I. Franco y F.H. Cardoso, y que no ha hecho ningún mínimo intento de revisar los resultados de los anteriores programas de privatización (por ejemplo, la de Vale do Río Doce, el mayor complejo metalúrgico del mundo, que fue vendido en 1997 por un precio muy inferior a su valor real), programas que en su tiempo habían criticado con tanta fuerza el PT, los sindicatos y otras organizaciones obreras. Los politólogos brasileños P. Nakatani y R. M. Marquéz demuestran con cifras en la mano que todas las medidas financieras y económicas adoptadas por el gabinete Lula, toda su política macroeconómica, incluida la reforma fiscal, estaban orientadas a asegurar los intereses del capital. En su programa de acción ni siquiera se hizo mención del impuesto sobre las grandes fortunas, fijado en la Constitución de 1988 y cuya instauración en la práctica depende de la voluntad política del Gobierno. La reforma agraria, reivindicada por los trabajadores del agro al largo del siglo XX, ha tenido efectos muy Núm. 13 (primavera 2011)
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modestos que no han resuelto los principales problemas de este segmento de población. Escasos también, han sido, en opinión de dichos politólogos, los resultados de la política social: ni siquiera el programa Bolsa Familia ha logrado sus objetivos. Las promesas de Lula de duplicar el salario mínimo se han reducido a un aumento en el 40%. Todo esto, concluyen los autores del estudio, indica que no cabe calificar al gobierno de Lula como gobierno de izquierda (Nakatani, Marquéz; 2008: 57).
En general, cuando intentamos sopesar lo positivo y lo negativo de la presidencia de Lula advertimos que es muy difícil medir con precisión matemática “el peso relativo del cambio” y “el peso relativo de la continuidad”. En opinión del estudioso francés D. Vidal, nos encontramos con un complejo mosaico: por una parte, puede decirse que Lula ha proseguido la política de Cardoso sin aportar nada nuevo, pero viendo la situación desde otro punto de vista, podemos afirmar —con no menos fundamento— que se ha logrado estabilidad política y económica, lo cual, a su vez, indica que han mejorado las condiciones de vida de la mayoría de la población (Vidal, 2006­2007: 8­9). Esta segunda apreciación es indudablemente más adecuada, más completa y más realista.
Estas dos cuestiones fundamentales que se plantean en relación con el desempeño del poder por la izquierda brasileña (compatibilidad o incompatibilidad del neoliberalismo y la orientación social, y cambio o continuidad), confluyen en las reflexiones en torno a otro fenómeno. Me refiero al “reverso de la medalla” de una vertiente tan importante en la política de las izquierdas como es la lucha contra la pobreza. Ya hemos dicho que a esta vertiente le corresponde un papel determinante en la auto­identificación política de la izquierda, en su fisonomía socio­política (sin la existencia de un fuerte componente social en su estrategia la izquierda ya no seria izquierda). Veamos ahora otro aspecto de esta misma problemática.
Se habla mucho de un extraño fenómeno registrado en Brasil en los años de gobierno de la izquierda: del crecimiento considerable y evidente del “estrato de los super­ricos”. Resulta que bajo el gobierno de Lula, ese antiguo obrero que ascendió al poder con el fin de combatir la pobreza y eliminar la desigualdad social, se están intensificando procesos en sentido inverso: “los ricos se han hecho más ricos que nunca”. ¿Cómo cabe evaluar este proceso?
La lucha contra la pobreza, pese a la claridad de sus objetivos, encierra en sí grandes contradicciones relacionadas con la orientación general de la política económica aplicada por el gobierno del PT. Y es que las reformas de mercado, como señalamos antes, amplían objetivamente el diapasón de la desigualdad social (se puede atenuar en cierta medida este efecto mediante la correspondiente política social, pero es imposible “corregir” cardinalmente esta hipóstasis de las relaciones de mercado; de lo contrario hay que “implantar” otro régimen social basado en la plena nacionalización y estatización de la propiedad). Por cuanto “bajo Lula” se mantuvo sin cambios de fondo el rumbo de la anterior Administración – la de F.H. Cardoso —, la estrategia económica del nuevo gabinete seguía funcionando en la misma dirección y en el marco de una misma lógica. Esta lógica venía determinada por el hecho de que para mantener la estabilidad macroeconómica y el equilibrio económico general era imprescindible contener la inflación (conservando así el principal logro económico de la “era Cardoso”). Y para contener la inflación había que mantener un alto tipo de interés (calificado de “astronómico” por los especialistas —11,5%—); esto, a su vez, contribuía al insólito crecimiento de las ganancias de los bancos y del sector financiero en general).
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¿Son esas tendencias indicio de un “fracaso” de la izquierda brasileña? A nuestro modo de ver, en realidad no hacen más que confirmar la tesis enunciada más arriba acerca de su carácter moderado. Los programas sociales del Gobierno han surtido efecto: han dado lugar al retroceso —un retroceso considerable— de la pobreza, el hambre y la miseria. Por otra parte, es evidente que no se ha logrado un vuelco radical en la tradicional disparidad de la distribución de la renta en Brasil; a pesar de los progresos en el cumplimiento de los programas sociales, Brasil sigue siendo, en conjunto, uno de los países con más alta desigualdad del mundo (en esto coincidimos con la opinión del latinoamericanista francés F. d’Arcy (2007: 41­42).
Volvamos al tema, que ya abordamos antes, del logro de la estabilidad. Este es el tercer problema fundamental que nos plantea la experiencia brasileña de reformas de la sociedad. En la esfera política, la estabilidad ha sido una realidad constante tanto durante la transición democrática (1985­1994) como en “la era de Cardoso” (1995­2002), período en que se fortaleció considerablemente, y en “época de Lula” (desde 2003 hasta el presente). En ese contexto adquiere suma importancia la cuestión de la democracia. Que la consolidación se consolidó, alcanzó madurez y funcionó de modo estable durante la “era de Cardoso”, es un hecho incuestionable. En “la época de Lula” la instituciones democráticas no han sufrido ningún quebrantamiento. Incluso en momentos álgidos de los escándalos de corrupción de los años 2005 y 2006, cuando todo el sistema político entró en crisis evidente, “las instituciones políticas y jurídicas demostraron su vitalidad y siguieron funcionando con el apoyo de los medios de comunicación de masas, que actuaban con plena libertad”. Es más, “Lula no mostró en ningún momento intención de recurrir a medidas autoritarias o populistas para asegurarse en el poder” (d’Arcy, 2007: 38). Y de la reelección de Lula para un segundo mandato, los analistas brasileños sacan la conclusión de que en el país se ha establecido un orden normal de relevo democrático, “regular” de los gobiernos y alternancia de las élites gobernantes: al “octenio del PSDB” ha sucedido el “octenio del PT”, en calidad de partidos cuyos líderes encabezan la vertical del poder ejecutivo. Este hecho está siendo calificado como una de las características más impresionantes de la vida política de Brasil. El sistema político de Brasil ha demostrado su apego incondicional a los valores democráticos. En todas las encuestas sociológicas internacionales Brasil figura como una gran democracia contemporánea.
Es precisamente la política de un gobierno democrático, subrayó Lula en la XVII Cumbre Iberoamericana, el factor que ha permitido entrar en la vía de solución de los problemas sociales, de superación de la penosa herencia de las décadas 1980 y 1990: el desempleo, la pobreza, la desigualdad. Después de señalar el papel de Estado en la realización de una política social activa (el programa Bolsa Familia abarcó a más de 11 millones de familias; se amplió el acceso de las capas pobres a la educación y la asistencia médica), Lula enfatizó el papel de la sociedad civil: “el Estado por sí solo no puede vencer la marginación, esto sólo es posible en alianza con la sociedad civil”. Es necesario un paradigma del desarrollo que fortalezca la conciencia de que no puede haber “un mundo sustentable” “sin garantías de empleo, posibilidades de promoción y seguridad en el futuro para todos, sólo así hallaremos respuestas a las amenazas verdaderamente globales como la pobreza, la violencia y el extremismo de todo pelaje” (Folha de S. Paulo, 09. 11. 2007).
A nuestro modo de ver, la estabilidad alcanzada (en particular, la estabilidad económica) hay que interpretarla no como ausencia de cambios o una forma de “estagnación”, sino, por el contrario, como desarrollo progresivo por las vías de solución de los problemas sociales, como logros pronosticables (aun sean modestos al principio) en el terreno social, el principal “campo Núm. 13 (primavera 2011)
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de batalla” de los reformistas contemporáneos. Y en este sentido hay que rendir merecido tributo al realismo de Lula y al pragmatismo de sus colaboradores más cercanos, que han permitido insertar en los resultados de las reformas de 1995­2002 los “frutos sociales” reales y positivos de los dos cuatrienios de 2003­2006 y 2007­2010.
Es natural que se discute mucho y haya controversia en torno a todos los aspectos de la agenda económica y social del gobierno de Lula. Hay quien dice las reformas de Lula sólo han merecido una alta valoración fuera de Brasil4. Pero no se puede pasar por alto toda una serie de indicadores objetivos. Lula no sólo proclamó, sino que efectuó realmente profundas reformas sociales5 que significan un giro real en la situación social de las capas más pobres, haciendo la pobreza y la miseria absoluta retroceder considerablemente; las consignas de su segundo mandato presidencial han sido orientadas al crecimiento económico que debería sentar la base para el lanzamiento de nuevos programas sociales (y dichos programas siguen realizándose). Dicha amplia política social consiste en que “la protección se amplió y se extendió a todas las familias ubicadas debajo de la línea de pobreza… El gobierno no se limitó a ampliar los programas destinados a los sectores más pobres. La decisión de generalizar la protección social se materializó también a través de la democratización del acceso a ciertos recursos para los estratos ubicados por encima de la línea de pobreza”. El gobierno de Lula está promoviendo “las políticas destinadas a ampliar el acceso a la educación superior para los sectores de renta media baja, es decir, obreros calificados y clase media baja, como trabajadores asalariados urbanos de comercio y servicio etc.” (Sallum Jr., 2008: 165). En otras palabras, se trata de las políticas que “procuran proteger no solo a quienes se encuentran excluidos de la competencia – por edad, enfermedad o condiciones miserables de vida – sino también a ciertos sectores mejor posicionados, como los obreros calificados y la clase media baja, que participan de la sociedad competitiva pero en condiciones desfavorables” (Sallum Jr., 2008: 166). Todo ello lleva a la conclusión que “la incorporación sociocultural de estratos sociales intermedios y la absorción de líderes populares por parte del aparato del Estado, en un esquema de convivencia con las corrientes liberales hegemónicas del empresariado y con sectores clientelistas y conservadores de la clase política, atenuó… el potencial transformador del PT y de sus aliados de izquierda. …El gobierno de Lula aunque no muy eficiente desde el punto de vista de la gestión, ha sido 4 De verdad, Lula tiene una popularidad sobresaliente en la arena internacional. Bajo el título «Europa se enamora de Lula» los mass media europeos destacan que Europa declaró su admiración por el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, elogiado en varios idiomas por medios de comunicación y gobernantes pese a sus diferencias con los líderes del Viejo Continente. Nombrado el personaje del año 2009 por el diario francés Le Monde y el español El País, y protagonista de la década por el británico Financial Times, Lula recibió una catarata de alabanzas atípica en Europa para un presidente latinoamericano. (Lissardy, 2009)
Por primera vez en sus casi siete décadas de existencia el prestigioso diario francés Le Monde decidió distinguir a una figura como la "personalidad del año" y escogió para ese honor al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Según Le Monde, Lula se destaca por "su singular recorrido, de antiguo sindicalista hasta el éxito a la cabeza de un país tan complejo como Brasil". El periódico resalta la personalidad del mandatario y "su preocupación por el desarrollo económico, la lucha contra las desigualdades y la defensa del medio ambiente". Siguió siendo un demócrata, luchando contra la pobreza sin ignorar los motores de crecimiento pero respetuoso de los equilibrios naturales (Smink, 2009).
5 En su mensaje al Congreso de febrero de 2008, el Presidente mencionó varios índices macroeconómicos positivos alcanzados por el país. Una cifra record fue la creación en 2007 de 1.670.392 empleos, se registró reducción del desempleo, hubo una sensible disminución de la desigualdad (en el breve lapso de la última etapa salieron del estado de miseria 45 millones de familias). Ha crecido considerablemente la clase media, que abarca ahora al 52% de la población. En 2007 la ONU incluyó a Brasil en el grupo de países con alto índice de desarrollo humano.
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muy eficaz en la consolidación del sistema de dominación social y de la nueva forma de Estado, moderadamente liberal y democrática, inaugurada en 1995”( Sallum Jr., 2008: 167, 171).
Como ha demostrado el gobierno de Lula , es posible implementar “la hegemonía liberal” y las “políticas fiscales responsables… con políticas distributivas”, es decir las que “distribuyen recursos a favor de los trabajadores y de los sectores más pobres”. La estrategia populista produjo “la alta aprobación popular” del gobierno y del presidente (Sallum Jr., 2008: 167). Estrictamente en ese sentido y tomando en consideración todo el conjunto de esos factores, podríamos afirmar que el así llamado “populismo distributivo” de Lula desempeña un papel evidentemente positivo en el Brasil actual. Podemos afirmar, juntándose a la opinión de B. Sallum Jr.,que es precisamente por eso que el grado de apoyo de Lula en la sociedad brasileña es tan alto: “en definitiva, no se ve una fuerte oposición política, a excepción de algunos movimientos a favor de la reforma agraria y ciertos reclamos empresariales contra la alta tasa de interés, los impuestos y el incremento del gasto público”; hasta los políticos de oposición “evitan atacar directamente a Lula”, los mass media, haciendo críticas de la corrupción, “se dirigen más a la clase política en general que al presidente”: “es excepcional que un presidente que fue afectado por una crisis política tan grave que la de 2005, y que en 2006 tuvo que disputar una segunda vuelta para obtener su reelección, hoy cuente con tanto apoyo” (palabras escritas antes de la campaña presidencial de 2010 – L.O) (Sallum Jr., 2008: 171; Singer, 2009: 94).
La realización de una política de reformas en una sociedad democrática no puede tener el carácter de movimiento unilineal; en ese terreno hay espacio para la lucha, las discusiones, a veces para la resistencia a las reformas y a veces también para retrocesos en el propio campo de los reformistas, pero la experiencia brasileña muestra que en definitiva la trayectoria de desarrollo socialmente orientado en las condiciones de democracia conduce a la sociedad a niveles sociales más altos. Se puede discutir sobre varios temas (y la controversia impregna los múltiples estudios contemporáneos sobre Brasil –véase, por ejemplo Lautier, 2006­2007: 75; Domínguez, 2006­2007: 36); discutir sobre el grado de realización de los programas sociales y sobre su profundidad, discutir también acerca de si satisfacen el criterio de los derechos sociales de los ciudadanos que proclama la Constitución. Pero lo principal es que, sea cual sea el vector por el que se desarrolle Brasil (y no sólo a medio plazo sino también a largo plazo), los problemas de la justicia y la “libertad igualitaria” estarán siempre en el centro de la agenda política del gobierno y de la sociedad civil. En resumidas cuentas, la trayectoria que han imprimado al país el presidente Lula y su gobierno favorece (en el presente y en perspectiva) un cambio positivo de “la imagen social” de Brasil, y en el plano global simboliza el constante avance del país por las vías del desarrollo, el crecimiento y la modernización. A nuestro juicio esta apreciación puede ser aplicada a todo el amplio espectro de las izquierdas latinoamericanas.
En gran medida todo lo subrayado más arriba se aprobó en los comicios presidenciales brasileños de 2010. En el curso de esas elecciones ocurrió casi lo mismo que en las de 2002 y 2006: en la primera vuelta todos los candidatos se presentaron bajo los nombres de la izquierda: Partido de los Trabajadores (PT), Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Partido Verde, Partido Socialismo y Libertad (PSOL). En la segunda vuelta se quedaron solo dos concurrentes, pero también de los partidos PT y PSDB ( como fue señalado mas arriba, el PSDB en el Brasil es percibido como un partido conservador y derechista, pero en el rating Núm. 13 (primavera 2011)
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mundial de los partidos políticos se le aplica el matiz de centro­izquierda). «"Izquierda" y "centro izquierda" son las expresiones que utilizan los dos candidatos principales a la presidencia de Brasil, José Serra, del opositor PSDB, y Dilma Rousseff, del oficialista PT, para definir sus opciones políticas» (Esparza, 2010­1). Se comprobó nuevamente tal importante rasgo del panorama político de Brasil que es reducción del discurso derechista: identificarse con la derecha puede significar fracaso en las elecciones.
Otro rasgo importante que se puso de relieve en la campaña 2010 fue el abandono de los extremos y el movimiento hacia el centro. El proceso de elecciones continuas y la búsqueda de votos atenúa la radicalidad de los partidos y los conduce al centro del electorado, al elector mediano. Se está produciendo una homogeneización y los partidos se parecen cada vez más. Para gobernar un país del tamaño de Brasil, es fundamental ampliar sus alianzas (Esparza, 2010­1).
Todos los cuatro candidatos de la primera vuelta confirmaron la tesis de que la trayectoria del desarrollo que sigue el Brasil bajo Lula y el gobierno petista resuelve los problemas de largo plazo y el futuro gobierno ­ cualquiera que sea ­ deberá continuar este mismo rumbo. No fue casual en este sentido que Dilma Rousseff, José Serra, Marina Silva y Plinio Sampaio discutían los mismos problemas: reformas sociales, salud, educación, seguridad social. Estos temas fueron primordiales en cada discurso y si uno hubiera cerrado los ojos y no hubiera visto él que hablaba, no habría podido entender quien estaba hablando. Tal tipo de debate significó una sola cosa: el área social fue el foco principal de las promesas, los problemas (sobre todo sociales) que se ponen al orden del día en Brasil deben estar resueltos en cualquier caso y todo alto mandatario se verá obligado a cumplir esta tarea que tiene el verdadero tamaño nacional.
Al final de su mandato fue Lula quien tenía el enorme prestigio dentro del país. A vísperas de la primera vuelta de las presidenciales Lula y su gobierno tuvieron el nivel record de la aprobación –77%, Lula como presidente saliente– 83­85%. En aquellos días se decía que el protagonista casi omnipresente de las elecciones brasileñas no era uno de los candidatos, sino “el presidente Luiz Inácio Lula da Silva”. A juzgar por la presencia de Lula en los medios de comunicación, parecía incluso que estuviera presentándose a la reelección. Lula fue capaz de mezclar con éxito el populismo y el carisma, además de haberse beneficiado del buen escenario económico. Lula fue nombrado “estrella de las elecciones” (Esparza, 2010­2).
La victoria de Dilma en la segunda vuelta de la campaña presidencial con el porcentaje de votos 56% ha sido garantizada por la enorme popularidad de Lula y se da a su exitosa política económica y social. Dilma fue electa como su sucesora y el respaldo de que ella gozó atribuye a que busca dar continuidad al mandato de Lula: continuidad en lo económico así como en lo social. Mantener la estabilidad económica y erradicar la miseria –así son dos puntos llave de su futura estrategia. Todo ello aprueba una vez más nuestra conclusión (formulada más arriba) de que el lulismo (a pesar de muchos debates que se centran acerca de su legado) favoreció los cambios positivos y abrió el camino para el crecimiento económico y avance social de Brasil, es decir, para su amplia modernización económica y social.
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